Capítulo 34

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El día llegó.

Nuevamente.

Nos encontrábamos en el aeropuerto, comenzaba a fastidiarme ese lugar. Solo me recordaba las despedidas y momentos tristes.

Estábamos esperando que anuncien la partida de su vuelo.

Ya ni siquiera me había tomado el tiempo de mentirle algo a mi madre, me había ido sin más.

No había nadie más. Él y yo.

Acaricié su rostro.

—¿Vas a volver?—me miraba atento, y eso despertaba cierto nerviosismo en mí.

—La vez pasada dije que lo haría, y lo hice—. Me recordó y sonreí avergonzada.—¿Qué te hace pensar que no lo voy a hacer ahora?

—¿Nos vamos a escribir?

—Todos los días...—aseguró acariciando mi mejilla.—¿Me vas a extrañar?

Abrí las ojos y sonreí ante su duda.

—Te echo mucho de menos—. Dije.

—¿Me echas de meno? Te pregunté si me vas a extrañar.— Se acomodó en su lugar, mirándome.

—Sí, mucho—. Sonreí por su reclamo.

—Yo a vos te extraño todos los días...

Lo miré. Mis ojos decían más que mi boca, así que dejé que nuestras miradas hablaran.
Unos minutos, nuestros ojos permanecieron gritando, conectados.

La metálica voz, su vuelo partía.
Me miró. Lo miré. Lo abracé tan fuerte como pude. Como si eso impidiera que se fuera, porque se fue.
Otra vez, su imagen de espaldas con su valija. Otra vez, caminando en dirección opuesta a mí. Volviéndose pequeño. Otra vez, no podiendo hacer más que sonreír pretendiendo que todo esté bien.
Volví a la cafetería, porque debía realizar mi turno de ése día. Carlota había quedado de ir.
Estaba en la cocina. Haciendo galletas.
Me sentía impotente por no poder hacer algo, no por no detenerlo; por no poder ir con él. Escapar de mi madre y hacer lo que yo quisiera hacer. Sin importar las miradas que me dieran o lo que pensaran de mí. En cambio, debía estar fingiendo ser la hija perfecta frente a un montón de sonrisa hipócritas -incluida la de mi madre- y falsas opiniones. Haciendo galletas para parecer alguien decente y ocultando mi invernadero. ¿Por qué no podía contarles que tenía un invernadero? Porque mi madre odiaba la tierra, y decía que estaba llena de enfermedades y bacterias -como si tuviera cinco años-. ¿Por qué no podía mostrarles cuanto me gustaba hacer música? Porque ella creía que era un pasatiempo, en realidad una pérdida de tiempo sin sentido y en ocasiones me había hablado para que dejara de invertir tiempo en eso.

—Ehhh, si alguien come de esas galletas se va a morir envenado.—Entró Carlota, y me abrazó por la espalda.

—¿Tanto se nota?—pregunté cuando se puso a mi lado.

—No, solo parece que esas galletas estuvieran con un sicario—. Bromeó y sonreí.

—Ya lo extraño—. Dije sincera.

—¿Y te dijo cuándo va a volver?—preguntó y se llevó una chispa de chocolate a la boca.

—No me dijo una fecha exacta. Pero sé que va a volver.—Me quedé pensativa. Era cierto, no me había dicho cuando tenía planeado venir.

Me di cuenta, que pasé esperándolo, todos los días. Contando las horas para verlo.

A diferencia de la vez anterior, si nos escribimos. Porque era mi único escape. Aunque fueran pocos minutos al día. Era mi único escape al mundo exterior y la asquerosa vida que me rodeaba.
Actuaba como si estuviera en otra parte, realmente lo estaba, mi cabeza estaba en España y mi cuerpo realizaba la rutina con una facilidad impresionante.

Universidad, hockey, cafetería, asentir a todo lo que dijiera mi madre y fingir que estoy de acuerdo con todo.

Joaquín💕:
¿Podes creer que hoy te extraño más que ayer?

Rena:
Sos único...

Joaquín💕:
Me pones así, Renita

Rena:
La otra noche soñé que venías

Joaquín💕:
Si yo te contara mis sueños con vos🌚

Rena:
Que cochino, pervertido😂😂

Joaquín💕:
Me pones pervertido y un montón de cosas más

Rena:
Me tengo que ir, pero hablamos al rato...

Joaquín💕:
Cuídate y escribime cuando puedas❤😘

Nuestras charlas no duraban más de media hora por día. Y aunque lo consideraba poco, no podía hacer nada para cambiarlo. Él con su trabajo -y el mundo que eso es-, y yo con todo lo mío que me mantenía ocupada.

Narra Joaquín:

Cuando estaba en España me sentía como un hámster dentro de una rueda. Rodaba y rodaba en la rutina sin parar. Entrenar, descansar, entrenar, ver a Desire, entrenar, vivir. En cambio, cuando estaba en Argentina sentía como si estuviera en una autopista; donde podía elegir hacia donde ir y más si estaba con Rena.

—¿Te pasa algo, Quín?—Desire entró en mi habitación.

—No, nada...—vi como se recostaba a mi lado.

—¿Extrañas Argentina?—preguntó con ese asento característico.

—Sí, a Rena—contesté sin pensar.

—¿Eh?¿Quién es Rena?—me miró confundida y me percaté de lo que había dicho.

—Una amiga—dije un poco tenso.

—¿Para que estés así por esa? Parece más que una amiga, Quín—se sentó en la cama.

—No digas boludeces—. Intenté relajar el ambiente que yo mismo había provocado.

Unreal | Joaquín CorreaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora