Unreal | Joaquín Correa

Capítulo 5

Narra Joaquín:

Ella sonrió de nuevo, tenía unas risitas muy contagiosas.

—Tenés sucio acá—apuntó mi mejilla y pasé mis dedos quitando el helado.

—Vos también— puse la punta de mi helado en su mejilla dejando una marca de crema helada.

—No se vale—rió. Con rapidez puso su helado en mi mentón.

—No—reí al verla tan tentada de la risa—Ya basta, no quiero iniciar una guerra de helado.

—Quedamos igual—dijo con sus manos en alto.

Ambos utilizamos las servilletas de papel para quitarnos la crema de la cara.
Sonreí con picardía y le puse helado en la mejilla antes de que me mirara de nuevo.

—¡Ey!—chilló y reí. Parecía una ardilla.

Ella volvió a limpiarse.
Negó sonriente. ¿Cuánto tiempo más podía mantener esa resplandeciente sonrisa?
Pasamos un rato más, y le concedí una selfie que resultaron ser diez. Sin contar las de filtros raros de SnapChat.

Comenzamos a caminar de regreso a su casa, porque yo me ofrecí a acompañarla. Aunque no me sentía obligado algo en mí interior me decía que la lleve.

—A ver—pronuncié— cinco favoritos, cinco segundos—dije desafiante.

—Acepto—dijo sin mirarme.

—Lugar, animal, color, comida, persona—hablé mirándola.

—Italia, caballo, negro, pizza, mi papá—dijo tan rápido como dejé de hablar. Era veloz.

Reí por su cara de aprobación.

—¿Italia?

—Sí, me encanta ese país— pensó.

—¿Y por eso la pizza?

—Sip—me miró— Además es lo mejor del mundo—comentó—¿Lo logré verdad?

—Sí, cinco favoritos en cinco segundos—admití.

—¿Y que gané?—quizo saber.

Cuando justo pasábamos por frente de un local con masetas llenas de flores. Corté una flor blanca y se la entregué.

—Sos bueno improvisando— dijo cuando sujetó la flor, y luego la llevó hacia su nariz para percibir su aroma.

—Sos buena en los cinco favoritos—dije y sonrió sonrojada.

Continuamos caminando hasta que ella se detuvo. La miré extrañado.

En realidad nunca me había comportado así con una chica, me gustaba ser más formal y más organizado en cuanto a mis cosas; no, no era bueno improvisando. Me gustaba tener todo planeado, y que nada se me fuera de las manos.

—¿Pasa algo?—dije.

—No, disculpa—caminó hacia mí. Sus manos temblaban un poco.

—¿Tenés frío?—me saqué mi camisa. El sol había abandonado el cielo y las luces se habían apoderado de las calles.

—Un poco—habló.

Le extendí mi camisa y se la puso por sobre los hombros.

—Me gusta la noche—dijo de la nada.

—A mí también— pensé.

—¿No te parece que de noche somos como otras personas?—preguntó y me encogí de hombros.