Capítulo 25

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Por más que no quisiera las horas pasaban condenándome a los que serían los peores meses de mi vida.

Fui a hockey, como me era costumbre, pero no pude acertar ni una bocha; porque mi cabeza estaba con Joaquín, mi mente divagaba en lo que nunca sería. Mis compañeras ni siquiera me hacían pases por lo pésimo que jugaba.

-¡Rena!-Me gritó la profesora cuando me ataba los cordones.

Corrí hasta ella cuando me hiso señas para que vaya hacia ahí.

-No estás acá, Renita, se te nota-. Puso su mano en mi hombro y la miré un poco distraída. Era verdad.

-Disculpe no es mi int...

-En unos meses va a haber un interbarrial, y quiero que juegues-me señaló con su mano libre.-Pero no te puedo poner así.

-Voy a mejorar-. Prometí sacando la transpiración de mi frente.

Volví a la práctica, y para mi desgracia, se pasó volando.
Después de ducharme en mi casa fui en un taxi hasta el departamento de Joaquín, porque él me lo había pedido así.

-Pasa-. Me sonrió cuando abrió la puerta.

Pasé y dejé mis cosas en el sillón de la sala de estar. Lo seguí hasta su habitación y vi la valija abierta sobre su cama.

-¿Ya guardaste todo?-le pregunté viendo sus cajones vacíos.

-Sí, espero no olvidarme nada-. Habló mirando la ropa doblada. Mal doblada.

Me entristecía saber que le quedaban escasas horas en Argentina. ¿Y qué haría yo? ¿Qué haría yo sino tenía su dosis diaria de besos?

-No te pongas así, Rena. Me haces sentir mal-. Al parecer mi cara reflejaba todo lo que estaba sintiendo. Se sentó en frente de mí.

-¿Tengo que estar felíz?-Dije sin ganas de hablar.

-No. Pero quiero verte bien. Con esa sonrisa de compradora que tenés-. Me acarició la mejilla y sonreí con vergüenza.

-Te hice algo...-Recordé y saqué el pendrive de mi bolsillo. Me miró confundido, pero alegre, y agarró el pendrive con forma de gato.

-¿Para mí?

-No, para la vecina, sí menso, para vos-. Hablé y rio.

-Gracias... Ya lo voya ver cuando esté allá-. Guardó el aparatito en un bolsillo y me besó la mejilla.

Se tiró encima de mí para poder repartir mejor sus besos, y así enloquecerme. Cuanto disfrutaba de aquello.

Sus manos dibujaban mi cuerpo y mis labios acariciaban los suyos; sin piedad ni vergüenza.

-Te voy a tener que dar los besos por adelantado- murmuró mientras besaba mi cuello y reí. Mordió mi cuello, de seguro quedaría una marca.

No quería separarme de él y tener que apartar nuestras bocas un segundo me aterraba, pero mi celular sonó. Giselle.

Le atendí y le informé donde estaba, sin dejar de ser besada o mordida por Joaquín. Todo mi cuello y mis clavículas eran víctimas de sus besos sin control.

Tuvimos que separarnos, e intenté rememorar cada uno de sus besos mientras regresaba a mi casa.

Iríamos juntas con Giselle al aeropuerto porque media horas después de que partiera Joaquín llegaría nuestra madre, y no era algo que nos entusisasmara demasiado; por eso no dijimos nada durante el camino.

La gente iba y venía con velocidad por todo el aeropuerto.

Joaquín iba con un grupo de amigos, que también se querían despedir de él; chicos que no conocía.

-¿Seguro que no te olvidas algo?-pregunté deseando que la repuesta fuera sí y perdiera su vuelo. O decidiera quedarse repentinamente.

-Seguro.-Miró su valija. Giselle había decidido quedarse lejos y dejar la presentación para otro momento.

-Te voy a extrañar, tucumano-. Lo abracé, tan fuerte como pude.

-Y yo a vos, jardinera-. Sus brazos grandes me encerraron para dejarme escuchar su corazón acelerado.

-Cuídate-. Pedí sin soltarlo.

-No quiero que estés con nadie más.-Habló en mi pelo y sonreí.

Poco a poco, sin prisa, nuestros brazos fueron cediendo y nuestro abrazo finalizó en nuestros dedos entrelazados. Se despidió de sus amigos sin soltar mi mano, y cuando terminó me miró. Suspiró, y me invadieron unas tremendas ganas de llorar, que venían como olas de tristeza y dolor.

Los altavoces nombraron su vuelo y sujetó mi rostro con ambas manos.

-No me voy a despedir, porque nos vamos a ver dentro de poco-. Susurró sobre mi boca y dejé que me besara.

Conectando su boca comn la mía de una manera admirable, con esa energía que provocaba cosquillas en mi estómago y hormigueaba en mi columna vertebral. Sus labios se acoplaban tan bien con los míos.
Aproveché al máximo aquel beso, el que sería el último en un largo tiempo.

Juntó nuestras manos y las mantuvo juntas lo más que le fue posible, hasta que solo la puntas de nuestros dedos apenas si se rozaban.

Me dio la espalda y se fue, dejándome hecha añicos, mis pedazos estaban por todas partes.

Antes de desaparecer, se giró a mirarme, a verme.

Ahora si dejé caer a todas esas lágrimas impacientes.
Giselle corrió hasta donde estaba y me abrazó. No quería que se fuera.

Quizá era dramática, pero me había encariñado mucho y muy rápido con Joaquín, añoraría sus besos y esa sonrisa perfecta después de decir cualquien tontería.

Esperamos treinta minutos y nuestra madre llegó, tan imponente como siempre. La abracé, intentando que me comprendiera, que por una vez me entendiera y estuviese de mi lado aunque no fuera el correcto. Pasó una mano por mi espalda y la otra en mi cabeza. Las lágrimas no serían fáciles de disimular.

-Ay, Rena, ¿Tanto me extrañaste?

Unreal | Joaquín CorreaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora