Ella se tragó de momento el argumento que iba a esgrimir y casi se alegró de hacerlo. El
solo hecho de que él estuviera cerca de ella hacía que sus emociones se tornaran
confusas.
Cinco minutos más tarde, Fernando se disculpó. Una música suave llegó de la sala. Era
música romántica.
Demasiado tarde, Lucero recordó las advertencias de alerta de su mente.
—¿En dónde está Dave? — preguntó por fin. Estaba nerviosa, ansiosa por ponerse a
trabajar. El permanecer sentada junto a él, en ese ambiente íntimo, aunque fueran las
nueve de la mañana, era estarse buscando dificultades.
Sin embargo, Fernando siguió mostrándose resueltamente sociable.
—Dave consiguió un trabajo temporal por horas, en el embarcadero — dijo Fernando, en
tono de conversación—. Esta es la época para sacar a navegar las embarcaciones. Dijo
que tú me mantenías tan ocupado, que él tenía que encontrar alguna forma de
entretenerse. — ¡Oh!
—Con alguien, apuesto. Hay muchas chicas guapas allí. — ¿Fue en ese lugar donde se
inició tu reputación? El apretó los dientes y perdió por un momento el control de sus
emociones. Todavía le faltaba mucho por construir para tender un puente de comunicación
con Lucero.
—Dave piensa que eres un donjuán — continuó ella. — Dave tiene una opinión de mí que
no corresponde a la realidad — "y tú también'', pensó Fernando, con expresión sombría
—. Era válida cuando yo estaba en la universidad. Desde entonces he madurado.
—Lo sé — suspiró Lucero, en tono de disculpa. Un accidente como el que Fernando
había sufrido era suficiente para cambiar a cualquier persona. Pero, ¿volvería a sus
antiguas costumbres una vez que su ceguera fuera curada? Fernando se quedó callado.
La música era tranquilizadora y el sofá mullido y acogedor. Lucero se estiró la falda.
Fernando extendió el brazo. — ¿A dónde vas?
El nerviosismo de él la tomó por sorpresa. Ella no parecía ser la única que estaba
esperando que pasara algo.
—Sólo me estaba acomodando — contestó ella. Si él no estaba listo para una lección, tal
vez el hablar facilitara las cosas. Si lo que ella quería era confidencias e intimidad, tal vez
ya fuera hora de expresarlo—. ¿Quieres hablarme de la explosión?
Fernando se quedó pensativo un momento.
—Tú, un puñado de inspectores del Departamento de Minas, la policía, el Departamento
de Alcohol, Drogas y Armas de fuego. ¿Quién más quiere saber sobre lo sucedido?
—¿El Departamento de Drogas y Armas de Fuego?
—Ellos regulan las explosiones, junto con media docena más de agencias del gobierno.
Se supone que no deben suceder accidentes así. Fue un cartucho defectuoso, piensan.
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Siénteme (Lucero y Fernando Colunga)
Любовные романыFernando Colunga quedó ciego en un accidente. Pero estaba seguro de que esa larga y oscura noche era temporal. Ninguna santurrona terapeuta iba a enseñarle a aceptar su incapacidad. Aun así, no puedo evitar responder como hombre al suave tacto de Lu...