—¿Y la F?
—Significa fotofobia.
—¿Qué es eso? — preguntó Dave.
—Significa que detesto que me hagan fotografías — replicó Fernando. Apretó la mano de
Lucero y ella lo miró. Fue entonces cuando recordó que ella podía verlo, como él podía
verla a ella. Debía tener mucho cuidado con lo que revelara su expresión. No quería que
ella se preocupara. Soltó su mano y cruzó los brazos, intentando parecer relajado—. El
rechazo es una remota posibilidad, ¿verdad? Quiero decir, el porcentaje de éxitos es
muy alto.
—Oh, es excelente, y el rechazo puede ser tratado.
—Y podría hacerse otro trasplante.
—Sí, Podríamos hasta llevar a cabo un programa para hacer coincidir tejidos, para
asegurarnos un éxito todavía mayor. En tanto los ojos no hayan sido dañados por el
propio rechazo...
Fernando apretó los labios con fuerza. Pero en seguida los relajó. El quería a Lucero.
Quería sacarla de ese embrollo de una vez por todas. Quería seguir adelante con su
propia vida, con la vida de ambos. Sobre todas las cosas, quería borrar esa
preocupación que había visto en su rostro al entrar. Ella no debía haber pasado por todo
aquello.
—¿En cuánto tiempo puedo estar seguro de que la operación va a funcionar?
—Un mes es lo normal.
—Un mes — repitió Fernando con voz ronca.
—Sí.
—¿Cuándo puedo volver a trabajar?
—Bueno — el doctor titubeó un poco, con la pluma sobre la historia clínica de Fernando
—. Si es correcto lo que dice aquí sobre cómo se gana usted la vida, sería aconsejable,
en mi opinión, que esperara a que pudiéramos adaptarle los lentes adecuados.
—¿Quiere decir que voy a tener que llevar gafas?
—O lentes de contacto. Además, es bastante común continuar siendo fotofóbico en
mayor o menor grado, casi indefinidamente.
—¿Qué significa eso? — gruñó Fernando.
—Significa — dijo el médico a toda prisa, consciente de la creciente tensión que había en
la habitación—, que va a necesitar usar gafas oscuras en los días luminosos.
—Por fortuna, se le ve muy sexy con gafas oscuras — intervino Lucero, en un intento
por relajar las cosas. La joven sonrió y le apretó la mano. — Todo saldrá bien.
Las dos semanas siguientes pasaron volando. Las dudas de Lucero se fueron
marchitando como las hojas del otoño. No podía dejar de observar a Fernando y el
sentimiento parecía mutuo. Cada vez que paseaban por la playa y se detenían a
contemplar un atardecer o una gaviota en vuelo, lo sorprendía mirándola fijamente.
—Déjame ver — suspiraba él y convertía las entrañas de ella en miel que fluía con
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Siénteme (Lucero y Fernando Colunga)
RomanceFernando Colunga quedó ciego en un accidente. Pero estaba seguro de que esa larga y oscura noche era temporal. Ninguna santurrona terapeuta iba a enseñarle a aceptar su incapacidad. Aun así, no puedo evitar responder como hombre al suave tacto de Lu...