—¿Lo dejas afuera toda la noche? — preguntó Lucero, andando detrás de ellos,
divertida.
Fernando encontró la cadena y enganchó el collar de Kane en ella.
—No podría retenerlo dentro en una noche como ésta.
Era una hermosa noche, comprendió Lucero. El crujido de los guijarros arrastrados por
las olas, la brisa tibia y húmeda del verano que se deslizaba por encima del agua... todo
contribuía a hacer de aquélla una hermosa noche.
—Estoy aquí — dijo, extendiendo la mano.
Fernando la encontró y se quedaron de pie, uno al lado del otro, mientras Kane chillaba y
jadeaba en su perrera.
—Hay luna casi llena. Puedo verla reflejada en tus gafas — Lucero habló con suavidad.
Le gustaba la noche y tener a alguien con quien compartirla—. Hay estrellas en el cielo.
La luz del porche está encendida.
—Es la adición que hizo a la casa quien pronto va a ser mi ex hermano,
—No digas eso. Tal vez pensó que estabas siendo atacado por una mujer temporalmente
loca, en el asiento delantero de su coche.
—El vuelve a sus clases la próxima semana.
—¿De veras?
En el silencio y en la oscuridad, con sólo sus manos tocándose, sus pensamientos
siguieron el mismo camino. Fue Fernando quien habló.
—No nos volverán a interrumpir, Lucero.
—Fernando — empezó a decir, aunque no tenía la menor idea de qué deseaba decir, o
cómo iba a decirlo.
Fernando sabía exactamente lo que él deseaba y no era nada temporal. De hecho, ese
primer paso requería todo un plan de acción. Soltó su mano y se dirigió hacia la casa.
—¿Vendrás mañana? — le preguntó.
—Yo... no pensaba hacerlo. Creo que nuestras lecciones han terminado.
Ya estaba. Le había enseñado todo lo que podía, y en el proceso había ido más allá de
las lecciones. Su ataque de celos de esa tarde sólo había demostrado lo que venía
sintiendo desde hacía semanas. Lo amaba,
—La escuela ha terminado — dijo ella en tono ligero, sabiendo que el oído de él era
agudo y el corazón de ella muy intranquilo—. Has aprendido cuanto puedo enseñarte.
"No todo", pensó Fernando, "de ningún modo".
—He aprendido todo sobre tu casa — dijo Fernando en tono casual, con las manos en
los bolsillos—. ¿Qué me dices de mi lavadora, mi lavavajillas? Todos los aparatos son
diferentes aquí. ¿Cómo voy a manejarlos cuando Dave se vaya?
Lucero se quedó de pie, con la boca abierta. Se sentía como si la hubiera golpeado una
ola particularmente fría. ¿Era todo lo que él quería de ella? ¿Lecciones? Muy bien, tal vez
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Siénteme (Lucero y Fernando Colunga)
RomansaFernando Colunga quedó ciego en un accidente. Pero estaba seguro de que esa larga y oscura noche era temporal. Ninguna santurrona terapeuta iba a enseñarle a aceptar su incapacidad. Aun así, no puedo evitar responder como hombre al suave tacto de Lu...