—¿Una mujer sensual como tú no tiene a nadie? Tal vez estás desperdiciando tu cariño
con gente que no puede corresponder a él. Tú no dejas que los alumnos se acerquen
demasiado...
—No tengo miedo.
Pero sentía la lengua como de papel, muy seca, hasta que él inclinó la cabeza, se acercó
más y sus labios se encontraron.
Ella lo esperaba, hasta había inclinado la cabeza hacia él. ¿Por qué la sacudió,
entonces? Era como un rayo que hubiera encontrado un pararrayos. Tenía las manos
sueltas a los lados, pero su boca era de él, para que la invadiera. El probó, ella aceptó. El
absorbió, ella cedió. Escapó un gemido, pero no llegó más allá de la boca de él.
Fernando extendió la mano en la cintura desnuda de ella, hasta que sus dedos tocaron la
orilla inferior de su seno y encontró el lazo en el centro de los dos. Tiró de él. No se
desató.
Fue entonces cuando la boca de él soltó la de ella.
—¿De qué color es? — preguntó con voz áspera.
—Azul. — ¿Te sienta bien?
El puso la mano en la piel desnuda de ella otra vez. Los dos temblaban.
—Sí — contestó Lucero.
La boca de Fernando estaba a pocos centímetros de la suya.
—Di eso otra vez.
Ella aclaró la garganta. Anticipaba, esperaba.
—Sí.
—Eso es lo que yo pensé que habías dicho.
La boca de él cubrió la de ella, con lentitud. El no quería pensar en cuánto tiempo había
pasado desde que deseaba hacer eso, ni cuántas veces había imaginado lo que no podía
tener:
—Quiero sentir tu piel desnuda — hizo que las caderas de ella entraran en contacto con
las de él—. Quiero que sientas todo lo que me estás haciendo.
No tan evidente, pero no por eso menos intenso, era lo que él le estaba haciendo a ella.
Lucero sentía las rodillas débiles, ¿o era el movimiento de la lancha?
—Fernando, esto va demasiado de prisa.
—¿Sabes lo que quiero?
Ella no se atrevió a decirlo.
Fernando percibió el deseo creciente de ella. Lucero acarició su pecho con la palma de
la mano, mientras su otra mano se introducía en el cabello de él, arrancándole un
gemido ronco.
El cuerpo de ella, voluptuoso y cálido, se adhirió al suyo en un movimiento zigzagueante
que él no necesitaba ver para apreciar. Lo sintió a todo lo largo de su masculinidad. Lo
escuchó, mientras liberaba un seno de su bikini y lo tocaba. Lo besó, lo acarició con los
labios, tratando en vano de llenar su boca con él.
Había algo en ella que él necesitaba con desesperación. Ella creía en él, tal como estaba,
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Siénteme (Lucero y Fernando Colunga)
RomansaFernando Colunga quedó ciego en un accidente. Pero estaba seguro de que esa larga y oscura noche era temporal. Ninguna santurrona terapeuta iba a enseñarle a aceptar su incapacidad. Aun así, no puedo evitar responder como hombre al suave tacto de Lu...