Capítulo 7

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—Gracias por decir eso — comprendió que era sorprendentemente fácil hablar con él, aun sin el intercambio visual. Quisiera haberte tenido cerca en aquel entonces. Me habrías ahorrado muchos problemas.
—¿Por qué?
—Yo siempre he sido lo que mi madre llama "artística". En el vocabulario de ella significa usar ropa bohemia extraña, hecha por amigos que se dedican a la decoración de telas, usar muchas joyas y mucho colorido. Por supuesto, no era una mujer de estilo refinado y correcto. Ken quería que cambiara y yo quería cambiar para retenerlo. Estaba ansiosa de adaptarme a su ambiente - suspiró, mientras recordaba brevemente el pasado—. Él me abandonó, de todas formas.
El rostro de Fernando era inescrutable.
—Debe haber sido muy duro.
—Todos somos más fuertes de lo que creemos. Es una frase trillada, pero cierta. Ahora sé que nunca habría sido feliz de ese modo. Ahora soy yo misma, sin disculpas.
Estaba a punto de añadir algo, pero no lo hizo; lo tomó del brazo y empezaron a andar.
Algunas veces hubiera querido poder volver al pasado, ser tan adaptable como solía serlo, estar dispuesta a alinear su opinión con la de los otros. Ya no lo hacía. Era franca y honesta, y sus verdaderos amigos la apreciaban por eso. Pero algunas personas, miró a Fernando con cierta desconfianza, no encontraban fácil aceptarlo. Algunos hombres, se recordó a sí misma, querían una mujer más a su propia imagen.
Aunque cayeron en el silencio, Lucero no consideró necesario llenarlo con conversación intrascendente. A Fernando le gustó eso. Le gustó también la forma en que ella adaptabasus pasos a los de él. El procuró caminar por la parte en que la arena era compacta, a la orilla del agua. Eso significaba que ella permanecía cerca, a su lado. Se sentía bien teniéndola allí. Cierto. Tal vez demasiado bien. De vez en cuando, el dorso de la mano de ella tocaba la cintura desnuda de él. Fue entonces cuando comprendió que su propia mano había cubierto la de ella. Su perfume seguía allí, llegaba hasta él de forma tentadora cuantas veces disminuía la brisa.
—Tus amigos artistas hacen ropa, cascabeles y brazaletes. ¿También hacen perfumes?
La mano de él se había levantado y captó el asentimiento de Lucero.
—Este hace un poco de todo — dijo. Se quedó de pronto sin aliento, cuando él levantó su cabello y se inclinó cuidadosamente hacia delante para inhalar el delicado aroma de
su cuello.
"Eso fue accidental", se dijo ella, cuando los labios de él rozaron su piel. Trató de respirar con suavidad, cuando se dio cuenta de lo peligrosamente cerca que estaban sus senos de tocar el pecho de él, aunque deseaba de forma dolorosa que lo hicieran.
Las rápidas respiraciones de él rozaron su cuello; ella cerró los ojos. El tenía la mano en el hombro de ella, para detenerla, como si ella hubiera tenido intenciones de moverse.
Debía estar completamente loca.
—Fernando.
El volvió la cabeza al mismo tiempo que ella. Sus mentones chocaron. Turbado, él retrocedió. Su mano cayó. Sus dedos rozaron accidentalmente el seno de ella y descubrió el pezón erecto.
Por cinco estremecedores segundos nada fue dicho.
—Oh, lo siento — murmuró él, y el color subió a su rostro.
—No tienes por qué sentirte turbado — dijo ella en voz baja, tanto para sí misma como para él.
—¿De qué? — él echó hacia atrás los hombros.
—¿Por qué no ser sinceros?
—Yo lo soy — insistió él, dando un tirón a la correa de Kane.
—Me has tocado el pecho y te sientes turbado por eso, También estás enfadado contigo mismo por hacer algo tonto.
¿Enfadado? Se sentía mortificado, turbado y furioso. Y torpe como un chico de quince años en el cine. ¿Dónde había quedado su habilidad para tratar a las mujeres? Sólo porque no la había utilizado en las últimas fechas no podía significar que la había perdido por completo. Si todo hubiera sido normal, ¿qué habría hecho en esa situación?
Usar el sentido del humor.
—No me los describiste. Es agradable saber cómo es con quien estoy hablando.
Caramba, eso había sonado grosero. Tal vez ella le daría una bofetada, en lugar de la compasión o la repulsión que imaginó en sus ojos.
Lucero pensaba que Fernando trataba de disimular su turbación. No estaba
completamente segura. Ella había disfrutado de su contacto. El que no debía haberlo hecho no cambiaba nada. El recuerdo de la sensación todavía cosquilleaba en su piel, mientras sus senos subían y bajaban contra la tela de su vestido.
El era muy atractivo, muy varonil. Sin importar los esfuerzos que hiciera por no pensar en eso, en bien de su relación, su cuerpo no la obedecía.
—Supongo que las lecciones privadas no van a funcionar — dijo él, interpretando el silencio de ella. Su rostro estaba inmóvil, inescrutable. Convencido de que a Lucero la había turbado toda esa escena, Fernando sabía con exactitud hacia dónde iba con ella. A ninguna parte.
—¿Te puedo preguntar por qué no?
—Eso es evidente — contestó Fernando—. Soy demasiado torpe. Y sucumbo con facilidad a la tentación.
De forma descuidada pasó la parte posterior de los dedos por el seno de ella, otra vez, y le sorprendió la rapidez con que su pezón se endureció. Ella respondía a él. Y él podía sentir que su propio cuerpo estaba respondiendo. Tal vez no era una causa perdida.
Lucero retrocedió con torpeza.
—Podemos... debemos mantener esto estrictamente a un nivel de maestra y alumno.
No por parte de él, se prometió Fernando en silencio. Empezaba a comprender cuánto necesitaba que alguien reaccionara a él como hombre, que lo convenciera de que era tandeseable, tan fuerte y tan normal como siempre. No quería su compasión, quería su respuesta. Y la estaba obteniendo.
Sintió que su confianza aumentaba. Sabía, con la misma seguridad con que el sol le daba en la espalda, que ella no aceptaría que él la cortejara de forma directa. Ella quería enseñar. Muy bien, él le seguiría la corriente. Dejaría que le enseñara alfarería y a fregar los platos. Mientras tanto, él le demostrarla a ella que seguía siendo tan hombre como siempre. O tal vez más.
—¿Mañana a las diez, entonces?
Lucero asintió, clavada en el lugar donde se había quedado. El le tocó el brazo. Su pulgar rozó el interior de su codo, haciendo cosas extrañas al pulso que palpitaba dentro.

Siénteme (Lucero y Fernando Colunga)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora