Después de dos años en la universidad, Ann Arbor era como su propia casa para Dave, así que cuando Fernando, incómodo y gruñón, los echó de su habitación del hospital al día siguiente, Dave se dedicó a enseñar la ciudad a Lucero.Más por hábito que por pensamiento consciente, Dave se detuvo frente a Pizzas Bell.
—¿Quieres una pizza?
—No creo que haya recibido nunca una invitación más amable — dijo Lucero en tono burlón. Dave no hizo caso del sarcasmo y recitó una vez más los pronósticos optimistas del médico.
—Fernando debe ver en cuanto le quiten las vendas. ¡Vaya, hasta es posible que pueda conducir, de regreso a casa!
—Por favor — dijo Lucero riéndose—. Ya tuve que navegar en esa lancha con él.
—Está bien, tal vez todavía no, pero dentro de una semana o dos, podrá hacerlo, con gafas. Milagros de la ciencia moderna, ¿eh?
—Si. Sólo continúa repitiendo eso.
Pidieron. Y esperaron.
Lucero jugueteó con una servilleta de papel, deseosa de disponer de un poco de buena arcilla firme para tener las manos ocupadas.
—Cuando esté mejor, tendrá que volver a trabajar, ¿verdad?
Era la gran pregunta. Miró a Dave, por encima de la mesa.
El se encogió de hombros y se echó hacia atrás en la silla.
—Así que — insistió ella, pensando si Dave rehuía el tema a propósito—, respecto al trabajo de Fernando. ¿Está planeando volver a la Península Superior?
—¿No ha hablado de eso contigo todavía?
—Ha estado esperando la operación — contestó ella, bajando los ojos.
Dave murmuró una maldición.
—Perdona mi lenguaje, pero la delicadeza no es exactamente una característica de la familia. Tal vez se deba a que es una familia fundamentalmente de hombres. No sé. No siempre decimos lo que queremos decir.
Lucero dejó de juguetear con un tenedor de plástico y entrelazó las manos en su regazo.
—Fernando ha tenido suficiente experiencia con mujeres. Cualquiera pensarla que ha aprendido, desde hace mucho tiempo, a decir lo que ellas quieren oír.
Dave se estremeció.
—Oh, las mujeres. Bueno, tú conoces a Fernando.
—¿Crees que lo conozco?
—Claro que sí. Solía ser mujeriego, pero ahora es más sutil — Dave hizo una mueca ante el sonido de sus propias palabras—. Ya no es tan alocado como yo recuerdo.
—Eso podría deberse al accidente — hizo notar ella.
—Yo creo que se debe a ti.
Dave esperaba no estar cometiendo una indiscreción. Se había dado cuenta del efecto que Lucero tenía en su hermano.
—Está bien — dijo Lucero. Suspiró y le dirigió una mirada comprensiva. Levantó un trozo de pizza de la caja y cortó el queso fundido con los dedos—. Debía estar discutiendo esto con Fernando, no contigo.
—¿Sabes? — empezó Dave, bebiéndose media Coca–cola—, no sé si voy a explicarme bien, pero cuando nuestra madre estaba enferma, Fernando trataba de protegerme de todo. Yo tenía sólo cinco años entonces, pero creo que me habría gustado saber más de lo que estaba sucediendo. El no lo consideró así. El se echa a los hombros todo, nunca comparte sus problemas. Esa es su forma de proteger a la gente que quiere.
—Gracias por incluirme en el grupo — dijo Lucero y le tocó el brazo.
Dave mordisqueó un poco de pizza y arrojó lo que quedaba del trozo en la caja.
—Si, pero, ¿qué sucede cuando deja afuera a la gente que esta tratando de proteger?
Lucero comprendió que no era la única dolida por la determinación de Fernando de hacer todo solo.
—Todo saldrá bien. Pronto tendrás a tu hermano de regreso, como nuevo.
Cuando volvieron al hospital, Fernando se encontraba sentado en la cama. El doctor T, como Dave había decidido llamarlo, estaba en el extremo opuesto de la cama. Una enfermera se hallaba enrollando las vendas que le habían quitado.
Ya no tenía las vendas puestas. Pero se había vuelto a poner las gafas oscuras.
—Déjelas puestas, para evitar tocarse o golpearse los ojos accidentalmente — estaba
diciendo el doctor—, Su voz tranquilizadora, con un leve acento oriental, le llegó a través de la habitación.
Fernando volvió la cabeza. De pie, paralizada en el umbral, Lucero lo miraba fijamente.
¡Le habían quitado las vendas!
—Con permiso — dijo él con voz ronca. Se volvió de espaldas a ellos y bajó las piernas de la cama. Caminó a todo lo largo de la cama, se dio la vuelta y avanzó hacia ella. No era la forma en que estaba acostumbrado a verlo andar.
A él no tenían que decirle que era ella. Algo en la forma en que tenía unidas las manos, los brazaletes; el color de su suéter, por sí solo, molestó sus sensibles ojos.
Se veía borrosa, pero empezaba a aclararse. Tenía que acercarse para ver la expresión de sus ojos.El iba con el pecho desnudo, pensó Lucero en forma irrelevante. Se había negado a usar "esas horribles batas del hospital", de modo que vestía pantalones cortos. El se detuvo frente a ella, tan cerca que tuvo que levantar la vista para mirarlo. Fue entonces cuando sus ojos se llenaron de lágrimas. Parpadeó para librarse de ellas; tenía que saber.
—¿Puedes? — sentía que se ahogaba.
Ya junto a ella, Fernando seguía viéndola borrosa. Quería parpadear, pero temía que desapareciera. Era más baja de lo que se había imaginado, tal vez porque estaba de pie junto a Dave. Su cabello era castaño, su suéter un estallido de púrpuras, rosas y azules. Oyó tintinear los brazaletes cuando se limpió algo de la mejilla. El tocó sus hombros. La textura áspera y peluda del suéter tejido a mano resultó familiar a sus dedos.
— Ya te has puesto éste antes. Ella asintió con la cabeza.
Era gracioso que él tuviera que tocarla, que oírla, para confirmar lo que sus ojos podían ver.
—¿Puedes verme? — murmuró ella, sabiendo que era cierto. Todo lo que él tenía que hacer era decir las palabras. En cambio, tocó su cabello.
Su pelo era rizado, esponjoso y abundante, más hermoso de lo que había supuesto. Introdujo los dedos en él. El quería bromear acerca de su cabello, pero aun a través de lo borroso de la imagen, podía notar rastros de incertidumbre en los ojos de ella. ¿Con cuánta frecuencia la incertidumbre había estado allí sin que él lo supiera? ¿Cuántas veces lo había herido sin intención, mientras estaba enfrascado en sus propios problemas?
—¿Cuantas veces me has mirado así y he estado demasiado ciego para verlo? —
¡Fernando!
El encontró su boca, o ella encontró la de él. Con los brazos entrelazados uno alrededor del otro, no fue difícil. Fernando la apretó contra él, deseando poder borrar todo momento de irritación, todos lo momentos que había desperdiciado sin reír, tocarse y abrazarse como lo estaba haciendo ahora.
— Lucero, mi amor...
Dave estrechó la mano del doctor, sometiéndolo al mismo tipo de abrazos y palmadas en la espalda que habría intercambiado con Fernando si su hermano no hubiera tenido algo mejor que hacer con los brazos en esos momentos.
— ¿Por qué no nos dijiste que te iban a quitar las vendas tan pronto? La enfermera nos prometió. — Obligué al doctor a quitármelas antes. No quería que ustedes tuvieran que soportar esto.
Ella tomó la cara de él con firmeza en las manos.
—¡Caramba! ¿Cuándo vas a comprender que puedes compartir los malos ratos también?
Para eso estamos aquí.
ESTÁS LEYENDO
Siénteme (Lucero y Fernando Colunga)
RomansaFernando Colunga quedó ciego en un accidente. Pero estaba seguro de que esa larga y oscura noche era temporal. Ninguna santurrona terapeuta iba a enseñarle a aceptar su incapacidad. Aun así, no puedo evitar responder como hombre al suave tacto de Lu...