—Ya me las arreglaré.
—¿Cómo? ¿Te está enseñando algo? ¿O explotas cada vez que encuentras una dificultad, hasta que él se echa para atrás y lo hace todo?
Ella había dado en el clavo. Dave quería armonía y tranquilidad. Prefería servir a su hermano, que discutir con él.
—Yo tengo experiencia, Fernando. Puedo aceptar la furia.
—¿Por eso me echaste de tu clase?
—Tú molestaste a otro alumno. Eso no está permitido.
—No lo vi.
Ambos dejaron pasar esa excusa. Ella guardó silencio.
—Pensé que todos se hablan ido, que estábamos solos— dijo Fernando por fin. "Lo pensé, lo deseé, lo temí".
—Entonces, ¿la rabieta era en mi honor?
Sí. Era a causa de ella, porque era una mujer que él deseaba de forma irrazonable y no podía tener.
—No funcionará, sea cual sea tu proposición. ¡Kane, a casa!
El perro se dirigió hacia donde él quería ir, tras una parvada de gaviotas que descendía hacia la playa.
—Van en sentido equivocado — exclamó Lucero.
—Indícanos cuál es la dirección correcta y olvídalo, ¿quieres?
—No, no quiero.
El pensó que podía oír cómo ella se cruzaba de brazos. Los brazaletes tintinearon y después enmudecieron. Su voz se volvió tensa.
—Yo te puedo enseñar todo lo que necesitarás saber cuando Dave se haya ido. Todo lo que necesitas para la vida diaria, lo aprenderás. Cómo manejar una lavadora, por ejemplo.
—Yo sé cómo. No volveré al hospital.
—Acepta mi proposición y no tendrás que hacerlo. Estoy hablando de mi casa. Es mejor que cualquier salón de clases.
Kane quería perseguir a las gaviotas. Fernando lo dejó, siguiéndolo desde el extremo opuesto de la correa. Llena de ansiedad, Lucero mantuvo el paso al ritmo de los de ellos.
—¿Y si vuelco un cubo de agua sucia en tu sala?
—Mi estudio es a prueba de mugre.
—¿Tu estudio está en tu casa?
—Casi adjunto a ella. En realidad es un garaje con calefacción, suelo de hormigón, homo y fregadero.
—Podría romper muchos objetos de alfarería, ¿sabes?
—No voy a transformar mi casa a prueba de errores de Fernando, por ti. Tú tendrás simplemente que aprender a vivir con lo que hay allí.
Lucero sonrió. Era una filosofía disfrazada.
—Así que ahora voy a vivir allí — dijo él.
—Todos los días, de diez a dos. Prepararemos la comida, fregaremos los platos, lavaremos la ropa sucia, haremos todas las cosas que necesitas aprender. Hasta tal vez hagamos algunos cacharros. El único problema es que tendrás que soportarme.
Kane, que había llegado y se había detenido frente a donde estaban las escandalosas gaviotas, se lanzó hacia ellas.
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Siénteme (Lucero y Fernando Colunga)
RomansaFernando Colunga quedó ciego en un accidente. Pero estaba seguro de que esa larga y oscura noche era temporal. Ninguna santurrona terapeuta iba a enseñarle a aceptar su incapacidad. Aun así, no puedo evitar responder como hombre al suave tacto de Lu...