Fernando suspiró.
—¿Es mi turno?
—Es tu perro.
Sola por un momento, se quedó sentada delante de la chimenea saboreando el vino y el
amor. Dio vuelta a la copa en sus manos, pensando en el calor que producía el vino, el
fuego y los ojos castaños.
Fernando había dicho que la amaba.
—¿Tan pronto de regreso?
—Va a quedarse encadenado esta noche. Puede dormir en la perrera o ladrarle a la luna.
—Ya veo que adoras a los animales.
Ella tenía razón... el hablar ayudaba mucho. Fernando se sentía más cerca de ella, libre
de secretos. La amaba. Y mientras hacían el amor frente a la chimenea y más tarde en
una cama calentada por sus cuerpos, se lo dijo una y otra vez.
Fernando se despertó en mitad de la noche. El vino le había producido dolor de cabeza,
pensó. Generalmente no era así, pero hacía mucho tiempo que no tomaba vino. Lucero
estaba satisfecha, dormida y acurrucada junto a él en la oscuridad. El podía sentirla allí,
tal como había soñado mucho tiempo antes que en realidad la tuviera.
Como no quería despertarla, se levantó con cuidado de la cama y la arropó bien. Hurgó
entre la ropa que había dejado al pie de la cama. Entonces recordó los anillos que metió
en el bolsillo posterior de sus vaqueros. Después de tocarlos una vez, para que le dieran
buena suerte, los escondió en el cajón del tocador. En cuestión de unos días, volvería
por ellos. Proponerle matrimonio, una perspectiva que antes lo aterraba, parecía ahora
una cosa fácil. Ella prácticamente había dicho que sí la noche anterior. ¿Podría un
centenar de "te quiero", expresar lo que ella significaba para él? Hubiera querido
despertarla y decírselo; pero prefirió callar.
Ella continuaba acostada de lado, con la cara vuelta hacia el cuarto de baño. El cerró la
puerta con cuidado, antes de encender la luz. Con un estallido de maldiciones, se llevó
rápidamente una mano a los ojos. ¿Por qué no se había puesto las gafas oscuras? Esa
luz blanca lo deslumbraba. Una mirada fue todo lo que necesitó.
Sus ojos estaban enrojecidos. Totalmente inyectados en sangre donde debían estar
blancos. Se quedó de pie, mirándose. La luz penetraba en él como si fuera un cuchillo.
No le importó. El dolor que había confundido con un dolor de cabeza no era nada
comparado con el pánico. "ECAF. Enrojecimiento. Cambio de visión. Ardor. Fotofobia".
Había pasado media hora cuando abrió la puerta del cuarto de baño y dejó que un rayo
de luz cayera sobre Lucero. Le dio un vuelco el corazón. Era hermosa, increíblemente
adorable y él la había descubierto cuando estaba ciego. "Puede un hombre ser tan
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Siénteme (Lucero y Fernando Colunga)
Roman d'amourFernando Colunga quedó ciego en un accidente. Pero estaba seguro de que esa larga y oscura noche era temporal. Ninguna santurrona terapeuta iba a enseñarle a aceptar su incapacidad. Aun así, no puedo evitar responder como hombre al suave tacto de Lu...