Capítulo 34

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Fernando suspiró.

—¿Es mi turno?

—Es tu perro.

Sola por un momento, se quedó sentada delante de la chimenea saboreando el vino y el

amor. Dio vuelta a la copa en sus manos, pensando en el calor que producía el vino, el

fuego y los ojos castaños.

Fernando había dicho que la amaba.

—¿Tan pronto de regreso?

—Va a quedarse encadenado esta noche. Puede dormir en la perrera o ladrarle a la luna.

—Ya veo que adoras a los animales.

Ella tenía razón... el hablar ayudaba mucho. Fernando se sentía más cerca de ella, libre

de secretos. La amaba. Y mientras hacían el amor frente a la chimenea y más tarde en

una cama calentada por sus cuerpos, se lo dijo una y otra vez.

Fernando se despertó en mitad de la noche. El vino le había producido dolor de cabeza,

pensó. Generalmente no era así, pero hacía mucho tiempo que no tomaba vino. Lucero

estaba satisfecha, dormida y acurrucada junto a él en la oscuridad. El podía sentirla allí,

tal como había soñado mucho tiempo antes que en realidad la tuviera.

Como no quería despertarla, se levantó con cuidado de la cama y la arropó bien. Hurgó

entre la ropa que había dejado al pie de la cama. Entonces recordó los anillos que metió

en el bolsillo posterior de sus vaqueros. Después de tocarlos una vez, para que le dieran

buena suerte, los escondió en el cajón del tocador. En cuestión de unos días, volvería

por ellos. Proponerle matrimonio, una perspectiva que antes lo aterraba, parecía ahora

una cosa fácil. Ella prácticamente había dicho que sí la noche anterior. ¿Podría un

centenar de "te quiero", expresar lo que ella significaba para él? Hubiera querido

despertarla y decírselo; pero prefirió callar.

Ella continuaba acostada de lado, con la cara vuelta hacia el cuarto de baño. El cerró la

puerta con cuidado, antes de encender la luz. Con un estallido de maldiciones, se llevó

rápidamente una mano a los ojos. ¿Por qué no se había puesto las gafas oscuras? Esa

luz blanca lo deslumbraba. Una mirada fue todo lo que necesitó.

Sus ojos estaban enrojecidos. Totalmente inyectados en sangre donde debían estar

blancos. Se quedó de pie, mirándose. La luz penetraba en él como si fuera un cuchillo.

No le importó. El dolor que había confundido con un dolor de cabeza no era nada

comparado con el pánico. "ECAF. Enrojecimiento. Cambio de visión. Ardor. Fotofobia".

Había pasado media hora cuando abrió la puerta del cuarto de baño y dejó que un rayo

de luz cayera sobre Lucero. Le dio un vuelco el corazón. Era hermosa, increíblemente

adorable y él la había descubierto cuando estaba ciego. "Puede un hombre ser tan

Siénteme (Lucero y Fernando Colunga)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora