Fernando no sonreía, no bromeaba, ni coqueteaba. Parecía distante. Estaba esperando
algo, alguna señal de ella. Una señal que ella no podía darle.
Fernando escuchó mientras ella preparaba sus cosas. Hubiera querido que soplara el
viento, para que sonaran más las campanitas. Había algo mágico, algo de ella en el
sonido, que decía cosas que ella era demasiado cauta para decir. Al menos, a él le
gustaba pensar eso.
—¿Qué estás haciendo?
—Estoy encendiendo el horno.
—¿Hay algo que pueda hacer yo?
Ella tenía que ser sincera.
—En realidad, no mucho por ahora. Esta parte es básicamente visual. Voy a pintar un
poco a mano y a barnizar, mientras otras piezas están en el fuego.
Lucero trató de trabajar y de observarlo al mismo tiempo... el vello de sus brazos, sus
fuertes piernas, el pie que golpeaba revelando su inquietud!
Las campanitas sonaron. El se volvió y escuchó. Kane levantó la nariz, para olfatear el
aire, pero no se movió de su sitio. Pasaron así unos cuantos minutos
más.
—¿Qué haces ahora? — preguntó él.
—Voy a poner esta pieza en el horno.
El oyó el rugido y el siseo del fuego. Nunca había notado antes que el calor tenía sonido.
El olor seco hizo que sus fosas nasales se distendieran.
Lucero cerró la pesada puerta con fuerza y puso a funcionar un medidor de tiempo.
—Mis ojos están bien — dijo Fernando, a propósito de nada. Tal vez ella se estaba
preguntando cómo estarían. Quizás eso la estaba frenando un poco. El temor a su
aspecto sin gafas podía ser una razón superficial, pero era comprensiblemente humana
y fácil de perdonar—. Tienen un aspecto lechoso, según me han dicho. Pero se pondrán
normales después de la operación. Son castaños.
—Oh.
La mandíbula de él estaba rígida, su puño cerrado sobre su muslo. Se rascó la barba
hasta que ella pensó que se la arrancaría. Quería terminar esas piezas antes de comer;
pero él se estaba sintiendo inútil y ella estaba perdiendo la mitad del tiempo
contemplándolo.
—¿No te gustaría hacer algo?
—¿Cómo qué? — su voz era suave, su rostro tranquilo, aunque con una sonrisa un poco
amarga.
—Me refería a algo útil. Pareces aburrido.
¿Aburrido? "Nena estoy listo para explotar", pensó él burlonamente.
—¿Qué tal si preparas la comida? Ayer lo hiciste con gran facilidad. Pensé que podrías
intentar hacerlo solo hoy.
—De acuerdo.
Fernando se levantó de la silla y se dirigió hacia la puerta.
Lucero suspiró y se pasó una mano por el pelo. Nunca dejaba de maravillarla cómo
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Siénteme (Lucero y Fernando Colunga)
RomansaFernando Colunga quedó ciego en un accidente. Pero estaba seguro de que esa larga y oscura noche era temporal. Ninguna santurrona terapeuta iba a enseñarle a aceptar su incapacidad. Aun así, no puedo evitar responder como hombre al suave tacto de Lu...