—Ven a comer tu almuerzo.
Por la forma en que se aceleró el pulso de ella era como si él hubiera dicho: "Ven a
conocer tu almuerzo".
Lucero se encaramó con todo cuidado en el extremo más lejano del asiento.
Fernando sonrió y se rascó la barba.
—Háblame más de tu ex marido.
Lucero lo miró sorprendida, pero comprendió que tenía que responder a la pregunta.
—Eso es muy específico, ¿no?
El se encogió de hombros.
—"Cuéntame más sobre ti misma", me pareció muy impertinente.
—Pero más fácil de contestar.
—Con respuestas superficiales.
Fernando se bebió el resto de su cerveza, con el ceño fruncido. Tal vez estaba haciendo
las cosas mal. Era difícil calibrar las reacciones de ella, cuando estaba literalmente en la
oscuridad.
La pausa dio a Lucero una disculpa para buscar en la nevera otra cerveza.
—Ten cuidado al abrir ésta.
—¿Fue una pregunta equivocada? — preguntó él con cautela—. Siento mucho si me
estoy entrometiendo.
—No, no es eso. Son recuerdos dolorosos.
—¿No fue el gran amor de tu vida?
—Estuve enamorada antes — dijo ella, sentándose de nuevo junto a él—. Y estoy segura
de que volveré a enamorarme otra vez. Sólo que cada vez es más difícil.
—Son las cicatrices las que duelen — dijo él en voz baja.
—¿Tú has estado casado?
El negó con la cabeza.
—Viví con una mujer, hasta que me trasladé a la Península Superior. Es un lugar alejado
y ella no quiso ir conmigo.
Apretó la mano alrededor de la lata de cerveza.
—Pensé que esa relación funcionaría — dijo Fernando, hundido en sus pensamientos.
—¿Esa? ¿Cuántas ha habido? — preguntó en tono ligero.
El se echó a reír a carcajadas.
—¡Centenares! Qué tacto, Lucero.
—Das la impresión de que deben haber sido docenas, por lo menos.
—¿De veras? — la hubiera contemplado en esos momentos si hubiera podido. Al menos,
en las ocasiones en que él había coqueteado así, las cosas le habían salido bien. Ella
sabía que era capaz de eso—. Déjame ver si las puedo contar todas...
Murmurando cada número, se contó los dedos de las manos. Después cruzó un tobillo
sobre su rodilla para contar los dedos de su pie.
Eran dedos largos, huesudos, masculinos, notó Lucero, salpicados de vello castaño
oscuro. Ella nunca había considerado los dedos de los pies particularmente sexys. Por
eso le sorprendió imaginarse tocando esos dedos, uno por uno. Una vez que terminó
con el segundo pie, Fernando gruñó.
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Siénteme (Lucero y Fernando Colunga)
RomansaFernando Colunga quedó ciego en un accidente. Pero estaba seguro de que esa larga y oscura noche era temporal. Ninguna santurrona terapeuta iba a enseñarle a aceptar su incapacidad. Aun así, no puedo evitar responder como hombre al suave tacto de Lu...