—¿No encuentras lo que buscas? — preguntó ella después de un momento.
El lanzó una maldición cuando varios objetos cayeron al lavabo.
—No puedo encontrarlos.
Lucero entró.
Como había oído desde abajo todo el ruido, Kane subió saltando hacia el pequeño
cuarto de baño, empujando a Lucero hacia Fernando.
—¡Abajo!
—Espero que estés hablando al perro — murmuró Lucero en tono burlón.
Kane se dirigió a la otra habitación y se acomodó en su posición acostumbrada, al pie de
la cama.
Fernando movió la cabeza de un lado a otro, conteniendo a duras penas una sonrisa. La
que se suponía que iba a ser una mañana excitante en la cama, su primera vez, lo que
era todavía más importante... se estaba convirtiendo en una pesadilla.
Sintió que Lucero se acercaba a él por detrás. Le rodeó la cintura con los brazos y se
pegó a su cuerpo. La impresión, la intimidad de sentir piel contra piel, hizo que volviera a
excitarse. Eso le recordó que todavía estaba muy lejos de haber terminado.
—Eres muy sexy desnudo.
—Así lo esperó — dijo él. Eso provocó la risa de ella. Fernando levantó un paquete de
papel aluminio—, ¿Es esto lo que creo que es? No me gustaría ponerme una toallita
perfumada.
Lucero se rió con tanta fuerza que sus senos temblaron contra la espada de él.
Fernando se sintió todavía más excitado. — Haz eso otra vez.
Las sonrisas de ambos se esfumaron cuando ella se frotó lentamente contra él.
—Están tan sensibles que me duelen — confesó ella.
—¿Hay algo que pueda hacer?
—Podrías besarlos para que mejoraran.
El le paso el paquete por encima del hombro.
—Las damas primero.
Ella lo abrió, y sus manos realizaron el trabajo, suavizando, adaptando y admirando.
Cuando ella terminó, él no pensaba que los simples besos mejorarían nada.
—¿Se siente bien eso?— preguntó Lucero.
—Puedo pensar en mejores cosas dentro de las cuales estar.
Lucero presionó la mejilla contra su pecho y miró la cama arrugada. Estaban listos; no
había modo dé retroceder ahora. Tal vez el temor y la incertidumbre serían siempre parte
de los sentimientos que él despertaba en ella.
El la abrazó al sentir su vacilación.
—No espero que digas que me amas.
—Pero...
—No lo digas porque se espere que lo hagas. Los dos somos adultos.
Lucero se prometió a sí misma que él nunca sabría lo mucho que eso le había dolido.
—Ni siquiera me lo has preguntado y ya sabes cómo me siento. El le acarició la mejilla.
—Sólo te pido que no lo decidas ahora. Hay cosas que puedo hacer, pero no puedo ser
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Siénteme (Lucero y Fernando Colunga)
RomansaFernando Colunga quedó ciego en un accidente. Pero estaba seguro de que esa larga y oscura noche era temporal. Ninguna santurrona terapeuta iba a enseñarle a aceptar su incapacidad. Aun así, no puedo evitar responder como hombre al suave tacto de Lu...