—Llevas esas sandalias japonesas en la mano izquierda. Siento la arena qué cae sobre
mí pierna cuando las mueves.
—Oh, lo siento.
Y de verdad lo sentía. Especialmente después de mirar esas piernas.
—¿Quieres que te describa algo más? — preguntó él.
—No traigo puesto nada más... — la sangre se precipito a sus mejillas. Sabía que si se
detenía a mirar la sonrisa que había aparecido en el rostro de él, se quedaría allí durante
horas. Por fortuna, el perro intervino, tirando hacia la derecha y jadeando de excitación
—. Parece que Kane quiere dirigirse hacia arriba — dijo.
El estado de ánimo de Fernando cambió bruscamente. Tenía que prestar más atención al
lugar donde se encontraba. Ya no podía pasear por la playa, sin rumbo fijo, pensando,
resolviendo problemas.
—Con toda probabilidad se dirige a la cabaña — dijo.
—¿Cabaña? Es una casa preciosa, de revista de decoración. Tejado de dos aguas,
grandes ventanas, muros blancos y una valla blanca. El le dio en silencio las gracias por
la descripción. Era su casa. — La valla impide que la arena dé contra la casa. Kane lanzó
ladridos hasta que llegaron a la puerta. Hubo una pausa incómoda mientras Fernando se
enredaba la correa en la mano. Tenía que darle las gracias por haberlo acompañado
hasta allí. El solía ser un hombre cortés; en las últimas fechas odiaba tener que dar las
gracias. Cada palabra de agradecimiento parecía un barrote más en su jaula.
—Discúlpame si no soy bueno para esto. No siempre he dependido de la bondad de los
extraños.
Lucero sonrió. Sabía que aunque él no viera su sonrisa, la oiría en su voz. Le tocó el
brazo para reforzarla.
—Nos seguiremos viendo, Fernando dijo, en tono suave, pero resuelto—. Cuando no
estoy trabajando en el hospital, estoy en mi estudio, que queda al otro lado de la playa.
El asintió con la cabeza, pero no prometió nada. Entonces un joven salió de la casa y
corrió por el camino hacia ellos. — ¿Quién es? — preguntó Lucero.
Fernando murmuró entre dientes. Sabía que su hermano Dave, que debía estar ya viendo
a la mujer que lo acompañaba, haría la misma pregunta. Dave, en efecto gritó en voz alta:
—¿Y quién es esta hermosa dama? — usaba su voz y su estilo más refinado, o al menos,
el que un muchacho de veinte años como él consideraba refinado—. ¿Todavía haciendo
conquistas en la playa, hermano? Fernando se estremeció.
Ella extendió la mano y se la estrechó con firmeza. — Soy Lucero Hogaza, terapeuta de
arte en el hospital. Hemos estado persiguiendo a su hermano, pidiéndole que vaya a
vernos.
—Oh, ¿sí? ¿Y por qué no vas, hermano?
Fernando frunció el ceño con expresión furiosa.
—Era lo que me faltaba, que me fastidien también en casa.
—Podría ser divertido — dijo Dave, encogiéndose de hombros. Miró a Lucero de arriba a
bajo y se ruborizó cuando ella lo sorprendió en la inspección.
—¿Estás viviendo aquí Dave? — preguntó Lucero.
—Sí. Hasta que terminen las vacaciones.
Charlaron unos minutos. Fernando escuchó. Lucero se despidió.
Mientras ella se alejaba por la playa, Kane se dedicó a rascar bajo el poste de la valla.
—Se está despidiendo con la mano — dijo Dave a su hermano mayor.
—Sensacional.
—Otro día, otro día de buen humor.
—No repitas lo que dice mamá.
—Tal vez es lo que necesitas. Una madre, quiero decir.
La leve discusión bonachona se apagó. Fernando dejó que el viento lo golpeara y se
quedó escuchando cómo se estrellaban las olas. ¿Por qué seguía con el rostro vuelto en
la dirección por la que ella se había ido?
Se dirigió hacia la casa, con Dave a su lado.
—El maldito perro se escapó y fue a hacer destrozos al jardín de ella.
Fernando se quitó los zapatos en la tenaza y deslizó la puerta de cristal, para abrirla.
Mientras Dave daba a Kane un recipiente con agua fresca, Fernando encontró el sofá y
se preguntó si sería evidente su primera pregunta.
—Así que... ¿cómo es ella?
Dave se echó a reír.
—Me preguntaba cuánto tiempo tardarías en preguntar eso.
—Te imaginas que me conoces demasiado bien, niño.
—Te he estado siguiendo desde lejos por largo tiempo. Hazaña tras hazaña — dijo en
tono sugestivo.
—¡Caray, cualquiera pensaría que escribía a casa relatando mis conquistas!
—No, pero puedo adivinarlas.
—Lo que pasa, niño, es que tienes mucha imaginación. Mi vida sexual no es la que tú
imaginas. De hecho, es toda imaginación, por el momento.
—¿Y qué me dices de ella?
—Eso es lo que te estoy preguntando. ¿Valdría la pena que me fijara en ella, cuando
vuelva a ver?
—Es posible. ¿Está casada?
—No se lo pregunté. Ella sabe que estoy ciego.
Fernando casi pudo oír la sonrisa de Dave.
—Ya lo he notado. Por fin se lo has dicho a alguien.
—No, no se lo dije. Ella sabía quién era yo, desde el principio. Me siguió para
convencerme de que asista a su clase de arte.
—Oh — la desilusión era palpable—. ¿El alumno tiene que pagar su clase?
—Gracias por el cumplido.
Dave frunció el ceño, sin comprender el sarcasmo de su hermano.
Fernando le explicó:
—¿Piensas que el interés sería la única razón por la que una mujer me vería?
—Es que tú no viste la forma en que te miraba.
—Oh, ¿sí? — la sonrisa era muy masculina.
Dave le entregó una lata de cerveza.
—Pregúntaselo tú mismo. Cuál es su aspecto, quiero decir. Comprueba si está
interesada.
—¿Y cómo voy a poder hacer eso? ¿Debo ir tambaleante por la playa, con un bastón
blanco, llamando en las puertas hasta que encuentre su casa?
—Toma su clase.
Fernando frunció el ceño y murmuró algo sobre que no lo fastidiara,
—Eso te pondría de su parte — añadió Dave—. Tendrías puntos a tu favor, a los ojos de ella, cuando volvieras a ver.
Fernando bebió la segunda mitad de su cerveza y sonrió.
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Siénteme (Lucero y Fernando Colunga)
RomanceFernando Colunga quedó ciego en un accidente. Pero estaba seguro de que esa larga y oscura noche era temporal. Ninguna santurrona terapeuta iba a enseñarle a aceptar su incapacidad. Aun así, no puedo evitar responder como hombre al suave tacto de Lu...