Cuando se sentaron más tarde en el sofá de la sala, Fernando se felicitó a sí mismo por
haber logrado, al menos, hacer crepitar el fuego. La cena había sido un festín de
inquietud y silencios tensos.
—¿Estamos listos ahora?
El puso una copa de vino frente a ella.
—Pensé que se suponía que no debías beber — contestó ella. Esa discusión podía ser el
punto clave de toda su relación. De pronto sintió deseos de posponerla tanto como fuera
posible—. El médico dijo algo de que constreñía los vasos sanguíneos.
Fernando contrajo los labios, sintiéndose extrañamente conmovido.
—A pesar de que no dejaste de mirarme mientras estuvimos en ese consultorio,
escuchaste cada palabra — levantó la copa que había puesto frente a ella, en un brindis
—. Sólo un trago y después es todo tuyo.
Lucero lo vio saborearlo, vio moverse su boca, imaginó su lengua y el sabor oscuro del
vino tinto. Fuerte, embriagador.
—Potente — dijo en voz alta.
El la miró. Se había quitado las gafas oscuras y tenía los ojos castaños de un tono más
profundo que el de costumbre. De pronto, echó la cabeza hacia atrás y se, rió.
—Los dos sabemos en qué estás pensando.
Ella se ruborizó y no se molestó en protestar.
El se apoyó en el respaldo del sofá y puso un brazo alrededor de los hombros de ella.
—¿Te he dicho lo afortunado que soy por haberte encontrado?
—Sólo unos cuantos centenares de veces. Y sólo desde que pudiste ver lo que habías
encontrado.
—¡No!
—Nunca lo mencionaste antes de la operación.
—No quería precipitarme. ¿Pensaste que estaba esperando para ver cómo eras? Esa vez
tomó un trago más largo de la copa de ella. Lucero cerró los ojos con fuerza,
acusándose a sí misma en silencio. — Lo siento, Fernando. No deberíamos juzgar a la
gente por las experiencias del pasado.
—Es bastante normal hacerlo — dijo él, suspirando—. ¿Sabes? No hace falta que esta
noche saquemos todo a la superficie, ni desnudemos el alma. Sólo sé sincera conmigo.
¿Qué te está preocupando?
Lucero bebió de la copa y observó las llamas.
—Te amo. .
El asintió y dejó pasar unos segundos.
—Quería esperar hasta saber cómo iban a quedar mis ojos. Tengo la idea de que debo
sostener a mi familia. La buena vista es necesaria para preparar las cargas de
explosivos. — Me lo imagino — dijo ella, estremeciéndose por dentro—. ¿Es un trabajo
peligroso? Quiero decir, mira lo que te pasó.
—Fue un accidente. No volverá a suceder.
Ella tocó su mejilla sin pensar. Le pareció que todo lo que hacía últimamente era muy
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Siénteme (Lucero y Fernando Colunga)
RomansaFernando Colunga quedó ciego en un accidente. Pero estaba seguro de que esa larga y oscura noche era temporal. Ninguna santurrona terapeuta iba a enseñarle a aceptar su incapacidad. Aun así, no puedo evitar responder como hombre al suave tacto de Lu...