Capítulo 16

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—Sonríe — ordenó él con suavidad, y sintió cómo sus mejillas se levantaban, cómo se

formaban arrugas junto a sus ojos, junto a su boca ancha. Su barbilla era redonda, su

mandíbula sutil, su cuello suave. Como lo eran sus hombros y la piel tibia que había en

la base del cuello.

El no sabía que la sonrisa había desaparecido y había sido sustituida por la duda. — Te

siento hermosa.

—No lo soy.

—¿Quién lo dice? — Tú lo eres — aseguró ella, cambiando de tema—. Guapo, quiero

decir.

El negó con la cabeza.

—Atractivo, tal vez. Y cuesta trabajo serlo.

Lucero no pudo evitar que sus manos recorrieran los músculos de los brazos de él. —

Pero se nota. — ¿Es eso un cumplido o un juicio? — las manos que se apoyaron en los

hombros de ella percibieron cómo los encogía.

—Un hombre que cuida su aspecto desea una mujer con intereses similares. Yo nunca

me he preocupado mucho por mi apariencia.

—Lo que hay dentro es lo que cuenta, ¿no?

—Si. No todos piensan eso.

—Si soy atractivo, debo ser superficial como tu ex marido, ¿no es eso?

Lucero plegó los labios por un momento. Luego levanto la vista hacia él.

—Aquí es donde se supone que debía yo decir touché, ¿verdad? Es un tipo de orgullo,

Fernando, querer ser lo mejor que es posible. Pero éste no es un mundo perfecto.

—Y yo tengo que aceptarme como soy.

—Tú quieres ser perfecto.

—No, perfecto no, sólo quiero ser yo mismo otra vez. Sé que has visto el lado malo. Hay

otro lado de mí. Quisiera poder mostrártelo.

Al pasar la mano con lentitud por el cuerpo de ella, le mostró todo un mundo de

intención sensual.

—¿Puedes sentir lo que me produce eso?

La mano de él se cerró en la parte exterior del muslo de ella. Su pulgar trazó el alto corte

de la pierna del bikini, de esa parte hacia adentro. Encontró el estrecho triángulo de tela,

el vello rizado.

Lucero lanzó una exclamación ahogada. '

—Por favor.

Una vez más el sintió que tenía que adivinar.

—¿Qué significa eso?

—Significa que no estoy preparada para esto. Ninguno de los dos lo está.

Un relámpago de duda, tal vez de furia, cruzó el rostro de él, como una nube rápida cruza

ocultando el sol. El no sabía nada; no podía ver lo que ella quería. Lucero lo dejaba

acercarse, y entonces... las palabras no eran suficientes. Lo que él necesitaba era una

buena ducha de agua fría.

Siénteme (Lucero y Fernando Colunga)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora