Capítulo 30

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—Chitón. Eso no importa ya — Fernando tomó ahora la cara de ella en sus manos—. Te veo borrosa, ¿sabes?

Ella se rió.

—Las gafas pueden corregir eso, tal vez — los interrumpió el médico, ansioso de escapar de los afectuosos abrazos de Dave—, una vez que la vista se haya estabilizado. Aunque eso borroso, que es parte del proceso inicial, debe desaparecer en una semana.

—Está bien así, doctor — murmuró Fernando, bajando la mirada hacia el rostro de Lucero—. De hecho, es casi lo más hermoso que he visto en mi vida. Lucero se obligó a sonreír; no estaba seguro de poder creerlo, precisamente porque deseaba hacerlo, Con verdadera desesperación.

—Probablemente tengo un aspecto terrible — dijo Fernando, quitándose las gafas—.

Pero, ¿no te importa verme sin ellas?

Ella tragó saliva y negó con la cabeza.

El extendió el brazo más allá de ella para apagar la luz. El nublado día de afuera proporciono la única luz que había en la habitación. Volviéndose de espaldas a la ventana. Fernando terminó de retirarse las gafas y abrió los ojos.

—Va a tener los ojos enrojecidos por unos días — informó el doctor.

Ella hizo una mueca y Fernando empezó a ponerse de nuevo las gafas.

—No — protestó Lucero, deteniéndole el brazo con suavidad—. Me dan la impresión de que deben dolerte mucho, eso es todo.

—No mucho.

Ella sabía que Fernando no lo admitiría aunque le estuvieran doliendo espantosamente, pero por el momento dejó pasar eso. Los ojos que la' miraban con tanta intensidad eran castaños, con luces doradas. Círculos negros oscurecían la piel alrededor de ellos.

Recorrió esos círculos con dedos temblorosos.

—Es consecuencia de la operación — dijo Fernando—. Parece como si acabara de sostener diez asaltos con Sugar Ray.

—Parece como si fueras a tener el peor dolor de cabeza que te haya producido borrachera alguna — señaló Dave riéndose.

Fernando miró a su hermano, a Lucero y de nuevo a él.

—No debí arrastrarlos a todo esto.

—Sí, claro, por supuesto — contestó Dave—. Y nosotros vamos a darte un boleto de autobús y a decirte: "Llámanos cuando haya terminado la operación".

Fernando se echó a reír y de forma subrepticia enjugó lo que parecía una lágrima de su mejilla, al mismo tiempo que se ponía las gafas.

—Es uno de los síntomas, ¿verdad, doctor?

—Sí, señor Colunga. Así es. Es muy posible que sufra lagrimeo.

—¡Pamplinas! — exclamó Dave.

—Ven aquí — Fernando lo rodeó con un brazo y lo oprimió con fuerza—. ¿Has estado cuidando bien de la chica?

—Tal como tú me dijiste.

—Mejor de lo que cuidaste de mí, espero.

—Ella no es una gruñona.

—Y tiene mucho mejor aspecto que yo.

—Ya era hora de que lo notaras.

—No seas insolente. Ahora puedo apalearte — Fernando dio un ****azo juguetón en el

hombro de Dave. Dave cerró el puño para devolvérselo.

—Ah — advirtió el doctor—, no se puede golpear a un paciente en recuperación.

Siénteme (Lucero y Fernando Colunga)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora