EL la deseaba, pero iba a manejar las cosas a su manera, en esa ocasión. Se pusieron de
pie y Fernando la tomó en brazos. — Voy a llevarte a mi cueva, mujer.
Lucero asintió.
Fernando necesitaba demostrarle que podía hacer eso.
El sabía dónde estaba la escalera.
Fernando subió con Lucero al dormitorio, halló la cama y la depositó en ella. Encontró la
piel de su cintura y sus pulgares se introdujeron en la falda.
—¿Tiene botón?
Ella condujo la mano de él en un movimiento de arriba abajo y oyó cómo el botón saltaba
a través de la habitación.
Con manos temblorosas, Lucero se quitó la blusa por encima de la cabeza.
El también se quitó la camisa y la arrojó hacia donde probablemente no la encontraría
nunca.
Sus cuerpos se encontraron por encima de la cintura, cosquilleantes y desnudos.
Fernando hundió la boca en el cuello de ella. Percibió el más ligero de los perfumes que
el calor hacía oler a almizcle. Penetrante, dulce. Tan dulce como la boca de ella, que
murmuraba su nombre.
Ella sólo tuvo que abrir la boca y él estaba ahí—, apretando su espalda contra la cama,
para sostener después su cabeza, mientras la besaba con pasión.
Lo excitó escuchar su leve exclamación ahogada cuando él la mordisqueó. Todo su
cuerpo palpitaba. La necesidad de hacer el amor le impidió
contralarse.
La buscó con la mano, y la poseyó.
Ella murmuró algo incomprensible, pero eso no importó. El escuchó el rumor del pelo de
ella contra la almohada, cuando su cabeza se movió de un lado hacia otro, con las
sensaciones sacudiéndola de pies a cabeza.
—No te detengas — le suplicó.
Debía estarlo mirando, de forma intensa, implorante. ¡Maldición!
—¿Qué pasa? No te detengas.
—Me siento como si estuviera en un escenario, actuando para un público que puede
verme, pero al que yo no puedo ver.
—Tal vez no soy lo bastante excitante para alejar todas las dudas de tu mente.
—¿Excitante? Nena, tú eres lo que me hizo llegar hasta aquí, para empezar. Si yo pudiera
devolverte siquiera la mitad de lo que tú me has dado... Has permanecido fiel a mi lado.
Dios sabe que no me he ganado tu lealtad. Te he dado malos momentos, uno tras otro.
—El amor no es cosa de ganarse. O se da o no se da. Si alguien no te ama, no importa
cuántos puntos trates de acumular a tu favor. Jamás lo complacerás.
Fernando se acostó de espaldas en la cama, con un brazo sobre los ojos, con el cuerpo
estirado y tenso.
—¿Qué estás pensando?
El no contestó. Estaba pensando que él deseaba que ella estuviera enamorada, porque
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Siénteme (Lucero y Fernando Colunga)
RomanceFernando Colunga quedó ciego en un accidente. Pero estaba seguro de que esa larga y oscura noche era temporal. Ninguna santurrona terapeuta iba a enseñarle a aceptar su incapacidad. Aun así, no puedo evitar responder como hombre al suave tacto de Lu...