Capítulo 25

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"Sólo contigo", hubiera querido contestar ella, mientras tocaba la mano de él, apoyada

en su seno. De algún modo, su garganta estaba demasiado llena de emociones que no

podía expresar. ¿El realmente le había prestado más atención a ella, que a sí mismo?

Eso ciertamente no era característico del hombre vanidoso que, ella había temido que

fuera.

El deslizó la mano por el cuerpo de ella, queriendo "verlo" como debía estar: reclinado,

relajado y satisfecho. Su piel se sentía encendida, sonrosada. El acababa de hacer algo

por ella, y sin embargo, ella había hecho mucho más por él... le había abierto un mundo

completo de sensaciones. Fernando quería explorar hasta el último rincón de ella.

—No voy a estar ciego para siempre — dijo.

—Ya lo sé.

—Nunca sentí las cosas con tanta intensidad cuando podía ver.

—¿No?

Desde luego, él sospechaba que eso tenía tanto que ver con la forma en que se sentía

respecto a ella como con la ceguera. Pero no podía decirle eso ahora.

—Tal vez ésta es la forma en que mi cuerpo me compensa por la falta de vista. Casi hace

soportable la ceguera.

Ella se rió y él se detuvo a sentir simplemente su risa. Después se dirigió al cuarto de

baño.

—Tal vez me creerás ahora cuando digo que eres muy bueno tal como eres.

—¿Otra lección?

—Hay lecciones en todo — Lucero fue detrás de él, ansiosa de tocarlo, de estar cerca de

él—. Aun si continuaras ciego, siempre que te aceptes a ti mismo, no importaría — por

lo menos, a ella no le importaría.

—¡Tú sabes que sí importa mucho!

Lucero se quedó de pie en la puerta del cuarto de baño, asombrada del estallido de furor

de Fernando.

—¡Estás tratando de decirme algo? — continuó él—. ¿Te lo han dicho los médicos?

¿Han cancelado la operación?

—No, yo...

—¿Está cancelada? ¡Dímelo!

El la asió de los brazos, sin importarle que le estuviera haciendo daño. ¡El no continuaría

en esas condiciones para siempre!

Kane gruñó en la otra habitación. Los juegos amorosos eran una cosa, pero... incluso él

podía percibir la furia real.

Fernando la soltó bruscamente y se dio la vuelta.

—No quise decir eso, Fernando.

—Debes pensar que soy un cobarde, o algo peor, al derrumbarme de este modo. No

quiero ser como soy ahora.

—Eres el hombre más valiente que conozco.

—Entonces, ¿por qué estoy asustado?

Siénteme (Lucero y Fernando Colunga)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora