La puerta se abrió. Dave hizo a Lucero una señal de que entrara, con una gran sonrisa y una mirada curiosa.
Lucero no tuvo que preguntar por Fernando; Dave la estaba conduciendo hacia la sala.
—Está mirando el correo — dijo Dave—, o más bien, aferrándose a él. Me sorprendió encontrar todavía la correspondencia en el buzón, cuando llegué esta tarde.
Generalmente salta para apoderarse de ella, en cuanto se aleja el camión del correo.
Lucero se quedó de pie en el umbral de la sala. Los nervios se habían apoderado de su estómago; ahora también de su voz.
Fernando estaba allí de pie, bien peinado y cuidadosamente vestido.
Si él notó su presencia, no lo reveló. Estaba deslizando el pulgar de un lado a otro sobre la esquina del sobre. La piel de Lucero sabía con exactitud la sensación qué eso producía. Respiró hondo. Desde donde estaba, apenas si podía distinguir el logotipo.
¿Qué significaba?
Por un momento estaba más preocupada por las cosas sencillas de la vida, cosas como la forma de decir hola a un hombre, seis horas después de haber hecho el amor con él.
Tragó saliva.
—Hola, Fernando.
Se estremeció y se volvió. La tensión era evidente en su rostro. — Lucero.
Dijo se nombre como si no la hubiera visto en años. Luego, él también respiró hondo, y
se relajó. El mundo estaba bien de nuevo. Extendió un brazo y ella se dirigió a él.
Un poco desconcertada por la actitud distraída de Fernando, y turbada por la presencia
de Dave, Lucero trató de sentirse bienvenida.
Fernando la besó en la frente y apoyó su mejilla contra ella. Cuando habló, lo hizo en voz
baja, para que sólo ella lo escuchara:
—¿Cómo estás, cariño?
—Bien.
—¿Sin arrepentimientos? — la apretó contra su costado, pero no soltó el sobre—. ¿En
dónde está tu boca? — preguntó, momentáneamente juguetón.
Lucero levantó el rostro hacia él. Su beso fue cálido, lento y profundo.
Dave se aclaró la garganta y se aseguró de que supieran que estaba en la cocina. Abrió y
cerró los armarios, y movió ruidosamente ollas y sartenes.
—No — respondió Lucero, sonriendo—. Nada de arrepentimientos.
El que hubiera pasado la tarde entre preocupaciones y esfuerzos por no pensar en el
futuro no tenía ya importancia. Se sentía mareada y feliz. El abrazo férreo de Fernando se
estaba encargando de eso.
—¿Y tú? — preguntó—. ¿Algún arrepentimiento?
El estuvo a punto de decir "jamás me arrepentiré de amarte". La sonrisa se esfumó.
—Ninguno. Hasta que llegó esto.
Bajó el brazo que tenía alrededor de sus hombros.
—¿Qué es? — se mordió la lengua. Era evidente que él no podía haberlo leído—. ¿Lo ha
visto Dave?
—No dejé que lo abriera. Quería que estuvieras tú aquí.
Levantó un abrecartas, encontró una pequeña abertura en el sobre y lo abrió con
rapidez. Luego le extendió el contenido.
El sonido del papel hizo que Dave entrara en la sala, con Kane siguiéndolo de cerca.
—¿Qué dice?
Era del hospital de la universidad, comprendió Lucero... el que realizaba los trasplantes
de córneas. Sus manos temblaron al recorrer su contenido. Se la dio a Dave y se hundió
en el sofá.
—No puedo...
Dave empezó a leer inmediatamente:
Disponemos ya de córneas para trasplantes. Por favor, preséntese a las tres de la tarde,
el jueves doce de septiembre, en el Centro Médico de la Universidad, en Carter Road...
La operación debe tener lugar en la mañana del trece de septiembre. Nos hemos puesto
en contacto con su médico, para que nos diera todos los informes pertinentes y él
confirma que usted está listo para el procedimiento de trasplante... Por favor, llame al
número indicado abajo, para confirmar su llegada.
El aire fue rasgado por un ensordecedor: — ¡Yuuupi ! ¡Vas a volver ver, hermano!
Dave se lanzó hacia Fernando y los dos hombres se abrazaron y se palmearon con tanta
fuerza la espalda, que Lucero temió que terminarían por hacerse daño. Dave estaba
llorando, sin vergüenza alguna, entre gritos y carcajadas. Lucero también estaba
llorando. Todo estaba sucediendo con demasiada rapidez. Fernando volvería a ver en
cuestión de días. Era maravilloso; se sentía llena de alegría. Pero era demasiado rápido.
Su relación era demasiado reciente. Si hacer el amor podía cambiar una relación
drásticamente, ¿qué efecto tendría el que Fernando recobrara la vista? — ¿Dónde está
ella? — preguntó Fernando. — Acércate — dijo Dave.
Lucero se enjugó las lágrimas y se rió a pesar de sí misma. — ¡No quería ser aplastada!
Dejó que Fernando la atrajera hacia él con un brazo libre. La besó en toda la cara. Ella
sintió que Dave tiraba del otro brazo de Fernando para soltarse de él. — Me voy de aquí,
antes que me besuquee también. — Muchacho listo — gruñó Fernando, dando a Dave
un empujón hacia la cocina—. Consíguenos algo para celebrarlo.
—Sólo tenemos cerveza. A menos que quieras que baje un cubo para enfriar vino y te lo
estrelle en la cabeza.
—Haz eso y me encargo de pulverizarte — bromeó Fernando. Se volvió hacia Lucero y
gruñó en su oído hasta que ella se estremeció por la simple sensación que eso le
producía—. Te haré el amor hasta que salga el sol, hasta que se ponga y vuelva a salir.
¿Estás de acuerdo?
Ella asintió, con la mejilla pegada a la de él. Se dio cuenta de lo mucho que lo amaba, de
lo mucho que lo deseaba. Y cuánto deseaba que él la siguiera amando después de la
operación. Eso, más que cualquier cosa.
—Te tendré donde quiero — sonrió, más atrevido y seguro de sí mismo que nunca—.
Veré todo... acarició el borde de su oreja. — ¡Tengo una idea!
Lucero dio un salto, cuando volvió Dave, con cervezas en las manos. — ¿Qué les parece
si pedimos que nos traigan algo?
—¿Pizza otra vez? Este chico vive de pizzas — gimió Fernando—. Prepáranos algo en
todas esas ollas con las que has estado haciendo tanto ruido.
Lucero se echó a reír. Fernando la besó de nuevo.
—No soy capaz de cocinar cuando tenemos visita. Tú eres la única persona que conozco
que merece comer lo que yo cocino.
—Escucha, muchacho. Estoy harto de ser autosuficiente. En el próximo par de días te
voy a permitir que seas mi esclavo, que me traigas las pantuflas, me leas el periódico...
— Tú no usas pantuflas y si crees que voy a atenderte de ese modo, díselo a Kane.
En media hora, la cena estuvo lista. Poco después, a Lucero le dolía el costado de tanto
reírse. La cocina se volvió el escenario para el espectáculo cómico de Fernando y Dave.
Cómo los espaguetis y las ensaladas llegaron a la mesa intactos, fue un misterio que
Lucero nunca resolvió. Brindaron por el futuro y después Fernando declaró que Dave se
encargaría de fregar los platos.
—¿No quieres demostrar tu habilidad a tu maestra? — preguntó Dave con desfachatez—.
Hazlo cargando el lavavajillas.
—Yo voy a acompañar a mi maestra a su casa, a la luz de la luna.
—¿Cómo sabes que hay luna? — preguntó Lucero.
—Tú me dijiste anoche. Además, si eres ciego, puede haber luna llena todas las noches.
Caminaron por el sendero. Al oír una breve orden de Fernando, Kane se dio la vuelta y
volvió a la casa.
—¿Te das cuenta? Me obedeció — exclamó Fernando.
—Ajá...
—¿Por que estás tan callada?
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Siénteme (Lucero y Fernando Colunga)
RomanceFernando Colunga quedó ciego en un accidente. Pero estaba seguro de que esa larga y oscura noche era temporal. Ninguna santurrona terapeuta iba a enseñarle a aceptar su incapacidad. Aun así, no puedo evitar responder como hombre al suave tacto de Lu...