Lucero se encogió de hombros y sonrió con aire de disculpa. — Me parece que nuestro
pequeño momento ha quedado atrás. — ¿Tú crees que me he olvidado de que te hice el
amor, debido a esa carta? — No te culparía si lo hubieras hecho. El redujo la rapidez de
sus pasos. — ¿Lo has olvidado tú?
—Claro que no. Yo... yo sólo quería que durara más tiempo, es todo. Antes de que todo
volviera a ser como era antes. El la tomó en sus brazos. — Todo será mejor. Lucero.
Tiene que serlo — en cuestión de días, él podría verla. Podría dejar de ser ese hombre
inútil que era ahora y demostrarle el verdadero amor de que era capaz. Pero por ahora...
— Ya veremos. Sólo unos días más.
¿Eso era todo lo que ella tenía? Sumida en sus pensamientos, Lucero se sorprendió
cuando él le hizo la siguiente pregunta:
—¿Qué hora es?
Ella se rió, con el cuerpo abrazado estrechamente al de él. Se había cambiado la ropa
que había llevado puesta esa mañana, notó Fernando. Llevaba un vestido de verano de
una sola pieza, de una tela elástica que adhería a su cuerpo. Se daba cuenta, por la
suavidad de su espalda, que no llevaba sostén. De algún modo, el sentir eso fue diez
veces más excitante que verlo.
—Esta mañana fue increíble. Todavía no estoy segura de que no la soñé.
—¿No estás dolorida? — preguntó Fernando.
El tenía puestas las yemas de los dedos en las mejillas de ella.
—¿Te estás ruborizando?
—Esa es una pregunta muy personal — respondió ella? — También lo es ésta. ¿Qué hora
es?
Irritada, ella hubiera retrocedido, alejándose de él, si los brazos masculinos se lo
hubieran permitido.
—¿Ya estás aburrido de mí, tan pronto?
—Nada de eso. Hubo algo sensacional en eso de hacerte el amor con mis manos y mis
sentidos — deslizó las manos posesivamente por el cuerpo de ella.
El corazón de Lucero se detuvo.
—Me gustaría hacerte el amor de nuevo.
Las manos de él palparon el vestido de ella, tratando de encontrar una forma de entrar
en él.
—Te quiero poseer en la oscuridad, para que sientas lo que yo siento... — el vestido
tenía botones, que él soltó, abriéndolo hasta la cintura. Rodeó un seno con su mano—.
¿Hay sombras junto a la casa?
—Si — ella lanzó una exclamación ahogada cuando la boca de él se apoderó de la de
ella. Echó la cabeza hacia atrás y miró la luna, las estrellas, las sombras de los pinos que
había a un lado del camino.
—No puedo dejarte ir sin demostrarte una vez más cómo me haces sentir.
"Una vez más". Sin importar cómo cambiaran las cosas, tendrían esa noche.
Llegaron hasta la casa de ella, besándose, abrazándose, desesperados por tener la única
cosa de la que ambos estaban seguros. Ella sacó una manta del estudio. Había un lugar
arenoso junto a la casa, fresco y privado. El aire se sintió agradable en su piel cuando se
quitaron la ropa.
Estaba completamente oscuro. Ella tuvo que depender de su oído para saber con
exactitud dónde estaba él. Cuando se acercó más, notó su presencia antes de sentirlo,
masculino, poderoso, amenazador en la oscuridad. Desnudos bajo el cielo, acariciados
por la brisa de la noche, eran como extraños, como cuerpos que se hubieran encontrado
en la oscuridad. La mano de él sobre su seno era cálida, la respuesta de ella fue
instantánea.
—¿Y si alguien nos ve? — preguntó Lucero con su último jirón de sentido común.
—¿Qué importa eso? — dijo él con voz ronca. La atrajo hacia sí, demostrando con su
actitud que no le importaba nada, excepto ellos mismos y el amor que sentían.
Fernando la acarició, la calmó, preparando su cuerpo como ningún hombre lo había
hecho, antes de bajarla hacia el suelo. Una oleada de emociones y de ritmo se elevó,
retrocedió y se elevó de nuevo, uniendo sus alientos jadeantes y sus palabras urgentes.
Las olas susurraban y se movían al ritmo de ellos.
Era diferente en la oscuridad. La sensación de la piel, suave y tensa, palpitante. Ella
jugueteó, saboreó y se juró a sí misma recordar. Si había noches solitarias en su futuro,
no estarían vacías de recuerdos.
Y cuando todo terminó para él, ella respondió con las únicas palabras que importaban:
Te amo — tocó el rostro de Fernando una vez más y dijo—: Te amo — pasó las manos
por su cabello todavía largo y murmuró— : Te amo — pero se daba cuenta de que
ninguno de los recuerdos sería nunca suficiente si él la dejaba.
Fernando se estremeció y apoyó la barbilla en el hombro de ella, agotado. La sintió
temblar junto a él. Al besar su mejilla, noto la humedad.
—¿Estás llorando?
El cuerpo de ella se estremeció. No había modo de que se ocultara de él, ni siquiera en la
oscuridad. Lágrimas ardientes descendieron por sus mejillas y cayeron en su cabello,
—Lo siento. No era mi intención hacerlo. — ¿Por qué lloras?
Trató de reírse.
—Demasiada emoción, supongo.
—Lucero, fue maravilloso. Cuéntame qué te pasa.
—No me hagas explicarlo. Te amo, eso es todo. Lo siento.
El besó la sal de sus labios, la inflamación de sus ojos.
—No. Tengo un aspecto terrible cuando lloro.
—Estás hermosa — dijo él con sinceridad—. Y sabes todavía mejor... — lamió su mejilla
y aplicó pequeños besos en sus pestañas—, Hummm... un poco salada.
Ella le acarició la espalda, el cuello, tocó sus gafas oscuras.
—Primero te quitas la barba, después te quitarás éstas. Cuando vuelva a salir el sol, no
voy a reconocerte.
—Yo te reconoceré a ti.
¿Y cómo la miraría él entonces?
Ambos se hundieron en sus propios pensamientos durante varios minutos. Cuando
Fernando se retiró, se quedaron tendidos uno al lado del otro, él agarró un extremo de la
manta y cubrió el cuerpo de ambos. Entonces se sorprendió diciendo algo que había
estado pensando toda la noche.
—Ven al hospital conmigo.
Ella se acurrucó más contra él.
—Tenía la idea de que querías ir solo. — Quiero tenerte a mi lado cuando despierte —
confesó.
Ella toco la mano que él tenía sobre su seno y le indicó con señales su asentamiento.
—Desde luego, si nos quedamos dormidos aquí afuera toda la noche, tal vez no
despertemos nunca — bromeó él, para deshacer el nudo que se le había hecho en la
garganta—. ¡Hace mucho frío aquí! — dio una palmada al trasero de ella—. ¡Te echo una
carrera hasta la casa!
Lucero se puso de pie de un salto, tras él, palpando la arena con el pie para buscar su
ropa.
—¿Vas a abandonar a una mujer desnuda e indefensa, en mitad de la noche? — A tres
metros de su casa.
—¡Lo que es peor, con toda probabilidad no vas a poder siquiera encontrar la puerta!
Ella sacudió la manta y le arrojó a él un puñado de ropa arrugada. — Puedo encontrar la
terraza que da hacia la playa — señaló él. — Con tu espinilla, tal vez.
—Basta ya. Estoy harto de que me insultes. Se lanzó hacia ella. Como Lucero no lo
esperaba, Fernando casi pudo darle alcance.
—¿Qué estás haciendo?
—Eso es. Di algo para que pueda encontrarte.
Lucero retrocedió, con la manta aferrada a su pecho.
—No voy a decir nada.
—¡Ajá! Eso es todo lo que necesitaba.
El se lanzó de nuevo hacia ella, pero Lucero saltó a un lado, fuera de su alcance,
retrocediendo cautelosamente hacia la terraza.
—¿Qué vas a hacer si me alcanzas?Aquí teneir dos capítulos más, estos días trataré de actualizar más, espero que os gusten
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Siénteme (Lucero y Fernando Colunga)
RomanceFernando Colunga quedó ciego en un accidente. Pero estaba seguro de que esa larga y oscura noche era temporal. Ninguna santurrona terapeuta iba a enseñarle a aceptar su incapacidad. Aun así, no puedo evitar responder como hombre al suave tacto de Lu...