45. "Origenes".

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Entré a casa como lo haría un humano común y corriente, usando mis llaves para abrir la puerta a la vez que arrastraba los pasos. Me llevé la mano derecha al pecho mientras que caminaba por el pasillo e intentaba mantener el equilibrio, para no derrumbarme físicamente, puesto que mi mente ya lo estaba; reprimí quejarme de dolor, sin importar cuan lastimado me sentía, no quería ganarme la lástima de mi familia, ni demostrar la más mínima muestra de debilidad.  Al llegar al final del pasillo me detuve frente a la biblioteca, en un costado se encontraba aquel costoso piano, el cual aún pertenecía a Jessica. Me adentré en la estancia y posé mi mano derecha sobre la madera a la vez que la acariciaba con nostalgia, y mientras lo hacía, recordaba a esa dulce e inocente chica que alguna vez fue mi novia, deslizando sus dedos por las teclas a la vez que cantaba, haciendo que mi alma se estremeciera, igual que aquella primera noche en la que estuvimos juntos. De esa chica ya no quedaba nada, podía sentirlo, cada vez que la tenía cerca; sus palabras me lastimaban como si fuesen dagas afiladas, mientras que en su mirada solo había odio y desprecio por nuestra especie, por mí principalmente o al menos eso me demostraba. Los recuerdos que construimos hace solo unos meses, comenzaban a desvanecerse dolorosamente con el paso del tiempo. Ella comenzaba a olvidarme e insistía en rechazarme sin importar cuanto me esforzara por recuperarla, o rescatar al menos parte de su esencia, la cual parecía abandonarla. Los demonios estaban logrando su propósito, tal como se lo advirtieron desde un comienzo, la estaban convirtiendo en uno de ellos. En aquella especie a la que tanto aborrezco, sin importar las circunstancias que los llevaron a ser lo que son después de muerte, jamás dejaría de despreciarlos y repudiarlos por todo lo que representaron en mi existencia, incluso desde antes de que muriera, lo cual solo consiguió acentuarse después de que Arcadia me convirtió en su sirviente, en un esclavo al que utilizar como si fuese una marioneta eternamente. Solo tenía que mover los hilos y las cosas se harían a su manera; al menos eso era lo que todos esperaban que sucediera, pero yo me rebelé contra aquel fatídico destino y lo seguiría haciendo hasta que desapareciera, lo cual sucedería si no conseguía llegar hasta Jessica, podía sentir que así sería.

La tristeza que llevaba a cuestas se esfumó durante esos momentos, para dar paso a la rabia que llevaba conteniendo desde que salí de la escuela, el recordar sus palabras no hacía más que sumergirme en un agujero negro, en un pozo sin fondo del cual jamás saldría; o al menos así se sentía, pues sabía bien que la rabia me estaba "matando en vida" y no podía permitir que eso sucediera, comenzaba a sentirme tan frágil como un humano, lo cual es decir demasiado; pues ni siquiera en vida me sentí como si fuese uno de ellos, por más presuntuoso que pudiese escucharse, siempre me sentí más fuerte y más astuto, pero tampoco buscaba ser algo más. Solo intentaba ayudar a una chica, la cual no significaba nada para mí; esta vez la situación era distinta y el saber que no podía hacer más que romperme hizo que la ira se apoderara de todos mis sentidos, nublando la poca ración de buen juicio de la cual dispongo, por lo que arrojé el piano lejos de mi alcance, haciendo que se estrellara contra la pared, para acabar hecho añicos; tal como yo lo estaba por dentro. Pero eso no consiguió apaciguar mi rabia, así que seguí destrozándolo con mis puños, golpeándolo una y mil veces, arremetiendo contra las teclas; al igual que la madera, la cual hacía un sonido seco conforme mis nudillos la reducían a astillas, estas se clavaban en mis manos, haciendo que la sangre azul brotara como si fuese de la realeza; pero nada de eso me importaba, apenas conseguía sentir aquel dolor físico, puesto que nada podía compararse con el dolor que me carcomía por dentro. Dolor y rabia, eran todo lo que sentía, además de una exacerbada sed de venganza, con la cual cargaba desde que había sido convertido; pero no solo los odiaba a ellos, a veces sentía que la odiaba a ella y otras sentía que me odiaba a mí mismo, por no haber podido rescatarla de sus inmundas garras; por no haber sido el guardián que Jessica necesitaba, pero sobre todo su novio, por no haber sido honesto, sin importar cuanto la lastimara; tal vez hubiésemos podido afrontarlo juntos y las cosas ahora serían muy distintas, pero ya no lo eran y tampoco lo serían. La condené a ser uno de ellos y también me condené a mí mismo en mi estúpido afán por protegerla. Jamás debí subestimarla, mis buenas intenciones solo la hicieron sentir miserable y patética, la hicieron creer que había confiado en quienes no debía; después de que había hecho a un lado su orgullo solo para aceptar mi ayuda, ahora todo se había ido a la basura, ya no habría confianza, ya no habría ternura, ni caricias apasionadas o que decir de sus besos, solo habría un vacío constante que me recordaría la pérdida; la clase de agujero interior que me recordaría que ella había estado con otro, como una forma de borrarme de su vida, ya no quería mis huellas en su piel, ni tampoco en su memoria; ni siquiera podía soportar que me le acercara o intentara cruzar un par de palabras. Pensaba que destrozar ese piano me ayudaría a canalizar mi rabia, pero solo conseguía intensificarla y hacer que el rencor aumentara. Solo podía pensar en salir a buscar a quien se hubiese atrevido a poner sus asquerosas manos sobre ella y acabar con su vida, como si fuese una miserable rata, sin importar que ella lo consintiera; quería hacer de su vida una trágica y tortuosa agonía, tal como ella lo estaba haciendo con la mía, sin importar cuanto la amara. Me estaba convirtiendo en uno de ellos, al dejarme llevar por la ira. Podía sentirlo. Y eso me enfurecía aún más. No lograba soportar esta situación. Me negaba a aceptar que ella pudiese odiarme a tal punto, me dolía saber que solo buscaba destrozarme y en su afán era capaz de denigrarse de mil y una formas, con tal de hacerme saber que eso era lo que yo había hecho de ella.  Ella no solía ser esa clase de chica, pero todo lo que sucedía me hacía pensar que ya no la conocía y el saber que solo éramos extraños que compartieron buenos momentos, en un pasado que parecía muy lejano, era lo que en verdad me estaba destrozando. Todo entre nosotros estaba roto y acabado. Tal como lo estaba ahora ese inutilizable piano.

ARCADIA: La Guerra por el EquilibrioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora