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Hoy no era otro día normal.
Jamás sería un día normal para mí, aunque hoy estaba muy alejado de serlo, por fín había llegado el momento que llevaba ansiando tanto tiempo.

Me desperté pronto, como de costumbre, odio la sensación después de dormir demasiado.
Bajé las escaleras haciendo el menor ruido posible, aunque supuse que mis padres ya estarían abajo y abrí la puerta de la cocina para confirmar mis sospechas.

-Cariño -dijo mi madre agregando un caluroso abrazo- ¿estás nerviosa? -me miró tímida sin querer toparse con mis ojos claros-.

-Claro que lo está, después de todo sigues siendo nuestra niñita -agregó mi padre mientras me alborotaba el pelo-.

-Suelta papá -sonreí- lo estoy, os voy a echar de menos -le dí un beso a la calva frente de mi padre sintiendo su calidez tras el gesto-.

Después de todo, no todos los días tu hija se iba de casa, y podía notar la tristeza de éstos sólo con mirarles, por mucho que lo intentaran disimular para no transmitirme más miedo del que ya tenía aunque no lo manifestara.

18 años, llevaba tanto tiempo esperando tener esta edad para "ser libre".
Aunque desde los 12 quise dejar de crecer, ni yo comprendía qué mierda pasó en mí al llegar a esa edad, ya no espero llegar a hacerlo.

Aún lo recuerdo cómo si hubiera sido ayer, en medio de mi duodécimo cumpleaños, justo antes de soplar las velas.
Pensé lo mucho que me gustaría barajar y cambiar las decisiones que había tomado hasta ese entonces, después de eso, sólo recuerdo a una Isabel confundida por haber vivido el mismo momento dos veces pero teniendo la oportunidad de elegir una alternativa distinta a la anteriormente escogida.

Sí, ese fué el principio de mi gran caos.
Pensé que sería divertido, pero al darme cuenta de que una vez que agotara las posibilidades no podría cambiarlas y la definitiva sería la última, siendo ésta la mayoría de veces la peor alternativa, y sin saber la cantidad de alternativas disponibles, dejó de parecerme tan genial.

Y sí, eso lo comprobé de la peor manera posible.

La primera vez que lo probé fue cuando unos chicos se metieron con mi mejor amigo, le arrancaron el móvil de las manos lanzándolo después a un charco, no hice nada por él, sólo me dediqué a mirar lo que le hacían éstos.

Después de que aquello pasara, involuntariamente hice que ese momento se repitiera pero ayudando a Raoul a zafarse de aquellos imbéciles, pero sólo conseguí que se llevara un par de puñetazos y yo un moratón en la mejilla.

A parte, unos días después sentía un daño casi insoportable en la cabeza por el sobre esfuerzo al que me sometía.

En resumidas cuentas, el remedio fue peor que la enfermedad.

Cuando tuve una edad más avanzada, sentía tanta curiosidad que quise jugar con los momentos hasta que me convertí en un maldito monstruo, haciendo daño a los demás sólo por querer experimentar qué pasaría si cambiara de decisión, una y otra vez.

Hice muchas cosas de las que hoy en día me arrepiento.

Después de mil cagadas probando mi "poder" (no sé cómo llamarlo) decidí que jamás lo volvería a emplear. Ahora tengo 18 años, nadie sabe lo que puedo llegar a hacer y espero que nadie lo sepa nunca.

Ésta es mi nueva vida y nada me impedirá que sea tan alucinante cómo la he soñado. Ni siquiera yo misma. 

Eso pensaba, demasiado ingenua.

Efecto Mariposa💫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora