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Caminé de forma pausada en dirección a casa, observando todo a mi alrededor con cierto desdén.

Renacuajos fumando en los rincones del recinto que estaba dejando atrás, muchachas enrollándose con los chicos de cursos superiores, la rutina de siempre a la salida del instituto, pero a la que no me llegaba nunca a acostumbrar.

Seguí avanzando hasta llegar a una calle poco transitada, y agradecí que el ruido se fuera alejando cada vez más para que mi cabeza descansara de tanto alboroto innecesario.

Tarareaba de forma torpe algunas de las melodías que pasaban por mi cabeza hasta que agaché la mirada, vislumbrando algo extraño en aquel callejón junto a mí.

Unos ojos me observaban brillantes entre la sombra que yo, únicamente, alcanzaba a ver. Me acerqué cuidadosamente hasta quedar postrada de cuclillas en el suelo.

Un cachorro salió hacia mí apenas me vio, perdiendo todo el miedo y revolcándose por el suelo en busca de caricias.

-Me recuerdas a alguien, ¿sabes? -Sonreí una vez el cachorro comenzó a lamer toda mi cara cuando le acaricié las orejas-.

El sonido de una moto me sobresaltó, pero no tanto como al pobre animal, que comenzó a correr en dirección contraria a la que nos encontrábamos.

Sentí un pinchazo al verle cruzar la carretera, así que me dediqué a perseguirle buscando que volviera en sí y se tranquilizara antes de que algo malo le pudiera ocurrir.

-¡Hey peque! -Grité antes de notar que lo había perdido casi por completo, antes de dejar escapar un suspiro, miré hacia la derecha y pude observar un largo camino, no perdía nada por buscar allí, así que corrí hacia el lugar deseado-.

La mochila entorpecía mis pasos así que la lancé a mitad del trayecto, luego la recuperaría, nadie querría llevársela, así que no me preocupé.

Corrí mucho más rápido hasta llegar a un gran campo del que brotaban flores de un color amarillo resplandeciente ante los continuos rayos del sol que recibían.

Profundicé mis respiraciones, deleitándome del profundo aroma que me rodeaba, entré en el prado, en busca de liberarme de todo lo que me atormentaba, y miré al claro cielo azul que se extendía sobre mí.

Llevaba tanto tiempo sin parar a observar el mundo que me rodeaba, toda la esperanza que había en mi interior se había deshecho sin dejar ni el mínimo rastro de alegría.

Sin darme cuenta, pisé una roca que hizo que trastabillara y acabara tumbada en el suelo, al menos las hiervas habían eliminado un poco el dolor de la caída.

Cerré mis ojos, retirando las probabilidades de levantarme y volver a casa, quería permanecer allí el máximo tiempo que pudiera, no quería volver a repetir mis aburridos días, necesitaba algo que cesara todo lo que había experimentado, y la rutina tan sólo aumentaba mi pesimismo constante.

De pronto un cosquilleo recorrió mi brazo, haciendo que abriera los ojos hasta posarlos sobre mi extremidad.

Abrí la boca levemente ante el asombro.

Una mariposa azul.

La maldita mariposa con la que había estado soñando años enteros de mi vida.

Ahora estaba allí, haciendo que mi sueño se cumpliera, recorriendo mi brazo y produciendo un cosquilleo ardiente pero incesante sobre mi piel.

Pero, al contrario que lo que hacía en las ilusiones que experimentaba mientras dormía, no me aparté, no intenté alejarla, porque no tenía fuerzas.

Porque eran mayores mis ganas de dejar de sentir que las de seguir adelante.

Así que me recosté sobre el suelo, mientras muchas más mariposas aparecían y cruzaban mis brazos sin nada que se lo impidiera.

Efecto Mariposa💫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora