El secreto

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Eduardo ocultaba algo. De eso me dí cuenta unos pocos días después que me presentara su familia…

Entré a su casa. Era enorme. Muy espaciosa. Cortinas, ventanas, materiales electrónicos de último modelo, tapizados hermosos… Todo eso en un espacio gigante. Yo creía que todo eso era genial. No creía que Eduardo ocultara un gran secreto.

-¡Hola, Mari!- me saludó Eduardo antes de besarme.

-Hola.- dije yo muy fríamente.

-¿Querés algo de comer?- me ofreció.

-No, cualquier cosa sólo agua con gas.- respondí.

-¿No preferís Coca?- me ofreció.

-¿Coca? ¿Qué es eso?- pregunté.

-Coca- Cola, una bebida. ¿No la conoces?- me preguntó.

-No. Es que en mi casa no hay mucha plata que digamos para comprar Coca.- expliqué.

-Ahh. Tá, no importa. Te doy agua Nativa, ¿Querés?- me preguntó.

Asentí, aliviada. En realidad, le había mentido. Había plata en mi casa para comprar Coca, pero el problema es que a mí no me gusta la Coca. Sé que es medio raro, pero es así.

Me senté en la mesa del comedor. Eduardo vino y me sirvió un vaso de agua con gas.

-Gracias.- le dije, antes de agarrar el vaso y tomar un sorbo.

-De nada.- me dijo él.

-Y, contame, ¿Cómo es tu familia?- le pregunté.

-No, nada especial, es sólo una familia adinerada y punto.- me respondió en seco.

-¿Y de qué trabajan tus padres?-pregunté, y tomé otro sorbo de agua.

-Mi padre, es cirujano. Mi madre es psicóloga y mi hermano, que tiene dieciocho, se recibió como ingeniero.-me respondió.

-Ahh. Entonces… sos rico, se podría decir.- observé.

Eduardo negó con la cabeza.

-No, rico no soy, seré millonario en todo caso.- me respondió muy de mala manera.

-Perdón.-dije.

-No, no pasa nada.- suspiró aliviado.

De pronto, se abrió la puerta principal y allá apareció. Un morocho de pelo negro con un bíceps que por poco me desmayo.

-Él es mi hermano.- me presentó Eduardo.

El hermoso hermano de Eduardo vino y me estrechó la mano.

-Soy Ronaldo.-se presentó.- Cristiano Ronaldo.

Me reí. Era muy chistoso.

-No, broma.- dijo él.- Soy Fernando.

Sonreí.

-Yo soy Mari.- me presenté.

Él sonrió. Yo también sonreí.

Esa tarde me quedé a comer en su casa. Hablamos un montón con su madre. Su madre se llamaba Adriana y era muy simpática. Me contó que su esposo era un cirujano muy famoso y que muchas veces venían paparazis a fotografiarlo y hacerle muchas preguntas. Hablar con la madre de Eduardo era, seguramente, lo mejor que podía pasarme.

Todos los días, en el liceo estaba con Eduardo. Aunque sea sólo en un recreo, estaba con él. Tatiana, mi mejor amiga de Treinta y Tres, a la cual yo llamaba Tati, me molestaba siempre con el mismo tema.

-¡Tá! Ya basta Tati.-le decía yo cuando se pasaba al otro tema.

-Bueno, pero ¿Quién dijo que no podíamos hablar de esos temas?- me contestaba.

-Yo lo dije. ¡¡Yo!!- le atajaba.

-Si, mirá mi Reina, vos sos una diosa con Edu, de seguro que se arreglan de otra manera…- empezaba ella de nuevo. 

-¡Tá!- decía yo a carcajadas.

-¿Sabés que Facu me invitó a salir?- me preguntó.

-No, no tenía idea.

-Pá, de seguro que soy como vos con Edu, pero yo voy a estar con Facu…- empezó otra vez.

-¿Pero, no son novios Evangelina y Facundo?- le pregunté yo, petrificada.

-¡No!- me gritaba.- Ellos ya cortaron.- me respondía, ahora más tranquila.

-Pá, que suerte, ya no me aguantaba sus “peleítas” como decían ellos…- dije.

-Sí, y, hablando de novios… Allá viene el tuyo.-me señalaba Tatiana.

-Si seguís así no me junto más con vos ¿Entendiste gordita?- le respondí.

Tati no era gorda, para aclarar. Lo que pasa es que ella es de esas personas que se preocupan si comen un centigramo de comida engordan o no… O sea, es una flaco maníaca. Por algo se lo digo.

-Bueno, pero llámame más tarde para combinar lo de Geografía.

-Síiii, como digas Tati.

Tati se acercó a mí y me dio un beso en cada cachete antes de salir corriendo en busca de Facu.

Eduardo se acercó a mí y me besó suavemente, cuidadosamente, sin sentir nada, como siempre.

-¿Hoy tenés planes?- me preguntó.

-No. En realidad, tengo que estudiar para un escrito de Matemáticas, pero igual es para la próxima semana.- le respondí.

-Ah, tá.- me respondió.

-¿Por?- quise saber.

-No, era para invitarte a un boliche, tipo como a las siete por ahí iríamos.

-¡Dalee! Te llamo cuando tenga la respuesta. Porque no sé si me dejan ir a un boliche.- le dije.

-A mí sí me dejan. Es como algo normal en mi familia.- me dijo.

-En la mía no. Es que mis padres con el problema económico ese que tienen no me dan más mesada.- dije, muy avergonzada.

-Bueno, pero de seguro que ya se arregla.- me consoló.

Sonreí  tímidamente y no pude reprimir algunas lágrimas.

-¡Mamá! Ya soy grande.- me defendí.

-Cumpliste apenas quince años, aún no sos mayor de dieciocho años.- me atajó mi madre.

-¡Ahh! Te prometo que llego antes de las doce.- le dije.

-No, en todo caso antes de las once.- me dijo.

Bufé.

-Está bien, pero ¿me das un poco de plata?- le pregunté, ansiosa de a respuesta.

-No podemos, hija. Con el problema este que tenemos nos da sólo un poco para comer.- me explicó mamá.

-Bueno, pero, una pregunta: ¿Cómo se creó este problema económico?- le pregunté ansiosa.

Mamá empezó a llorar en silencio.

-Fue el año anterior, cuando a tu padre se le murió Rosita, una vaca lechera a la que él trataba con mucho cariño. Se murió de cáncer de intestinos. Tu padre no podía pagar la operación por que era muy cara y entonces, a pesar de los médicos que le iban a dar las inyecciones día a día, Rosita se murió. Tu padre recibió muchos impuestos desde ese momento que eran muy caros, y, como mi empresa se había fundido, no podíamos pagarlos. 

Ese día fue horrible. Eduardo me traicionó con una chica rubia, alta, delgada, y con tez morena.

Recuerdo que esa noche lloré como loca. Es que, no podía parar. Pero no se los cuento porque me  da mucha pena y prefiero olvidar esos momentos… Ustedes me entienden ¿No?

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