Un sueño extraño al caer la noche...

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Apenas llegué a casa de la larga caminata que dimos yo y Aurora por la Rambla, comí, me duché, me vestí y me dormí. No quería saber nada del mundo al mirar el estúpido tatuaje que tenía grabado en mi hombro desde hacía diez años. Deuce, el chico que había conocido ese día, era idéntico al chico que me sostuvo por los brazos el día del secuestro de mi hermana, por lo que levantaba sospechas acerca de él… Era igual, actuaba igual, se llamaba igual… ¿Acaso era él? Podría ser, pero no, de seguro que era yo la que pensaba eso sólo para fastidiarme la vida, pero no podía esperar hasta el lunes para ver de vuelta a Deuce y su pandilla. Afuera estaba lloviendo, y eran las tres de la madrugada, y no quería escaparme de casa por miedo a poner mal a mi abuela, además que activaría la alarma de la casa cuya clave yo no sabía pero Aurora sí. Aurora dio muchas vueltas hasta la una de la mañana, hora en la que se dio una ducha en el baño de su dormitorio, se puso un camisón muy corto el cual yo vería al día siguiente y se durmió en su nueva cama. Luego de pensar mucho en el mismo tema me dormí y comencé a soñar.

Cuando desperté no estaba ni en Uruguay, ni en Francia, ni en Italia, ni en Argentina… Estaba en Londres. Lo sabía porque veía el Big Ben y sentía un calor irremediable, que hacía que el sueño pareciera más bien real. Unos hombres me rodeaban, aunque todos eran iguales, tenían el mismo color de pelo, de piel, de ojos y de ropa. Iban vestidos de negro, con chaquetas de cuero negra, botas negras, pantalones negros, camisas negras, y un pañuelo en la boca negro.

Luego comenzaron a golpearme, y yo ahí, sin hacer nada de nada por defenderme, como si nada. La gente pasaba, me miraba, comentaban algo entre ellas y se iban. Luego comencé a sangrar por todas partes. Mi hermana Franca también. Los hombres nos dejaron solas. Franca y yo nos abrazamos mientras llorábamos. Luego aparecía un lobo enorme, de más de dos metros. Nosotras nos subíamos al lobo y el lobo comenzó en determinado momento a correr por las calles de Londres, continuó corriendo por el océano Atlántico y todo así hasta llegar a Uruguay. No sé como Franca intervino en el sueño, o lo que sea que me estuviera pasando, pero por una razón formaba parte de él. El lobo, al dejarnos en el Río Negro, se fue. Franca y yo crecimos, pero, a la edad de veinte años y medio, Franca y yo fuimos secuestradas y matadas en Londres. Luego vi a José, sus amigos, mi abuela, mis padres, mis primos, mis tíos, mis amigos de Montevideo y de Treinta y Tres llorando. Ahí comenzaba un viento, que repasaba todas las imágenes, como atrasar una película, de la misma forma. Al final de todo, bueno, más bien al principio de todo aparecíamos yo y mi hermanas de bebas recién nacidas, con nuestras marcas de nacimiento en los brazos. Las marcas de nacimiento eran rojas, pero muy rojas y tenían algo escrito en hebreo. No soy judía, pero eso realmente estaba escrito en hebreo. Luego aparecieron Elvira, Morvo, Deuce y Taylor en mi sueño y comenzaron a decir toda una oración en un idioma extraño, que supuse que era hebreo.

Me desperté sudando. No sabía lo que significaba ese sueño, pero, a pesar de que estuviera lloviendo, yo iba salir a buscar más respuestas sobre ese misterio que me encerraba. Miré la hora. Eran las ocho de la mañana y parecía que eran las seis de la mañana debido a la niebla que había afuera y a la lluvia que caía. Me levanté, me puse la ropa más vieja que tenía, y salí a tomar aire.

Mi abuela estaba tomándose un café, últimamente me iba acostumbrando a su hábitos de levantarse temprano. Aurora también estaba despierta, y llevaba puesto ese camisón tan corto y transparente que me hizo sentir incómoda. Me sirvió unas tostadas con mermelada de frutilla las cuales devoré enseguida. Luego me sirvió un café con leche que también bebí enseguida.

-¿Te vas a ir a caminar?-me preguntó mi abuela.

-Sí.-respondí.

-Llévate la bicicleta que te regalé para tu cumpleaños del año pasado, que quizás será mejor que no camines con esta lluvia, y ponte una campera impermeable.-me ordenó mi abuela.

-Sí abuela.-le dije fríamente.

Aurora se dirigió a mi abuela.

-Hoy debo de hacer los cuartos, ¿no, doña Sandra?-le preguntó Aurora a mi abuela.

-Sí, y debes ayudarme por favor a limpiar la terraza y lavar la ropa, porque, con esta lluvia, lo único que falta es que se me inunde la casa.-le respondió mi abuela.

-Tiene mucha razón. Siempre pasaba lo mismo en Francia, lo que pasa es que a mí me pasaba con la nieve.

-Me imagino, Aurora, cómo debes de haber sufrido con todo el frío que hacía en invierno ¿Verdad?

-Pues claro que sufría, por eso es que me compré en Francia a la edad de dieciocho años una casa con una estufa  a leña en mi habitación.- presumió Aurora.

 

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