A dos metros del peligro

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Comencé a caminar al lado de José a la salida. Había traído a sus amigos Lucca, Juan José, Santiago, Ernesto, Gyn, Facundo, Diego, Tadeo, Bernardo y   Franco. Era raro. ¿No quería hablarme sólo a MI? Bueno, pero la vida es la vida y si los quiso traer allá él…   Cruzamos un camino todo con palos, palitos, caca de perro y de todo. Pero no  fuimos a casa de José. Continuamos caminando y caminando… cruzando caminos cada vez más largos, cruzando casas, calles, de todo….

-¿Falta mucho?- pregunté.

-Sé paciente.- me respondió Gyn.

“Paciente. ¿Hay que ser paciente cuando llevamos más de una hora y media caminando sin llegar a NINGÚN LADO?” pensé. Seguimos caminando hasta llegar a un inmenso bosque llamado “Parque Roosevelt”. Me sonaba a que iban a hacer el estadio de Peñarol ahí ¿No lo habían pasado en Subrayado? Pero no tenía nada que ver.

José, Lucca, Juan José, Santiago, Ernesto, Gyn, Facundo, Diego, Tadeo, Bernardo y Franco se pusieron enfrente mío. Todos llevaban el uniforme del Bulevó, pero yo estaba nerviosa no sé por qué. José se puso a unos metros lejos de mí. Todo el grupo de sus amigos lo siguió.

-Te quiero contar algo.-me dijo José.

-¿Qué?- pregunté.

-Es una historia larga.

-Contámela.

-¿Segura?

-Sí- respondí de mala gana y me dispuse a escuchar.

-A principios de la Antigüedad, los hombres se separaron en dos: los que querían proteger sus tierras y los que no las protegían en absoluto.  Mi tataratataratatarabisbisabuelo formaba parte de los que no protegían la tierra en absoluto… Pero no era porque no quería, si no porque su naturaleza no lo permitía. Mi tataratataratatarabisbisabuelo sabía que no era ni un hombre ni un animal por sus reacciones. Sus reacciones no eran nada buenas y menos lo fueron cuando descubrió a los fríos y a los vol-fríos.  Esas dos especies…

-¡’Perá! ¡No me dijiste que eras escritor!-bromeé.

José y sus amigos suspiraron.

-Es verdad este cuento, si querés escucharlo cállate, nena.- me dijo Juanjo.

-Bueno, es que si ustedes inventaron un cuento me podían haber dicho.

-No, primero no lo inventamos y segundo no creo que te dé miedo.- me arrebató Franco.

-Y yo no creo que sea verdad.-le respondí.

-Espera y decinos a ver si no es verdad.- me dijo con mucha paciencia Lucca.

José bufó. ¿Acaso estaba loco? ¿Asustarme a mí con ese cuento que parecía la Caperucita Roja? ¿Qué se creía? ¿Se creería que acaso teníamos dos años y medio y nos gustaban los cuentos que no hace la abuela para dormir? ¿O sería porque dentro de poco era Halloween y quería gastarme una broma?

-¿Me dejás seguir?- me preguntó José.

-Bueno. Pero desde ya te aviso: tengo dieciséis años y no me gustan los cuentos estilo Caperucita Roja y mucho menos me gusta que me traten como una niñita de dos años que se cree todo lo que le dicen y lo que ve por las películas.-le advertí.

Me callé al sentir incomodidad por parte de los chicos. De pronto todo cambió. Los chicos hicieron un círculo alrededor mío.

-Quédate quieta.- me indicó José.

-¿Por… porqué?- pregunté temerosamente.

Pero José no me respondió. Nadie me dijo nada. Cuatro chicos, dos chicas y dos chicos. Los cuatro eran totalmente diferentes. Unos caminaban seguros de sí mismos, otros parecía que nunca habían tocado la tierra, ni siquiera parecía que conocieran el universo. Miré sus atuendos. Llevaban iban vestidos normalmente, todos con camperas de marca y jeans, pero con nada puesto debajo de las camperas, a excepción de las chicas, que se les notaba el sostén. Pero, lo que más me sorprendió fue que iban descalzos. “Descalzos” me repetí para mí misma. Descalzos. ¿No les daba frío?  La manera de mirar a los amigos de José me sorprendió aún más. No había ni un milímetro de ellos que no me parecía raro. Eran muy altos, flacos, pálidos, pero sobre todo extraños… Muy extraños…  Me sorprendía bastante que ese tipo de personas existieran. Así, con ese estilo… No sé… Nunca había visto a alguien así. Y mucho menos, con amigos. O lo que sean esos cuatro chicos. José y sus amigos tomaron una posición de ataque, como si esos cuatro chicos fueran peligrosos… Aunque yo aún no sabía lo peligrosos que podían llegar a ser. No lo sabía.

-Tenemos compañía.- dijo uno de los cuatro, el que estaba en el medio.

-No empieces, Morvo.- gruñó Gyn.

-Creo que no nos presentamos.- dijo una de las chicas- Mi nombre es Taylor, el que está en el medio es Morvo, el que está al lado de Morvo es Deuce y la  que está a mi lado es Elvira. Un placer.- se presentó Taylor con acento.

-No creo que deberíamos presentarnos, nos conocemos muy bien.- dijo sonriente Deuce.

-Hemos averiguado donde habéis estado por nuestros radares.-dijo Elvira con un acento deferente al de Taylor.- Disculpen a mi acento, es que soy española, como sabéis.

-Eso no hacía falta agregarlo, Elvira, hablas demasiado.- le dijo Morvo.

-¿Quiénes son?- le pregunté en susurros a José.

-Si te hubieras molestado siquiera en escuchar mi historia lo sabrías, María Sandra.- me respondió José enojado.

-Tu nombre es María Sandra, según me ha contado un pajarito.- sonrió Morvo.

-No hace falta agregarlo, mejor nos saltearemos una parte, que nuestro pueblo nos espera.- le dijo Taylor a Morvo.

-No hemos volado aquí por nada.-se quejó Deuce.

-Hemos volado para verla.- dijo Elvira.

-Y no nos quedaremos satisfechos hasta no verla.- dijo Morvo.

-¿Pueden dejarnos a solas con la chica?-preguntó en un tono amable Taylor.

-Ni loco.-respondió José.

-¡Pues cuánto amor hay en el aire!- tarareó Deuce con una sonrisa de oreja a oreja.- Nosotros sólo queremos verla, no es para tanto.

-Pues deberemos esperar o nos dejáis a solas con la chica de una buena vez. ¿Qué os parece?- se desesperó Elvira.

-Ten paciencia Elvira, que no todo vuela como nosotros.- la tranquilizó Morvo.

-Sí hay algo que vuela además de ustedes. Los aviones.- le arrebató Lucca.

-No digas estupideces.-dijo Taylor.- ¡Oh, lo siento! He olvidado que sois unos estúpidos. ¡Pero, que olvidadiza yo!

-¿Olvidadiza? ¿Estúpidos, nosotros? ¡Me parece que hay algunos que no tienen espejo en su castillo!- le arrebató nuevamente Lucca.

-No comencéis.- lo rezongó José.

-No sabía que hablabas así.- dije en susurros.

-Cállate.- me dijo Gyn.

-Al parecer sabe hablar la chica… ¿Es la novia de José? ¡A que sí!- tarareó Elvira.

José y yo nos pusimos rojos como dos tomates. Elvira, Morvo, Deuce y Taylor sonrieron.

-¿Nos permitirían un momento para hablar con la chica?- preguntó Morvo otra vez.

-No.- fue la última respuesta que obtuvieron antes que José y los chicos me agarraran del brazo y comenzaran a correr. ¿Qué pasaba allí? ¿Era tan horrible lo que hacían esos chicos? ¿TAN terrible?

“¿Cómo te podés preguntar eso?” dijo una voz en mi mente. Me quedé petrificada. ¿Qué había sido eso? De seguro que era mi conciencia que me preguntaba cosas, como cuando estaba nerviosa como en ese mismo momento.  De seguro que era eso. Pero ¿tan peligrosos eran esos chicos? ¿Tan? Muchas preguntas inundaban mi mente y yo continuaba sin respuesta aún… Sin respuesta… Debía conseguir respuestas… Y me faltaban muchas… ¿Quiénes eran esos chicos? ¿Cómo eran? ¿Serían malos? ¿Estúpidos? ¿Malas personas? ¿Robarían? ¿Traficarían marihuana y me querían agarrar de rehén? Debía hacer algo. Escuchar la historia de José, algo… Quizás buscar en internet “ñoños que se visten de reyes” o algo así. “Personas pálidas, muy pálidas que hablan groseramente y no saben respetar.” ¿No? Para mí debía comenzar a responder a mis respuestas. Y buscando información. Por todo lo que tenía: laptop, internet, binoculares, blocks para escribir, amigas, de todos lados debía buscar. Pero, debía organizarme… Primero, escucharla historia de José, luego buscar por Mercedes, por Rosarkka, por mi abuela, por internet. Pero debía investigar. Debía comenzar a ser como una espía, para llegar a saber todas mis respuestas. Continué corriendo con los chicos. José tomaba mi mano sin soltarme. Su mano continuaba hirviendo. ¿Estaría enfermo?

NieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora