El día (parte de la historia contada en presente)

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Suspiré. Entré a mi nueva casa.

-¡¿Cómo está mi nieta favorita y única?!- me preguntó la abuela.

-Bien, abuela, muy bien.

-¡Ya vas a ver cuánto te va a gustar tu nuevo cuarto!- me felicitó la abuela.

Sonreí. Yo conocía Montevideo bastante poco, había venido dos o tres veces pero no lo conocí muy bien.

La casa de mi abuela no era chica, pero tampoco era enorme. Era más bien estrecha, con paredes altas pintadas de  naranjas color melocotón, y con muchos muebles antiguos.

La abuela me condujo a una habitación bastante estrecha. Me quedé sorprendida: las paredes eran de color lila, mi favorito, los muebles eran nuevos, la colcha de la cama era ¡violeta! Y allí había tecnología de última moda: un escritorio con una laptop, un equipo de música, y un despertador eléctrico, de esos que tienen radio.

-¡Abuela!- exclamé- No debías de gastarte mucho dinero en esto…

-¡Dios mío, María Sandra Yugatoski! Para alguien como yo no es un problema el dinero, acuérdate que por la pensión de jubilación mía y de tu abuelo, yo no tengo problemas económicos.- me aclaró, medio ofendida.

Miré la hora: seis y media de la tarde. Era invierno, pero, como por suerte en este bendito país no nieve, no debía preocuparme.

-¡Ché! ¿Qué tal si hoy comemos pescado?- me preguntó la abuela.

Puse cara de asco.

-¿Pescado?- le pregunté.

-¡Si, pescado señorita!- me respondió, riéndose- Ya sé que a vos no te gusta mucho eso del pescado, pero te hace muy bien para la salud.

“La abuela y su salud” pensé.

Suspiré.

-No me gusta para nada el pescado.- le dije, muy seria.

La abuela se rió.

-¡Ya vas a ver cómo te gusta el pescado cuando conozcas a José!- rió divertida la abuela.

-¿José?- le pregunté- ¿Quién es ese?

La abuela se rió a carcajadas.

-Un muchacho de tu edad más o menos, tiene dieciséis, aunque creo que es mayor que vos por meses nada más, ayuda a su padre en la pescadería a cargar cajas muy pesadas.- me respondió.

Asentí.

-Y, decime, ¿Eso, que tiene que ver conmigo?- le pregunté, fastidiada.

La abuela me miró y se rió bajito.

-¿Vas a comprar el pescado?- me preguntó- Es en la rambla la pescadería, ¿Conocés el Liceo Francés?

La miré.

-Oí hablar de él, pero no sé dónde queda.- le respondí.

La abuela rió divertida.

-Bueno, eso no importa, lo que yo te quiero decir es que si me hacés el favor de comprar el pescado, por favor, que tu abuela está viejita.- me pidió, muy pícara.

-Sí, sí.

-Bueno, queda en la pista de skate que te llevé el año tras pasado, ¿te acordás?- me preguntó.

-¡Claro! Era esa gris toda grafiteada, que queda cerca de una playa minúscula a la que no va nadie por el olor a pescado.

-¡Sí, mijita, ahora sí que nos comprendemos!- me respondió.- Vas a ver como unas casas todas juntas, bueno, ese, en ese lugar queda la pescadería que yo te digo.

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