Mi primera fiesta en Montevideo, Carrasco

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-¿Así está bien?-le pregunté a Rosarkka mientras miraba mi conjunto: unos jeans, una camisa de manga larga rosada, un buzo naranja, unas botas de cueros, unas medias “can-can” y una chaqueta de jean.

-Bárbaro. Te queda muy lindo, pero muy lindo y es fuera de joda.-me dijo Rosarkka.

-Gracias.-respondí.

-¿Has pensado en lo que te dijo Merche sobre José?

-No sé... Me agendé su número de teléfono por las dudas y hasta su dirección de mail.-le respondí.

-¿Tanto?-preguntó Rosarkka.

-Sí, es que quiero contactarlo.-respondí.

-¿Son amigos? ¿Quizás más? ¿Qué pasa allí?

-No, Rosa, es que tipo es re lindo pero me parece algo raro, como que me odia. Además tipo que me habla mal. Y el que me cae horrible es el profesor López.

-Tipo, tipo y tipo. ¿Qué no usan otras palabras aquí?-dijo Rosarkka.

Me reí. Se notaba que Rosarkka sabía sólo el español de España.

-Es que se habla así.

-Sí, pero acá no saben hablar de otra manera-se quejó Rosarkka.

No se habló más del tema. Mi abuela había salido a no sé dónde y volvía como a las tres de la mañana. Me había dicho esa mañana que tenía que ir a la dietista y a la dermatóloga, que de mañana trabajaba, después a eso del mediodía tenía que ir al gimnasio, después del gimnasio se bañaba en casa, se iba a pagar las cuentas, más tarde iba a la modista para hacerse unos arreglos con unos vestidos que había mandado a hacer, después tenía una partida de póquer, un torneo de pool (de billar, no me malinterpreten), después una salida al dentista y después otra salida cuyos detalles no me contó. Mi abuela era una persona muy ocupada, con miles de cosas para hacer, unas de las personas que no estaba jubilada a su edad (sesenta años, para ser exactos), cosa que no entendía, otra de las personas que era excelente para las lenguas, que sabía como siete idiomas con todos los verbos y palabras que existían, otra cosa que no entendía, a pesar que yo sabía inglés por unos cursos que había hecho en mi infancia. En año nuevo, como tantas veces había oído quejas por parte de mi madre, mi abuela tenía tantos planes que casi siempre nos daba los regalos atrasados y que no podíamos vernos porque no teníamos tiempo.

“Que no puedo, Mari, que en este año nuevo no nos vamos a ver porque tengo un montón de cosas para hacer. Fíjate, que tengo torneo de billar, clases de alemán, sueco, francés, inglés y japonés solamente con media hora entre clase y clase, tengo una fiesta a eso de las diez, después tengo una cita a eso de la una de la mañana y no puedo tomarme el ómnibus.” Me había dicho una vez mi abuela cuando yo tenía siete años. Pero igual, no le dimos más vueltas al tema y, en la moto rosada de Rosarkka, nos fuimos a la fiesta. Cuando llegamos a la enorme casa de Mercedes, nos quedamos mirando. Bueno, yo me quedé mirando la puerta embobada mientras que Rosarkka charlaba tranquilamente con Mercedes. Apenas entré, pude divisar el cuerpo de José. Tal y como me había dicho Merche, iba vestido de marrón, bueno, más bien, con una camisa marrón tornando a negro. Llevaba unos pantalones negros a juego y unos zapatos negros de cuero que me parecieron muy formales para la ocasión. Pero lo que más me sorprendió, fue, que en vez de venir y burlarse de mí, como había hecho todo el santo día, se acercó a mí sonriente.

-Pensé en lo que te dije hoy acerca de tu bincha y ahora me arrepiento al verte vestida así.- comenzó José señalando mi vestimenta. Sonreí y me puse colorada.- ¿Me permitís un baile?- me preguntó.

Sonreí con una sonrisa de oreja a oreja y asentí con la cabeza. ¡Me había invitado a bailar! José me agarró de la mano y empezó a bailar conmigo. Bailaba haciéndome dar vueltas y vueltas y riéndose. Al final, el Dj puso la música más lenta. José me abrazó tomándome de la mano y comenzó a bailar lentamente.

-¿Cuántos años tenés?- le pregunté.

-Dieciséis.-me respondió con una mueca burlona que me hizo reír.

-¿Porqué te vestís de marrón?- le pregunté.

-Por que detesto el blanco.-fue lo que recibí como respuesta.

-Sí, ya sé, pero… ¿Detestas también los otros colores?- le pregunté.

-No.

-¿Entonces?- atiné a preguntar.

-No sé, es por costumbre.-me dijo en susurros.

-¿Por costumbre?- le pregunté.

-¿Esto es un interrogatorio?- me preguntó.

-No, no lo es, pero, es que yo te quiero conocer un poco más.

-Entonces el viernes vos y yo a las tres y media de la tarde en mi casa.- me encaró así nomás.

Me quedé helada. ¿Era eso una invitación a salir? No me gustaba pensar en ello.

-¿Una cita?

-¿Y por qué no, Mari?

-No, José, es que yo te conozco poco ¿me entendés? Yo no sé, te conozco desde ayer apenas y no conozco la ciudad, además.

-Entonces yo te la muestro- me ofreció.

-Bueno.-respondí con desconfianza.

-Perfecto. ¡Tengo una cita el viernes!- exclamó riéndose.

-Sólo una cita.- le aclaré.

-Quién sabe si te conquisto o no.- me dijo canturreando.

-Pero que no se entere nadie ¿Tá?

-Bueno que no se entera nadie.- José revoleó los ojos.

La fiesta de Mercedes fue, simplemente, genial. Yo y José comenzamos a tener más que una amistad entre nosotros. Más que una simple amistad.

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