Maleta hecha y trampa olvidada

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“Abuela: sé que no soy mayor de edad, ni mucho menos, pero te pido que me comprendas: dentro de diez días me voy a Londres. Me voy por una historia de mi familia que, por razones que desconozco, no me contaste esa historia.  Siento que en esta familia hay secretos que no debería haber y lamento que no te guste lo que te escribí en esta carta, pero no puedo no ir a Londres. Voy a buscar a alguien que no conocí y a otra persona que sí conozco pero que estuvo ausente en mi  pre-adolescencia y en parte de mi adolescencia. Voy a buscar a mi hermana y a mi bisabuelo. Te preguntarás porqué ni hoy ni ayer dormí en casa, aunque solamente quiero que sepas que estoy bien. No quiero preocuparte, aunque con todas las cosas que he hecho desde que llegué a Montevideo, creo que te preocupé bastante. Mamá me mandó un correo electrónico diciéndome que si quería volver a Treinta y Tres  para despedirme de la casa antes d que vengan a Montevideo. Le dije que no porque estaba ocupada. ¿Y sabés porqué le dije que no? Porque aquí encontré un camino que allá no podría seguir, un camino que es muy largo y que dudo que se termine, pero que haré lo posible por terminarlo y continuarlo. Por eso no voy a ir a despedirme de mi casa en Treinta y Tres. Sé que no soy normal, que no soy del todo humana, porque una humana normal no escribe con tinta que sale de su mano. No. Una humana normal escribe con un bolígrafo, no con tinta que sale de su mano. Siento decirte esto abuela, pero sé que a Treinta y Tres quizás no vuelva. No te ilusiones.  Sé que soy descendiente de una raza que es de diablos, o sea demonios. Sé que soy una descendiente de Oxighe. Lo sé. Besos abuela, y quiero que sepas que tengo tres mil pesos que saqué de los ahorros que tengo desde los diez años.  No te preocupes por mí. Adiós. No voy a volver a dormir en casa por diez días. Ya tengo todo solucionado en el colegio y llevo mucha ropa que me estoy lavando. Besos y abrazos, tu nieta, Mari.”

Esa es la carta que deslicé debajo de la almohada de mi abuela, lugar donde ella siempre guarda su mediano pero viejo camisón. Ya de paso, puse más ropa de verano, bueno, mejor es decir de otoño, aunque en Londres estaban a fines de verano. En cambio, aquí, nosotros estábamos con mucho frío a pesar que fuera setiembre. Los últimos días había dormido en una casa que, según deduje, estaba abandonada y muy descuidada. Esa casa había pasado a ser de una casa abandonada y descuidada, tal como dije hace un momento, a una casa confortable e ideal para vivir. Se veía que las personas que habían habitado allí antes, en la medida de lo posible una familia, había cuidado muy bien de esa casa, en la cual aún seguía habiendo agua y electricidad. La supuesta familia que había vivido ahí  dejó muchos muebles que me sirvieron para poder dormir cómoda. Dejaron platos y cuchillos que, por aspecto, parecían muy caros, como el resto de los muebles que había en la casa. Limpié todo lo que pude de la casa en una noche que venía durmiendo ahí, y en la carta puse que no “venía a dormir hoy”, por lo que significaba que había mandado la carta horas antes de las cinco de la tarde, o sea, antes que mi abuela volviera a las siete. Me fui en bicicleta a casa de Mercedes, que quedaba muy lejos de la mía. Llegué a eso de las seis,  hora que Mercedes se quedaba estudiando en la casa “del árbol” que le habían construido sus tíos para Navidad cuando tenía cuatro años. Esa casa estaba pintada de naranja y decía en letras rosadas “Merche”, y ella la llamaba “del árbol”, a pesar que estaba sostenida por dos palos enormes de alto y gruesos de madera, pero en cierto punto, se le podía llamar “del árbol” porque  estaba cerca de uno árboles que había en casa de Mercedes. Entré a la casa del árbol de Mercedes y me encontré con un mapa tirado en el piso. Un mapa con los monumentos de Londres.

“Te convendría verlos, raspa  la imagen del  Big Ben, es un truco que te va a servir de mucho. Salí con Lucca. José te espera el próximo viernes a las cinco de la mañana por lo menos en el aeropuerto. Saludos, Merche.”

Agarré una piedra que había dejado Mercedes y  raspé la imagen del Big Ben que aparecía en el mapa. Entonces me  apareció una dirección: “Town of witches, section Earls Court.” Me pareció raro ver eso escrito con letra muy clara, pero guardé el mapa en mi mochila y me fui a la casa abandonada. No quería hacer otra cosa que no fuera dormir.

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