Capítulo 25

3.2K 244 60
                                    

Capítulo 25 Extendido

Años después...

-No entiendo por qué tenemos que venir todos a este mugroso pueblo solo porque tú quieres ver a esas personas.- replico por decimotercera vez Edmund en lo que llevamos de viaje.

-¿Me harás responder esa pregunta otra vez?- tener paciencia era difícil en esta situación pero no me quedaba de otra ante la falta de tacto de mi hijo.

-Me estas cansando Edmund, vuelves a abrir la boca y te quedaras sin sentidos por cinco horas.- gruño Alec ya completamente fuera de sí, algo extraño sabiendo que por lo general la que primero pierde los nervios soy yo, pero al menos su sutil y muy real amenaza surgió el efecto esperado.

Entendía a mi hijo, pero por más que ya fuese un hombre capaz de cuidarse a sí mismo me negaba a separarme de él, y con la promesa de que solo serían tres meses logre convencerlo de subir al avión con destino a los Estados Unidos, Washington mas específicamente.

La razón de querer venir al lugar que pensé que no volvería era por la misma por la que me fui, quizás con el pasar de los años viene ese sentimiento llamado culpa, el sentimiento que no nos preocupa experimentar antes de hacer algo que esta "mal" o es "indebido", fugarme con el que para aquel entonces era mi novio fue la mejor decisión que pude haber tomado en mi vida, pero a pesar de eso siento culpa, ese sentimiento apareció cinco años después de irme de casa y haber dejado el nombre de Juliette Summers atrás para pasar a ser llamada Juliette Vulturi.

Pero ¿Cómo podría arrepentirme de esa decisión? Gracias a ella hoy tengo a dos maravillosos hijos.

-No te preocupes Edmund, a mí tampoco me emociona mucho la idea de dejar nuestra casa para ver a los Cullen.- no pude evitar reír al escuchar la dulce y melodiosa voz de mi hija, ella siempre intenta hacer sentir mejor a su hermano mayor, por eso ambos se complementan, mientras mi hijo es frio su hermana es cálida, son perfectos, o al menos yo lo veo así.

-No quiero que comiences a quejarte tú también Lacey, el castigo aplicaría para ambos.- la manera sutil de callar a nuestros hijos de Alec me encantaba. Solo una vez Alec uso su don sobre los niños y fue porque lo deje a cargo de ambos en la casa, cuando llegue todo estaba en extrema calma, la verdad sea dicha, yo esperaba llegar a la casa y encontrarla en llamas con Alec observándola y a los niños llorando al pensar en todos sus juguetes destruidos, sin duda tengo muy poca fe en los dotes de mi marido; el punto fue que la razón del silencio es que ambos niños estaban acostados en un sofá de la sala con Alec sentado en uno frente a ellos con un libro en mano.

Fue demasiado extraño, la calma de Alec, la falta de incendio y los niños quietos, algo pasaba, y era bastante simple, Alec había implementado su don en ambos porque según sus textuales palabras, "tenía un irrefrenable deseo de arrancarles la cabeza antes de que quemaran la casa conmigo dentro", cuando deshizo su don los niños empezaron a llorar y se abrazaron a mí, no le hablaron a su padre por una semana, la moraleja de la historia, nunca dejar a Alec a cargo de la casa y de los niños, la otra era que Alec era capaz de emplear su don sobre Edmund y Lacey si estos lo sacaban de quicio, jamás volvieron a tentar la paciencia de su padre al comprobar que esta no era infinita.

En cuestión de minutos llegamos a la enorme casa que Alec había comprado a las afueras de Forks, lejos del territorio Quileuten y del de los Cullen, era un punto muerto del tratado, la tierra de nadie. Y por eso es el mejor lugar para nuestra corta estadía en Forks, me costó considerablemente ubicar a los Cullen, pero no tanto como a ellos encontrar un rastro de mi paradero.

Los Cullen hasta el sol de hoy siguen buscándome, pero ellos nunca lograran encontrarme si yo no lo deseo así. Nuestra nueva casa era igual o incluso más grande que la anterior, su ubicación nos ayudaba a ocultarnos de los humanos. Ya estaba amueblada lo cual era bueno, vi a mis hijos no perder tiempo y correr dentro de la casa, seguro se pelearían para ver quien tenía la habitación más grande, lástima que Alec y yo ya escogimos por ellos.

-¿Estas segura de querer volver a ver a los Cullen?- pregunto en voz baja Alec a mi lado. Gire mi mirada en su dirección y sonreí, a pesar de los años su rostro seguía siendo tan inexpresivo que cuando lo conocí, pero sus ojos, ellos no podían mentirme jamás.

-Muy segura, necesito hacerles entender que estoy bien y que no deben seguir buscándome, deben ver que a tu lado seré feliz siempre.- sus ojos me veían con atención, sabía que no estaba de acuerdo con mi decisión pero no diría nada al respecto, quizás estaba cometiendo un error pero de ellos se aprende.

Enrede mis brazos entorno a su cuello y él poso sus manos en mi cintura, estaba segura que si aún fuera humana sentiría mis piernas débiles, pero seguía sintiendo la misma emoción, el mismo cosquilleo de cuando era humana, seguía amándolo y mi muerto corazón se estremecía con su sola presencia. Cuando nuestros labios estaban rosándose fuimos interrumpidos como muchas otras veces por nuestros hijos.

-A veces quiero matarlos.- murmuro Alec y no pude estar más de acuerdo con eso.

-No eres el único, cariño.- dije divertida. Para mi esposo era inevitable no decir comentarios como esos cada vez que nuestros hijos nos interrumpían, pero sé que sin ellos a nuestro lado la vida no sería igual.

Tomados de la mano entramos a la casa donde Edmund y Lacey nos esperaban ambos con el ceño fruncido, verlos uno al lado del otro solo hacia resaltar sus similitudes. Edmund con su cabello tan oscuro como el de su padre, su piel tan pálida como una clara señal de que tenía sangre de vampiro en él, sus facciones que lo hacían ver tan angelical pero al ser tan inexpresivo la mayoría de las veces lograba que te alejaras de él sin saber que un corazón bondadoso se escondía debajo de esa coraza.

Algo que me impacto mucho cuando conocí a mi hijo fueron sus ojos azules, de un azul tan oscuro como en una noche sin estrellas, Alec me comento que de lo poco que recuerda sus ojos eran así antes de convertirse, en mi familia eran típicos los ojos azules pero tan claros que parecían cristalinos, por eso mis ojos antes verdes eran tan extraños. Por otro lado Lacey era la personificación de la dulzura, mientras estuviese de buen humor. Era la princesita de Alec, la consentida de su hermano y mi muñequita. No había joven más bella que ella.

Su belleza no se compara en nada a la que yo recuerdo que poseían Reneesme y mi hermana Lena cuando eran bebes, mi hija les ganaba, poseía ese magnetismo digno de un niño hibrido al igual que su hermano, su cabello de diferentes tonos que llegaban desde el más oscuro negro al más claro castaño lo hacían único, sus facciones delicadas sin ninguna imperfección en su piel de porcelana, su figura era estrecha, perfecta en realidad con sus curvas en forma de reloj de arena la hacían muy cotizada por el sexo opuesto y envidiada por las demás chicas. Una razón muy importante para verme obligada a cambiarla constantemente de colegio.

No podía no estar orgullosa de mis hijos, sin duda mi pequeño Edmund necesitaba más cariño que mi princesa Lacey, por eso siempre procuro decirle lo mucho que lo amo, a ver si por lo menos recibo una sonrisa de su parte.

Luego de un par de horas en las que nos dedicamos a ordenar la nueva casa, hice una pequeña inspección en las habitaciones de mis hijos, ambas perfectamente ordenadas, más la de Edmund que la de Lacey, pero podría ser peor.

Ya bien entrada la noche pude sentarme al lado de mi esposo en uno de los sofás de la sala, luego de cerciorarme de la respiración acompasada de mis dos hijos pude estar más tranquila, ya no más interrupciones por hoy.

-Mañana veremos a los Cullen.- musite, no era necesario hablar muy alto, en susurros nos entendíamos perfectamente.

-¿Puedo matar a alguien si se ponen muy molestos?- pregunto Alec.

-Últimamente estas usando mucho el termino matar, creo que alguien ya le urge ir de casería.- le dije de manera burlona.

-Solo si tú me acompañas.

-Hasta al fin del mundo.

𝔻𝕚𝕤𝕔𝕖𝕕𝕚𝕥𝕖 𝕒 𝕞𝕖, 𝔸𝕞𝕠𝕣𝕖. | 𝐀𝐥𝐞𝐜 𝐕𝐮𝐥𝐭𝐮𝐫𝐢 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora