Capítulo 3: Raymond (Editado)

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Doménico me llevo hasta otra puerta, que como ya han de imaginar, era blanca.  

Dentro se encontraba una señora que, yo supuse, era una secretaria.  

“Qué ridículo” exclamé para mis adentros porque jamás en mi vida habría imaginado estar en ese lugar para hablar con el creador en persona. Mucho menos pensé que éste tendría algo tan normal como una secretaria. 

Doménico le explicó a la mujer la situación y ésta nos indicó que nos sentáramos en lo que esperábamos para que nos atendieran. 

—¿Por qué esa cara?—pregunté al ver a Doménico con los brazos cruzados y una mirada que me hacía agradecer que las éstas no mataran. Luego caí en la cuenta de que estaba muerta y ya no me podían hacer perecer de nuevo o incluso hacerme daño. 

—¿No será acaso porque primero fuiste algo grosera conmigo y luego me obligaste a traerte para hablar con Dios, como si fueras mi jefa?—Poco le faltaba para escupir veneno por la boca. 

—Sabes, para ser un ángel eres muy gruñón y grosero. 

—¿Y quién te dijo que soy un ángel?—Sonó muy intrigado por lo que acababa de echarle en cara. 

—Has estado detrás de mí desde que llegué, sabes dónde se ubica todo y eres tan guapo que podría jurar que eres un ángel.—Me sonrojé al acabar de hablar porque lo último no debía de salir de mi boca. 

—Estoy en proceso para ser un ángel, no soy un ángel—aclaró enojado—. Gente como tú me hace muy difícil conseguir mi meta cuando se ponen como unas niñas malcriadas exigiendo cosas—se quejó todavía molesto. 

Me habría enojado yo también pero estuve más agradecida de que hubiera ignorado lo último que dije. 

Antes de que pudiera defenderme la secretaria anunció que podíamos pasar así que ambos caminamos en dirección a otra puerta. ¿Adivinan de qué color? 

Doménico estaba muy serio y creo que algo nervioso. Al verlo sentí miedo porque supe inmediatamente que él nunca había entrado ahí para pedir algo tan descabellado y loco. 

Al principio no noté al hombre vestido todo de blanco porque se perdía entre el cuarto del mismo color. 

Él tenía el cabello corto castaño y se veía más joven de lo que yo imaginaba. Me había enfrascado tanto en el estereotipo del señor canoso con una túnica que casi me cuestioné que él era al hombre que estaba buscando. 

—¿Qué los trae por aquí?—preguntó con una sonrisa cálida y amigable. 

—Charlotte quería hablar con usted de algo—soltó Doménico antes de apartarse de mí. 

—Cobarde...—murmuré lo suficientemente alto para que me escuchara. 

—¿Y bien? ¿Querías preguntarme algo?—comenzó a interrogarme aquél hombre. 

—Sí, Dios. Es que tengo…—Se me fue apagando la voz cuando vi que me había indicado con la mano que parara de hablar. 

—Por favor no me llames así—pidió amablemente—. A lo largo de la historia me han llamado de muchas formas como Zeus, Alá, Asa, Atum y creo que el más reciente es Chuck Norris pero en realidad me gusta que me digan Raymond.—No pude evitar sonreír al escuchar lo de Chuck Norris, me alegraba saber que Raymond tenía sentido del humor. 

—Bueno, Raymond—corregí un poco apenada—. Tengo una petición que hacerte. 

—¿Y cuál sería esa petición? 

—Quería saber si podría ser psicóloga.—Traté de guardar para el final la parte que seguramente lo exaltaría. 

—¿Qué clase de psicóloga? ¿De niños? 

Cae Nieve en el InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora