Capítulo 4: Las reglas del juego (Editado)

3.7K 177 14
                                    

Estuve esperando en mi casa todo el día desde que Doménico me había dejado ahí y la impaciencia que sentía no podía ser ocultada por mi cuerpo, menos cuando el chico volvió para anunciarme que Raymond quería vernos. 

y yo caminamos por el sendero de puertas, color cascaron de huevo, que apenas lograba recordar al verse todo tan igual.  

¿Estaba asustada? Sí. Las ansias y nervios eran una combinación que me hacía actuar raro, siempre lograban que me diera más valor a hacer las cosas, nada más que en esa ocasión fue diferente. Tenía miedo, no sabía como era el infierno ni el monstruo que seguro gobernaba ese lugar. 

Lo malo de pensar en eso mientras caminaba fue que no me di cuenta cuando ya estábamos frente al hombre de cabello castaño.  

Doménico, tan cortés como siempre, me dio un codazo para que pusiera atención. 

—¡Ay! ¿Por qué tanto cariño?—le reclamé mientras me sobaba el hombro donde me acababa de golpear. 

—Ya estamos aquí—explicó él, señalando a Raymond. 

Tuve ganas de devolvérselo pero en lugar de eso decidí aceptar su excusa y para poner toda mi atención en Raymond. 

—Hola, Raymond—saludé esperando escuchar lo que me tenía que decir. 

—Hola, Charlotte.—Se oía alegre—. Creo que te preguntas ¿por qué te mandé a llamar?—Portaba una sonrisa que me decía que tenía buenas noticias. 

—Obviamente. 

—Lo que te voy a decir tienes que tomarlo muy en cuenta cuando estés allá—comenzó a explicar para luego parar de hablar, repentinamente.  

Estoy segura que lo hacía para torturarme, en especial porque sabía que no me quejaría. 

—¿Y bien?—pregunté aguardando a que continuara, pero sólo volteó en respuesta. 

—¿Y bien qué?—me imaginé que fingiría demencia. 

—¿Qué es lo que tenemos que tomar en cuenta?—repetí sus palabras a manera de pregunta. Tratando de contener la desesperación que amenazaba con salir de mí. 

—Ah. Eso—dijo él con una carcajada—. Pueden ir con la condición de que se queden en dónde vive quien manda ahí. 

Lo dijo tan despreocupadamente que me imaginé que el hombre que era dueño del infierno no podía ser tan malo. Por lo menos eso me obligué a creer para calmar el miedo a tener que pasar toda mi estancia allá con él. 

—¿Eso es todo?—esperaba, al menos, una guía de cómo sobrevivir en el infierno. 

—No, también hay algunas de cosas que tendrán que tendrán que recordar cuando estén allá.—Conforme seguía hablando sonaba más serio—. Primero, tú no vas a elegir a tus pacientes, te darán los que ellos quieran; segundo, ahí se “activan”—flexionó los dedos al mencionar la última palabra—todas las sensaciones humanas así que tendrán que comer y descansar; y, por último, tienen prohibido ayudar a escapar a cualquier persona del infierno. 

—Está bien.Suena fácil—respondí pero Raymond levantó un dedo para indicar que tenía que decir algo más. 

—En cuanto a ti, Doménico.—Volteó a ver a mi acompañante al decir su nombre—. No te separes de Charlotte. Aunque hay un trato de que nadie puede lastimarla, no hay que fiarse del todo de ellos. 

—¡Sí, señor!—dijo Doménico como si fuera un soldado, nada más que él lo hacía en tono de burla y no de respeto. 

—¿Algo más?—pregunté mientras le daba un pequeño golpe en el hombro a Doménico para que se calmara. 

—No confíen en nadie—fue toda su respuesta. No supe si tomarla como una amenaza o como un consejo. 

—¿Voy a necesitar llevar algo?—Me parecía imposible que sólo eso fuera lo que tenía qué hacer para ir a un lugar que, cualquiera, consideraría el más peligroso de todos. 

—Realmente no, allá te darán todo lo que vayas a requerir. 

—¿Cuándo nos vamos? 

Hizo una pausa momentánea para pensar. 

—Ahora—su voz sonaba tan relajada que logró confundirme. 

No comprendí a qué se había referido con “ahora” hasta me di cuenta de que nos estaba llevando a través de las puertas blancas. Para mi sorpresa dejamos de caminar cuando nos encontramos frente a la primera puerta por la que había entrado a este mundo después de morir.  

Doménico vaciló un momento antes de abrir la puerta, tanto a él como a mí nos asustaba un poco qué podríamos encontrar al otro lado. Para seguir tuve que darle una sonrisa, debía mostrarle que no debía temer a nada. 

Sin más demoras salimos.  

Justo al lado de la puerta blanca se encontraba una puerta color negro, la cuál supuse era la puerta al infierno. 

Pensé que era un poco cliché el color de ambas puertas. Como todo el mundo sabe, el color que contrasta con el blanco es el negro. 

Doménico, como cualquier caballero, me abrió la puerta e hizo un gesto con la mano. Era casi una reverencia, que me indicaba que pasara yo primero. 

Y así lo hice. 

Cae Nieve en el InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora