Capítulo 1.

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  • Dedicado a Neniita Casanova
                                    

Cada noche era una eternidad; tiempo sin fin para pensar sin parar, dejando atrás todo espacio para descansar.
Sueños estúpidos sin cumplir, volviéndose un martirio con cada hora, cada noche.
La capacidad de soportarlo había desaparecido, llegando a aquel desgarrador momento en que la vida ya no valía nada. Hundiéndose entre deseos de anhelos que jamás se cumplirán.

Todo se fundía ahí, en esa necesidad de terminar con aquel agudo dolor que atravesaba mi pecho, las filosas espinas de la vida atravesando el alma. Terminando con todo el color.
Un sueño profundo se apoderaba de aquellas dolorosas heridas. Deseando callar esa voz que tanto me hacía llorar y sufrir.
No se iría, no a menos que yo la acompañara.

Aquel helado viento de la noche sopla mi cabello, siento como mis mejillas se congelan.
Mis ojos se abren dejándome ver solo una acuosa ventana de lágrimas amargas.
Estoy ciega ante aquel líquido abundante que brota sin parar de mis lagrimales. Sin embargo, puedo notar como figuras de oscura apariencia empiezan a acumularse debajo de mis pies. Todos con una misma pregunta: "¿Piensa saltar?".

Por mi parte, me pregunto: ¿Cómo llegué a este punto?

Solo un dedo me salva de un fatídico final.
No recuerdo como llegué aquí; pero no hay vuelta atrás.

Todo es inútil.
Ya nada me puede salvar.

Yo solo quería dejar de sufrir, dejar de llorar, con toda esta basura al fin terminar.
Tal vez, un sueño.
Sí, un sueño.
Si tan solo pudiera despertar y que todo haya cambiado y mi memoria borrado.

Levanté mis ojos al cielo, la ausencia de estrellas que siempre me acompañaba delataban mi final. Si tan solo una estrella pudiera cambiar mi destino; con su destello exterminar mi soledad y toda aquella cruel oscuridad.

De pronto, un destello entre aquel mar negro me ayuda a recordar mi única razón.
La que hoy había perdido para siempre.
Mi libertad pronto tendría fecha expiración.
Nunca podré estar a su lado, al lado de mi pequeña.

Al recordarla, mi rostro se vuelve una catarata de lágrimas saladas, me convulsionan.
Serán las ultimas, mis últimas lagrimas.

Solo espero que mi pequeña jamás sepa de mí.
Solo soy una cobarde.
Manchada de sangre, colgando de un crudo destino final.
De un modo u otro moriré, ya no hay posibilidades de una salvación.

Inesperadamente, cuando mi mano se deslizaba lentamente, lista para caer, algo me hace sostener mi cuerpo, pendiendo del meñique.

Un sonido despierta mi agotado oído.
¡Conozco esa voz!

Mis ojos buscan la proveniencia. La ciudad es grande, aun así, puedo escuchar los gritos animados de miles de personas; todos en respuesta a su voz.
A tan solo cuatro cuadras, por fin logro visualizarlo.

Es demasiado grande como para no verlo, el estadio nacional. De ahí proviene.
¿Dónde lo había escuchado antes?

Mi memoria viaja en el tiempo llevándome hasta el 28 de septiembre del 2009.

Me desperté.
Abrí mis ojos sin ganas de levantarme.
Sería solo un día más sin sentido, igual que los anteriores; llenos de hipocresía y falsedad. Llevando sobre mis hombros el peso de actuar como una persona que jamás llegaría a ser.

Miré el blanco del cielo raso; un techo manchado de mentiras que desgarran mi mente.

Sus gritos comienzan a hacerse presentes en el día.
Aquella repugnante voz llegaba hasta mis oídos.
Ella empezó a golpear la puerta de mi habitación con insistencia; cada puñetazo a la madera de clavaba en mi como un puñal.
No deseaba abrirla, no quería ver aquel detestable rostro: La persona que más me había hecho sufrir en este mundo.
La que años más tarde arrancaría de mi única razón para vivir.

Mi única razón ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora