Capítulo 11.

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  • Dedicado a Bell Estrella
                                    

Una fuerza que nadie será capaz de controlar jamás.
Podemos manejarla, a la izquierda, a la derecha; pero siempre terminará llevándonos a donde debemos estar.
Nuestra vida y el impredecible futuro, no sabemos a dónde nos llevarán mañana.
Destinos inesperados sin prever.
Existen muchos caminos; pero al final todo se define en una cosa... nuestra llegada, ahí, al lugar correcto, el final de nuestro camino.

¿Se supone que él era mi camino?
¿Qué pretendía la vida hacer conmigo esta vez?

Lo juré, pero no puedo, no pasaré sobre él.
Debe irse, tiene que olvidarme, no lo quiero lastimar.
―Lisa... Lisa... ¿Estás bien? ―Él se acercó a mí, tomando mi cabeza de sobre mis rodillas.
Yo lo empujé del pecho, alejándolo, rogando por que se marchara.

¡Vete Vilh!
¡Déjame!

―Lisa... detente ―decía mientras yo lo empujaba con insistencia cada vez que intentaba tocarme―; déjame ayudarte.
Vilh forcejeaba conmigo mientras yo continuaba golpeándolo, empujándolo, alejándolo.
Me sentía desesperada.

¿Por qué tenía que ser él?

Vilh intentaba tomar mis muñecas, buscando una forma de someterme. Yo solo luchaba contra ello.
No podía aceptarlo.
―¡Basta Lisa! ¡Ya! ―gritó con fuerza y firmeza.
Su voz retumbó en mis tímpanos, haciéndome detenerme de la impresión.
Vilh había logrado tomarme de una de mis muñecas; aun estaba de pie, yo continuaba sentada sobre la banca.
Su altura me intimidaba.
―Se sincera conmigo, Lisa. No tienes a donde ir, ¿verdad? ¡Por eso estas aquí! ―preguntó con firmeza, pero bajando su tono.
Yo asentí cabizbaja mientras las lágrimas volvían a bajar por mis mejillas.
No podía dejar que esto sucediera, no permitiría que él se enamorara de mí.
Volví a forcejear, intentando soltar mi muñeca del agarre de su mano. Con la otra mano lo empujaba.

¡Olvídate de mí!

Sin embargo, Vilh no se rindió, continuó forcejeando conmigo hasta que logró tomar ambas de mis muñecas para dominarme completamente, yo me negué a mirarlo.
Con solo una de sus manos era capaz de tomar mis delgadas muñecas.
―Lisa... por favor, mírame... mírame ―insistía.
Tomó mi barbilla y corrió mi rostro; de inmediato pude sentir su respiración sobre mi mejilla. Estaba demasiado cerca.
Al fin me atreví a abrir los ojos; con solo un movimiento nuestras narices serían capaces de chocar, aquellos hermosos ojitos miel me miraron con profundidad. Quitándome el aire, haciéndome odiarme por ello.
―Entiende... Yo no te dejaré. Prometí que te ayudaría y eso es lo que haré; aunque tú no lo quieras. No tienes a donde ir, no estás en condiciones de decidir. No te dejaré en la calle, quiero que te quedes conmigo ―dijo firmemente.
Estaba totalmente congelada ante él.
Sus labios estaban peligrosamente cerca, su cálida respiración y, ahora, me dice esto.
¿Qué se suponía que era?
¿Una declaración?
No entendía nada; pero no quería que él se enamorara de mí.
Para el colmo, mi corazón late incontrolable.
¡No quiero sentir esto!

Vilh suelta al fin mis muñecas, lleva sus manos a mi rostro, limpiando mis mejillas; he dejado de llorar y no me he dado cuenta, él ahora limpia el rastro de mis lágrimas.

Vilh, ¿por qué me haces esto?

― ¿Entiendes lo que te dije? ―preguntó, yo asentí tímidamente― No te abandonaré como lo hizo tu familia. Necesito que confíes en mí.
Una fría ventisca trajo consigo unas pequeñas gotas de rocío. Vilh miró en cielo al sentirlas sobre su piel; fue ahí cuando me di cuenta que estaba arrodillado a mis pies.
No pude evitar tiritar por el frío.
Vilh sobó un poco mis brazos al verme temblar.
―Debemos irnos. La lluvia no tardará en llegar ―dijo.
Aun inclinado, quitó su chaqueta y me cubrió con ella. Luego bajó su mirada hasta mis muslos, recorriendo mi pierna hasta llegar a mi tobillo.
― ¿Caminaste hasta acá? ―preguntó al ver mi tobillo; yo asentí― No debiste hacerlo. No tenías que irte Lisa.
Vilh se movió, levantándose un poco; se hincó, tomó mi brazo y lo pasó por encima de su hombro. Pasó su brazo por debajo de mi rodillas, el otro por detrás de mi espalda; irguiéndose conmigo en sus brazos.
―Ahora te vigilaré todo el tiempo; como a una niña pequeña ―dijo al empezar a caminar.
En mi niñez jamás habían cuidado de mí. Tal vez era porque mientras la mayoría de los niños de mi edad jugaban y hacían travesuras, yo estaba amarrada a una silla, impidiéndome moverme con libertad; eso les dejaba a mis padres el tiempo suficiente para olvidarse de mí, como no tenía como despegarme de la silla, no había motivos para vigilar a la niña tonta.
Aun con diez años se me había obligado a perder toda señal de inmadurez.
Perdí mi infancia.
Desde entonces actúo como una adulta. Desconociendo totalmente la actitud de una niña, una adolescente.

Mi única razón ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora