Capítulo 13.

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El dolor amargo de un alma llena de remordimientos.
Intentado ignorar todo sentido de la razón, dejando de lado todo sentimiento; enterrándolos en lo la más profundo de nuestras almas, donde nadie pueda sacarlos jamás.
Una herida abierta, imposible de curar; el dolor más profundo que tu alma pueda imaginar.
Llegar a aquel punto en que sientes la vida como un filoso puñal, uno que entra poco a poco en tu pecho y cada desgracia lo hunde más, hasta que ya no haya carne por la cual perforar. Puedes sentir el frío del metal y el filo de la hoja, la forma en la que recorre tu cuerpo, partiendo en dos.
No sucede, pero se siente tan real.
La forma en que sientes como el calor de tu sangre chorrea por las manos, tus manos. Escurriéndose lenta y dolorosamente hasta que ya no hay más.
Ahora te encuentras así, desangrado por la vida y su millón de formas de matarte.
Aquel filo recorre tu pecho, rodeando tu corazón.
¿Puedes verlo?
Late desgarrador dentro de ti, bombeando forzosamente cada sentimiento y desgracia hasta tu cerebro, donde las imágenes se reúnen y el dolor se hace intenso.
Es el momento en que te vez obligado, a sacarlo de tu pecho en una imagen figurativa.
Ahí encuentras esa manera de escapar de todo, todo sentimiento termina por desaparecer hasta volver de ti un humano sin sentimientos, para el que la razón no es válida. Capaz de hacerlo todo con tal de conseguir lo que quiere; aunque pase por encima de todo, incluso, la vida ajena.

Así me sentía, la vida terminó por arrancar de mi todo sentido de la razón y la humanidad. En un manto de rabia y furor, logré que todo desapareciera.
Mi principal motivo: encontrar a mi hija.
Para ello había estado dispuesta a pasar por encima de una vida, la de mi propia madre.
Pero debo encontrarla, Estrella me necesita, debo ponerla a salvo, impedir que repita mi vida en manos de personas despiadadas.
Me sentía un monstruo despiadado al pensar en lo que había sido capaz de hacer mientras estaba perdida en el dolor.
Ahora tenía un nuevo sentimiento, por él.
El corazón que hacía falta dentro de mi pecho había vuelto, lo sentía latir dentro de mí.
Viaja más allá, a un sentido de preocupación, por él, por sus ojitos miel... por Vilh.
Yo no quiero ser la que se lleve su corazón y termine por volverlo un ser sin alma ni razón.
Es demasiado valioso, no lo merezco, no merezco el amor que me ofrece y, no, no lo pienso tomar.

Vilh por fin me ha soltado, separó sus codiciados labios de los míos vacíos de valor.
¿Cómo se suponía que debía reaccionar ahora?
Traté de levantar mi tronco sin hacer movimientos bruscos.
No lo miré al rostro, simplemente me senté dándole la espalda.
No quería hacerlo sentir mal; pero por su bien, no permitiría que pasara de nuevo.
―¿Qué hacen en el piso? ―preguntó Theo desde el pasillo, asomándose por la puerta.
Vilh guardó su silencio.
Me arrastré por la alfombra hasta llegar a la cama y estirar mi mano sobre ella, llegando hasta la pizarra.
La tomé y escribí.
¿Puedes ayudarme a llegar al baño? ―le pedí a Theo.
Él pasó su mirada hasta Vilh, mirándolo acusatoriamente, no sabía qué era lo que hacía Vilh o como reaccionó, le daba la espalda.
―Claro ―dijo caminando hasta mí.
Me ayudó a ponerme de pie, luego me cargó en sus brazos.
Señalé la maleta sobre la cama, Theo se inclinó para que yo la alcanzara.
La tomé poniéndola en mi abdomen.
Me llevó hasta adentro del cuarto de baño, puse la maleta en la encimera y luego me bajó. Dejándome apoyada en el lavamanos.
Al salir, cerró la puerta.
Yo le coloqué el seguro.
― ¿Qué diablos le hiciste Vilh? ―preguntó Theo al salir del baño.
Empecé a sacar cosas de la maleta para buscar que era lo que usaría.
Mientras tanto, escuchaba atenta su conversación.
―Sí, a mí me regañas, me sermoneas y me maldices porque la besé. Admite que solo lo hiciste porque no soportas que nadie más la toque ―reclamó Theo.
―Deja de decir estupideces.
― ¡Estupideces! Vilh... ¿Estupideces? Eres un maldito celoso; no es secreto para nadie que te gusta desde que la viste.
― ¿Y ahora tu por qué la defiendes tanto? ―preguntó Vilh, en un tono molesto.
― ¡Mira! Ahí está... ¡Celos!  ¡Cómo si no me conocieras Vilh!
―Tienes razón ―confesó Vilh de forma ahogada.
―Siempre la tengo. ¿Qué fue lo que hiciste? ¿La besaste?
―Sí. Creo que no debí hacerlo, me precipité; no sé si siquiera le agrado.
― ¿Te correspondió al beso? ―preguntó Theo.
―No.
―Esa es tu respuesta. No lo vuelvas a hacer.
―Pero lo permitió ―alegó Vilh.
―Vilh... ¿Qué crees que iba a hacer ella? Es obvio que tenía miedo de que si te golpeaba o te detenía para que la dejaras, tú fueras a reaccionar de mala manera y hacerle daño o echarla a la calle. No significa nada.
―Creo que sí.
―Ahora ella sabe que te gusta. Ten paciencia y ve cómo reacciona ella después de esto. Deja tus asquerosos celos de lado, ella no te pertenece. Está en su derecho de ver a quién quiera.
―No lo puedo evitar, es algo que me nace de la nada y sin poder detenerlo.
―Tienes demasiada competencia ―dijo Theo en tono de burla.
―No me lo recuerdes ―dijo Vilh fastidiado.
―Es sensual, no lo puede evitar. Pequeñita, coqueta, con esa cinturita y tiene un ardiente trasero... ―Mis ojos se abrieron en grande al escuchar el adjetivo de Theo.
No pude evitar mirarme al espejo, intentando convencerme de que era una broma.
¿Están locos?
¡No es verdad!
―Cállate Theo o aquí mismo te hago picadillo ―dijo Vilh entrando en un ataque de celos nuevamente.
―Su fino rostro, labios hermosos y ese precioso camanance que solo se ve cuando sonríe, la manera en que se sonroja... ¡Ah! Y lo que más te gusta a ti, esas lindas y delicadas manos de uñas cuidadas.
―Corre Theo... ¡Ahora! ―gritó Vilh.
Escuché los pasos apurados saliendo de la habitación.
Lo había dicho enserio.
Podía escuchar como lo correteaba por los pasillos, pegando en las paredes.
Son adultos y parecían tan niños.

Mi única razón ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora