Capítulo 22.

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Vilh.

El dolor de amor puede llegara a ser un millón de veces más desgarrador que el dolor físico. No se cura con medicinas, no se disminuye con analgésicos, no sabes por cuánto tiempo lo llevarás.
Jugar con los sentimientos de una persona que te ama, independientemente de la manera que sea, hasta hacerla pedazos; puede que haya una razón, o simplemente sea egoísmo puro invadiendo nuestro ser.
Llegar a ese punto en que no nos importa nada o nadie, simplemente nuestro propio bien y ganancia.

¿Por qué lastimamos a la persona que más amamos o a la que algún día lo fue?

Aquella persona especial, que dio su alma por nosotros, nos dio su amistad y apoyo en el momento que más la necesitamos, la que compartió todo lo importante de su vida con nosotros.

¿Cómo llegamos a tal punto?

No había logrado dormir bien; supongo que se debía al peso de la conciencia cayendo sobre mí.
Al dar la media noche, harto de mí mismo, me levanté de la cama y acabé con cada gota de alcohol que había en el mini bar. Por la mañana, los rayos del sol me pegaron justo en la cara, era como si el sol se confabulara en mi contra con el universo para despertarme de la peor de las formas, justo en los ojos.
La goma me estaba matando; sentía que mi cabeza explotaría.
De nuevo, Theo había estado ausente durante toda la noche; no necesitaba que nadie me lo dijera, sabía que estaba con ella. No había otra opción en mi cabeza, habían dormido juntos otra vez.
Le lancé un fuerte golpe a la pared de cemento, dolió, pero la furia no me dejó sentir nada más que más furia.
Los nudillos se me rompieron y seguía sin sentir nada.
―Así no terminarás en nada bueno ―dijo su voz desde la puerta.
―No me molestes Theo. Ese golpe era para ti.
―Que bueno que la pared es más dura que mi cara ―dijo glorioso―. ¿Qué te pasa Vilh? Me estás empezando a asustar.
―Me pasa... me pasa que la amo con locura y no soporto o tolero la idea de que no me quiera... ¡¿Por qué?!
―Tal vez si dejaras de ser un cretino y empezaras a ser el Vilh de siempre...
―Lo fui ―interrumpiéndolo―. Ella no me quiso así. Te quiere a ti, aun siendo un perseguidor de mujeres y un adicto al sexo. ¡Solo es por el sexo!
― ¡Deja de tratarla como una perra, que ella no lo es! ―gritó fuertemente, con furia, haciendo que la cabeza me diera vueltas― Me hace pensar que eso es lo que quieres tú; como Lisa no te lo da, te pones así. ¡Entiende Vilh! Ella te tiene miedo porque actúas como los hombres que la hicieron vivir pesadillas, los que la violaron y maltrataron. ¡La lastimaste idiota!
― ¿Me vas a negar que andes detrás de ella?
― ¿Qué es lo que quieres oír? ¿Qué la amo? Pues escúchame bien Vilh: Sí... ¡la amo! Pero no pasa nada de lo que tú piensas.
―Bla... Bla... Bla... Lo que digas.
― ¿Sabes? Lisa no está enojada contigo. Solo está triste y con miedo; además de que está enferma. ¿Tanto la amas que ni siquiera te has preocupado por ella?
>>Sabías que se enfermaría por los efectos secundarios de los medicamentos. No, ni te molestas en preguntar si está bien o necesita algo.
>>Por la noche tiene mucha fiebre; necesita que alguien esté ahí para abrazarla y darle calor. Cuando tiene mareos, hay que darle un algodón con alcohol para que respire y se sienta mejor. Si tiene nauseas, darle algo que la ayude a controlarlos. Hasta Garin y Imre están ahí cuando necesito un relevo, mientras corro a la farmacia por algo o busco que comer. ¿Y tú? ―inclinándose, tomando una botella vacía de vodka del piso― Tu te encierras a emborracharte por tus estúpidos y malditos celos sin sentido.
Al terminar su discurso, Theo tiró la botella de Vodka contra la pared, haciendo que se rompiera en decenas de pedazos.
―Deja la estupidez Vilh. Si tanto la amas, deberías pensar primero en ella y luego en ti ―dijo enojado para luego caminar en dirección a su habitación.
Nuevamente tiró la puerta con todas sus fuerzas, retumbó en mi cabeza, haciéndome caer en mis rodillas mientras me tomaba del cabello.
Había tomado demasiado, las cosas se estaban saliendo totalmente de mi control, todo se estaba escapando de mis manos.
Theo se había encerrado en su habitación.
Seguramente se daría una ducha y luego volvería con Lisa.
Suspiré, muy en el fondo sabía que Theo tenía razón.
Me levanté del sillón, tambaleándome al ponerme de pie, era como si siguiera borracho.
Paso a paso logré llegar hasta el cuarto de baño de mi habitación.
Me desvestí, dejando todo tirado en el piso.
Nuevamente necesité bañarme con el agua más helada que pudiera salir del grifo, necesitaba al menos bajar un poco la goma, la furia y el remordimiento que tenía encima.
Cuando terminé, me envolví en una toalla y busqué algo que ponerme.
No tenía muchos ánimos para pensar en arreglarme seriamente.
No tenía nada que hacer durante el día; ya que Lisa tenía toda la atención de los chicos y estaba enferma, nadie parecía tener intenciones de hacer nada en el día de hoy y dudo mucho que les guste que los acompañe después de lo que pasó.
Al salí de la habitación empecé a llamar a Theo para saber si aun se encontraba en la suite.
No obtuve respuesta, tal vez se negaba a hablarme o ya había vuelto con Lisa.
Me detuve un momento en la mitad de la sala de estar, mirando mí entorno.
Estaba solo, era la primera vez en la vida que realmente me sentía solo.
Mi mirada se pegó en el brazalete de estrellas que aun estaba sobre la mesa, donde lo había dejado hacia ya dos días.
¡Como volaba el tiempo!
Tomé el brazalete de estrellas y salí de la suite.
Salí de hotel sin protección o compañía alguna, caminando por Miami solo ocultándome con una chamarra, gorra y lentes oscuros.
El sol calaba hondo en mi resaca.
Antes de continuar con la idea que me había formado en la mente, decidí pasar por una cafetería y tomar algo de café. Caí sobre las bancas de la cafetería con alivio, me sentía terrible, típico después de una fuerte borrachera.
Pedí una buena taza de café y me tomé el tiempo necesario para beberla, siempre con Lisa en mi cabeza.
Ella era lo único que giraba en mi cabeza desde el primer día que la vi, fue el momento que tanto había esperado, ese día en que viera a mi alma gemela a los ojos y supiera que por fin la había encontrado.
Estaba seguro que era ella, ¿por qué no le interesaba?
No se suponía que fuera así.

Mi única razón ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora