Capítulo 5.

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  • Dedicado a Luan Orser
                                    

Hay personas que piensan que tenemos un destino...
Que el final de nuestra vida ya está escrito, solo falta escribir el camino por el cual llegarás a este.
Esos caminos, a veces, podrían llevarte a lugares inesperados, con personas inesperadas; aquellas que en un pasado nunca te imaginaste que en realidad conocerías.
Muchas personas se irán y seguirán sus vidas sin ti.
Solo aquellas personas sinceras se quedarán en tu vida para siempre.
El camino a tu destino es duro, la vida es cruel, lágrimas y dolor donde quiera que pises; injusta, donde solo unos ganan y otros lo perdemos todo. Sin opción a nada, sin oportunidades, sin siquiera saber si saldrás algún día de ello.
No me importaba nada, podía perder todo.
Mi casa, mis cosas, mis padres, mi herencia millonaria, lo único que en realidad me importaba era mi pequeña hija; la que mi madre y la vida habían arrancado de mi sin piedad alguna.

No me importaba como hubiese sido concebida; aunque estuviera lejos de mi voluntad. En el momento que me entere que ella estaba dentro de mí, supe que sería la única razón que me ayudaría a luchar con la vida.
Es lo único que tengo en esta vida, era mía, yo la hice, mi única razón.

Intentaba dormir, era inútil. Aunque el cansancio era profundo, el sueño estaba ausente.
Mi menta viajaba una vez más por el país de los recuerdos. Recordando cómo había llegado ella a mi vida.

Él no tiene idea de que su hija existe, dudo que tan siquiera me recuerde.
El tiempo separaba aquel momento.

Un año atrás...

¡Lisa! Espera... ¡Lisa! ―dijo él corriendo tras de mí.

¿Qué sucede? ―pregunté.

Quería preguntarte algo. ¿Vas a casa por el puente o tomas la carretera, dirigiéndote a la ciudad? ―preguntó.

Por el puente. Es más fácil llegar a mi casa. ¿Por qué la pregunta?

Siempre veo que vas solitaria por ese rumbo. Sabes que es un barrio peligroso, aun más a estas horas de la noche. ¿Puedo acompañarte?

No lo sé ―dudé―. Aun no te conozco bien.

―Me portaré bien Lisa. Mi hermano, Gilbert, va conmigo; vivimos cerca del mercado. Será la mitad del camino.

Supongo que estará bien ―dije no muy convencida.

La única forma de poder hacer el secundario era que fuera al colegio nocturno; era sin costos y para personas de bajos recursos con cursos rápidos.

Fue la única manera en que logré convencer a mis padres para que me dejaran estudiar.
Yo me manejaba bien con los sobros de dinero que encontraba abandonados en algún rincón de mi hogar para los trabajos y libros, o recurría a la biblioteca pública pidiendo un largo préstamo de los libros del curso.

Jafet, así se llama, él me acompañó por aquellos caminos todos los días, la primera semana su hermano y novia estuvieron presentes en el trayecto. Pero por alguna razón, dejaron el nocturno.
Yo continué haciéndome acompañar de él, al principio fue una buena protección.
Los asaltos estaban frescos por donde pasáramos y los tiroteos no se hacían esperar.
La confianza fue creciendo y un día pasó de solo caminar a tomar mi mano.
Reproducía canciones en su celular, dedicándomelas, diciendo que cada vez que las escuchara lo recordaría.

Y tenía razón, aun lo hago.

Un día recibí una llamada, era él pidiendo mí ayuda con desesperación para un proyecto de clase atrasado.
Dudé prestarme para el asunto y él gritó que si no lo hacia se enojaría conmigo.
Me resigné a hacerlo. Lo cité en la biblioteca pública.
Fui y lo esperé.

Mi única razón ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora