Capítulo 2.

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  • Dedicado a Paola Brenes Vargas
                                    

Sentimientos que ahogan mi ser.
Remordimientos que corroen el alma.
Un pasado doloroso, un presente cruel y un futuro incierto.

En el borde, sobre la mirada de muchos; aquellos que se apiñan como animales desando ver el desenlace de una historia de terror y sangre apunto de escribirse, o tal vez, a punto de terminar.

Las sirenas y megáfonos seguidos de palabras que se han vuelto necias retumban en mis adoloridos tímpanos.
Desde aquellas miradas inútiles, miles de gritos intentan distraerme de mi destino.

Ya no...
No hay vuelta atrás.
No lo lograran nada.

He perdido mi única razón para vivir, si no hago esto, la tristeza terminará por matarme en una lenta y dolorosa agonía.
La única luz de mi vida se ha esfumado con ella mis fuerzas para sostenerme de aquella baranda.

Bocinas, voces, gritos, sirenas, llantas y silbidos, todo suena a mi alrededor.
Aun así, sobre todo aquello, sobresale aquella hermosa música.
Al menos una hermosa melodía me acompañará en los momentos finales de mi tan espantosa vida.

Aquella música le abrió paso a su voz, una vez más.
Siento como todo se aísla, los demás sonidos desaparecen y solo escucho sus palabras.
Era alemán, mis labios formaban y parafraseaban repitiendo sus palabras.
Podía entenderlo.
A ojos cerrados, intenté traducir con claridad sus palabras:
"Se que ya no tienes fuerzas, que las espinas lastiman tu piel, que quieres olvidarte de todo y desaparecer. Pero hasta en la noche mas negra, una estrella lucha por dejarse ver".

Y entonces sucedió, alcanzando justo lo que necesitaba escuchar: "Así que esa no es la salida, oh mi niña, no lo es, no lo es, te aseguro que no. Por favor, no te dejes caer, así que toma mi mano, yo te sostendré."

¿Quién era él y por qué le cantaba a mi vida?

Sin saberlo, aquel chico gritó por mi vida esa noche.
De pronto me hallé corriendo a toda velocidad por las calles de la ciudad, esquivando los autos de la autopista.
Mi cuerpo seguía inconscientemente el sonido de su voz.
A la mitad del parque me detuve, encontrándome con aquel enorme estadio frente a mí, un enorme cartel colgaba de sus paredes.

Sí, era él.
El chico de la televisión.

Como un balde de agua fría, me contemplé.
¿Cómo había llegado ahí?

Hace tan solo un minuto atrás colgaba de un puente. Hipnotizada por la inconsciente voz de una vacía esperanza me había colocado a salvo en tierra firme.
¿Y ahora? ¿Qué sentido tenía todo esto? ¿Qué lograría con llegar hasta ahí?

Es absurdo, volvería a intentar quitarme la vida cobardemente horas después.
No tenía nada que me hiciera cambiar de opinión.

Era cierto, la cruel realidad me golpeaba de nuevo, estaba en la calle.
Solo era una asesina fugitiva.¿Dónde viviría? ¿Qué comería?

Había perdido mi libertad en el momento que le quité la vida a mi propia madre.

La esperanza de encontrar a mi hija, acabó.
No hay nada que pueda hacer.

Una vez más, la vida y el cruel destino se unirían para causarme un nuevo mal.
Lo supe cuando una mano tapó mi boca inesperadamente, llevándome con él detrás de los árboles y matorrales.

―Mira lo que me encontré aquí: La suicida de la avenida veinticinco. ¿Qué te hizo cambiar de opinión?

―No te importa. ¡Aléjate de mí! ―No podía ser verdad, no podía estar sucediendo de nuevo.

―Vamos preciosa; solo un ratito, podemos divertirnos. Te arrepentirás de no haberte tirado de ese puente.

―¡No me toques! ¡Suéltame! ―dije, batiéndome de su agarre.

Mi única razón ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora