Capítulo 24.

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Hay muy pocas personas a las que estás dispuesto a confiarle los secretos de tu alma. A veces, lleva tiempo de observación y cuidad, llegar a conocer a esa persona que sabes que guardará tus secretos como si fueran los mismísimos suyos.
Un confidente, alguien en el que verdaderamente puedas confiar.
Elige con cuidado, no tomes la decisión a la ligera porque te puedes llegar a equivocar.

Han pasado dos semanas desde que Daren volvió de su viaje ejecutivo a Orlando.
Todos habíamos vuelto al trabajo de lleno, preparábamos un show especial en Miami para despedir la gira oficialmente, sería algo muy íntimo, más que todo dedicado a las revistas, publicistas, paginas y programas de televisión que habían ayudado durante el desarrollo de la gira; además de los clubs de fans.
Yo estaba muy al tanto de todo, ser la ayudante de Daren era como estar en el centro de la acción.
Aunque mi trabajo era fuera de escritorio, podía leer cada carta, revista, contrato e instructivo que llegaba a manos de Daren. Me enteraba prácticamente de todo lo relacionado con la banda, era realmente emocionante ver cómo funcionaba todo.
Yo ya me sentía mucho mejor, pude notar una mejoría en la herida de mi cesárea gracias a los antibióticos, ya no expedía pus y parecía estar al fin cicatrizando correctamente.
Era un alivio para mí.
Como la doctora había dicho, mi cuerpo se acostumbró al antibiótico y ya no me pegaba con tanta intensidad sus efectos secundarios; aun faltaban dos semanas más de tratamiento.
Cuando Daren regresó de Orlando tuvo un pequeño conflicto con Theo por quien me cuidaría, Theo ya se había acostumbrado tanto a mi compañía que no dejó que Daren le ganara la partida, la jornada nocturna fue estrictamente de él. Después de todo, yo también me había acostumbrado a los abrazos y el calor de Theo por las noches.
Además de que él sabía a la perfección lo que necesitaba en el momento que lo necesitaba.
El único con el que no tenía contacto, excepto por cuestiones de trabajo, era con Vilh.
No había vuelto a llamar a mi puerta o hablarme a menos que yo me dirigiera a él, saludos informales en el pasillo.
Se me hacía muy extraño, a pesar de todo, yo no estaba enojada con él.
Hacía unos días que Theo había vuelto a dormir en su suite, los primeros dos días se iba a dormir a su habitación y por las mañanas amanecía a mi lado. Tanto a él como a mí nos costó desligarnos de esa compañía nocturna.
Aunque ya no durmiera conmigo, siempre llegaba todas la mañanas a desayudar conmigo, como siempre lo hacíamos al despertar.

Hoy decidí bajar a comprar una caja de pastelillos con crema para el desayuno, fui a la pastelería más cercana al hotel, ya me había vuelto un cliente asiduo de ese local; como sabían que no podía hablar me atendían conforme a ello, no se me hacía difícil escoger. Aun así, ya me ubicaba bien en la mayoría de Miami, sabía dónde encontrar lo que quería.
Al marcharme de regreso al hotel me sentí muy acosada, todas las miradas me seguían en incluso llegué a sentir pasos constantes detrás de mí, los mismos todo el tiempo.
Al doblar la cuadra me di cuente de que había un auto siguiéndome.
Me estaba empezando a sentir vigilada.
Conforme fui acercándome al hotel se volvía peor, había dos fotógrafos siendo retenidos por la seguridad del hotel, al verme pasar, no dudaron en tomarme fotografías.

¿Qué estaba sucediendo?

Realmente odiaba eso.
Ingresé al hotel cargando la bolsa de los pasteles y algunas otras cosas que había comprado de camino y necesitaba.
El lindo chico al lado de la puerta me abrió el paso, sosteniéndola. Era el dulce portero que me había ayudado a llegar a mi habitación en mi primer día en Miami.
Siempre con sus linda sonrisa y personalidad servicial, perfecta para su trabajo.
―Buenos días señorita, Lisa. No le he visto salir esta mañana. ¿Necesita ayuda con eso?―preguntó, yo asentí, algo de ayuda no me vendría a mal.
―Deja.―Una mano se posicionó en el pecho del portero, impidiendo que avanzara―. Yo lo hago.
Miré al dueño de la mano, encontrándome a Vilh, me sorprendió un poco; después de tanto tiempo al fin lo escuchaba dirigirse a mí por voluntad propia.
―Quiero hacerlo Lisa ―dijo él, tomando las bolsas de mis manos.
Vilh empezó a caminar en dirección al ascensor y yo lo seguí, lo abordamos juntos; toqué el numero de piso.
Íbamos solos, la última vez que habíamos estado ahí sin compañía había terminado mal.
― ¿Sabes? Creo que ya me sé todas las señas de LESCO ―mencionó de la nada, mirándome de soslayo.
Estaba aprendiendo lenguaje de señas... ¡de mi país!
― ¿Por qué lo aprendiste? ―pregunté por señas.
―Quería poder hablar contigo, entenderte; pero después metí la mata, luego la volví a meter, y una vez más hasta el fondo. ―Suspiró y me miró a los ojos―. Enserio lo siento, sé que te lastimé. Odio no poder hablarte, verte o tutearte como antes; pero cometí un error espantoso y debo atenerme a las consecuencias de ello.

Mi única razón ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora