Capítulo 6.

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  • Dedicado a Chelsea Leto Biersack Fuentes
                                    

El consuelo.
Aquella persona que llega envolviéndote en sus brazos; tratando de consolar tus lágrimas.
Dicen que todos tenemos una alma gemela que nos complementa, nos entiende o, aunque no lo haga, te apoya. Esa que está ahí para darte lo que necesitas, para darte amor, cuidado y... consuelo, ese que te llena, te tranquiliza el alma.
¿Habría encontrado yo la mía? ¿Cómo podría saberlo?

Tengo pocas horas de conocerlo, aun es un desconocido para mí.

Él guarda el silencio mientras acaricia mi espalda, mi mejilla permanece sobre su pecho y mi cuerpo entre sus cálidos brazos.
Vilh buscaba una cosa... mi consuelo.
Me produce calor, su cálido aliento y tan tranquila respiración me tranquilizan, disminuyendo mis lágrimas hasta el punto de desaparecer. En él hay tanta paz, simplemente amo lo cálido de su carne, dándome tranquilidad.
Luego de tantos días de no dormir puedo sentir como mis pesados parpados caen como paredes de hormigón sobre mis ojos involuntariamente; aun en sus brazos me he quedado profundamente dormida.
La oscuridad de sueño cae totalmente sobre mí; ahora me hallo paseando en el país de la imaginación.
La típica tela opaca se hace presente, mi subconsciente hace lo que quiere; sin embargo, creo que los sueños son mucho más que simples fantasías, son recuerdos o reflejos de lo que pasó en el pasado, o depara en el futuro.
Yo al fin he abierto mis ojos en el cuadro sepia del mío, veo todo reproducirse en mi mente como si fuera real:
Puedo sentir una briza fría acariciando mi cuello, haciéndome titiritar; levanté mi vista, veo una niña pequeña correr frente a mí, hacía mí.
Es ella, puedo entenderlo: mi hija.
La pequeña niña extiende sonriente su brazo hacía mi, elevando en su mano una hermosa y enorme margarita de esplendido color amarillo.
―Toma mami; es para ti ―dice ella.
El sonido de su voz es precioso; capaz de hacerme estremecer.
Las lágrimas llenan mis mejillas y yo me apresuro a limpiarlas.
Ella... ella es hermosa.
―Gracias mi vida ―dije tomando la flor de su mano.
Me incliné, dejándome un beso en la altura de sus cejas.
¡Como desearía que fuera real!
Mi pequeña besa mi mejilla para luego correr felizmente en dirección a los columpios; pero repentinamente, se desvía de su camino y corre en dirección a un hombre a lo lejos.
Ella salta y él la apaña, levantándola, llevándola sobre su cabeza.
De manera repetitiva la sube y baja sobre su cabeza, llenándola de miles de besos.
Mi pequeña ríe con mucha felicidad.
Al terminar, la pone en el suelo y ella vuelve a sus juegos acompañada de un niño más pequeño.
Mi vista se fijó en aquel hombre; la gorra caía sobre su frente y unos lentes oscuros ocultaban sus ojos; además de la enorme gabardina que lo cubría del frío.
Lo conocía, lo sentía, pero... ¿Dónde?

Él despego los ojos de mi hija para mirarme, mostrándome una enorme sonrisa.
El estaba tan distinto; pero esa sonrisa solo pertenecía a una persona...
Vilh.
¿Qué hacía él en mis sueños?

Me desperté de pronto, obligándome bruscamente a salir de mis sueños, quedando sentada en la cama....
¡Espera!
¿La cama?
Se suponía que yo dormiría en el sillón.
¿Cómo había llegado ahí?
Mi vista se enfocó en el reloj que colgaba sobre la pared.
¡Medio día!
Visualicé la habitación sin encontrar señalas de él.
― ¡Buenos Días Lisa! ―Yo salté de la impresión ante su salida repentina del baño―. Lo siento... no quise asustarte.
Vilh caminó hasta mi y se sentó en el lado vacío de la cama, mirándome con esos hermosos ojos color miel.
―Te dormiste llorando en el balcón, así que te puse sobre la cama... ¿Cómo sigue tu pie?

Yo empecé a correr las sabanas de sobre de mí, sacando mi pie; lo palpé, la hinchazón se redujo, pero el dolor seguía ahí.
Vilh se deslizó sobre la cama hasta tomar mi pie entre sus manos, mirándolo detenidamente.
―¿Te duele? ―asentí― Pienso que para mañana ya podrás caminar normal ―dijo y me miró, mostrándome esa hermosa e inconfundible sonrisa; no tenía dudas, él era el hombre de mi sueño.
Podía quedarme mirándolo por horas, me perdía en su hermoso rostro, no tenía igual.
―¿Interrumpo? ―preguntó la voz de una nueva presencia en la habitación, Theo.
―No, revisaba su pie ―respondió Vilh.
―Ustedes... ¿Durmieron juntos? ―preguntó con aquel brillo de maldad en sus ojos mientras señalaba la cama.
―Theo. ―Su hermano puso sus ojos en blanco―. No soy como tú. Lisa durmió en la cama; yo en el sillón.

Mi única razón ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora