62. Confianza

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Parada frente a la casa de mis padres sentí mis piernas flaquear

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Parada frente a la casa de mis padres sentí mis piernas flaquear.

Era curioso sentirse así. Ya había pasado por ello antes; el deseo de no estar aquí, pero necesitarlo.

Amo a mis padres, eso es parte de lo que tengo claro, pero porqué los amo duele tanto lo que me han hecho.

Me aferré a que, si hacía lo que ellos decían de la forma en que indicaban, me amarían. Pero no se puede ganar el amor de alguien con actos si esa persona no siente ni el mínimo de afecto.

Yo era la hija no deseada, lamentablemente.

Incluso sabiendo eso, me esforcé de sobremanera para que ellos me vieran como alguien digna de su amor. Y nunca ocurrió.

Así que, si esforzarme por vivir la vida que ellos indicaban era negarme a mi misma, no valía la pena.

Rodeé la gran construcción, caminé a través del pequeño terreno baldio y llegué al portico de la casa de los padres de Steph. Les había contactado desde antes para preguntar si podía quedarme a dormir los días que estuviera de visita. Obviamente dijeron que sí con los brazos abiertos. Esta vez, preferí pasar los días en el lugar donde sí me quieren, para evitar lo ocurrido de la última vez.

Toqué la puerta y el timbre varias veces pero nadie abrió. Como toda buena hija/visita, tomé las llaves de repuesto del lugar secreto (bajo una tabla suelta del suelo del portico) y entré. La sala estaba repleta de cajas, algunas llenas y otras no. Los muebles estaban vacíos y habían pocas cosas en el comedor y la cocina.

No lograba unir las piezas de por qué todo estaba revuelto y empacado, pero definitivamente sería lo primero que preguntaría cuando viera a Evely y Theo.

Entonces sentí algo caminar entre mis piernas y pegué un grito al cielo. Un gato naranja con blanco estaba jugueteando conmigo.

Quizá lo de las cajas sería lo segundo que preguntaría.

Lo curioso de que el gato anduviera por la casa era que Evely siempre, siempre ha odiado a los gatos. Le gustan... de lejos. Ella nunca tendría uno.

Me agaché para tomarlo entre mis manos pero pareció molestarse y me aruñó.

Con una mirada de desprecio lo dejé ahí en la sala y fuí al baño para buscar alguna curita o alcohol.

Estupido gato.

. . .

Medía hora después, en la que mantuve una guerra fria con el mínino, escuché la puerta principal abrirse.

Evely entró con su bolso y un bonito gorro de lana. Seguida de ella venía Theo con una sonrisa.

Me puse de pie y señalé al animal.

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