Capítulo 8.

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El vapor del café recién preparado humedeció la punta de mi nariz. Tomé la taza entre mis manos y bebí un sorbo. Había tenido un fin de semana realmente malo, necesitaba algo que me alentara a comenzar el lunes y no suicidarme en el intento.

-Así que... dices que no fue tu culpa.- dijo mi padre del otro lado de la mesa dejando su taza sobre ella.

-Ya te lo expliqué, papá.- susurré. No tenía ganas de hablar al respecto, no otra vez.

Hooksenberg le había contado cómo habían sido las cosas, y se disculpó muchas veces (yo conté veintidós) porque Margareth había leído mi expediente y por lo que había dicho. Le aseguró que tendría un castigo, pero yo también al igual que todos los que habían sido encontrados en la fiesta. No me importaba. No arreglaba nada con eso. Seguía sintiéndome terrible.

-No entiendo por qué estabas ahí.- dijo cruzando una pierna sobre la otra, mirándome fijamente. -¿Puedes explicarte?

-¡Solo intentaba sentirme bien en este maldito lugar al que me trajiste!- exclamé.

La sala donde estábamos era el lugar donde todos los padres se reunían con sus hijos cuando los visitaban, pero ahora estaba vacía. Nadie iba un lunes por la mañana, solo mi padre, que tenía reuniones antes y después.

Él no respondió. Solo mantuvo sus ojos fijos en los míos. Eran realmente hermosos: azules, con diminutas matas de un verde claro, casi turquesa. Nunca había visto a nadie con ojos parecidos a los suyos o a los de mis hermanos. Supongo que mis ojos eran como los de mi madre, simples e iguales a los del ochenta por ciento de la población mundial.

Suspiró.

-No es la manera correcta de hacer amigos. Eres una niña carismática, puedes conseguir algunos amigos sin la necesidad de ir a esa clase de eventos. Se supone que estás aquí para calmarte, deberías alejarte de esos chicos.

-Quédate tranquilo, ellos me odian ahora.- espeté encogiéndome en mi lugar.

-Eso no es cierto, nadie puede odiar a alguien tan rápido, cariño.- rió él.

Sentí ganas de llorar. Nunca me quejé de que él no me comprendiera como cualquier otra tonta adolescente, nuestra relación era envidiable, pero realmente me estaba hartando ahora. Por primera vez me sentía incomprendida, y eso era terrible.

-Estarás bien.- sonrió finalmente.

Guardé silencio unos momentos. Escuchaba la lluvia caer afuera y los árboles mecerse con el viento. A lo lejos, las estúpidas gallinas quiquiriqueaban escondidas en el gallinero.

-Quiero volver a casa...- susurré mirando mis zapatos negros. Eran los zapatos más feos del mundo.

-Volverás al final del semestre.- dijo él tranquilamente.

-¡Quiero volver ahora!- exclamé. Mi voz se escuchó histérica y caprichosa en el silencio de la sala, haciendo eco en cada rincón. -Por favor...- sollocé. -Odio este lugar... Odio todo de aquí, a las personas, a los profesores, odio cada segundo que paso en este lugar. No podré soportar más tiempo aquí, papá.

-Lo siento, Maddie... No puedo hacer nada al respecto.

-Puedes llevarme contigo ahora.

-Sí, podría... pero no lo haré.- susurró poniéndose de pie. Se paró frente a mí y tomó mis manos obligándome a pararme. Me abrazó dulcemente. -Me parte el corazón verte así y tener que dejarte, pero no puedo hacer nada al respecto. Esto es por ti, hija.- susurró acariciando mi cabello. -Debes entrar a clases y yo debo irme.- nos separó un poco y besó mi frente. -Te amo.

Best Mistake {h.s.}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora