Capítulo 13.

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Me observé en el gran espejo de mi habitación. Aquel vestido blanco, debo decirlo, me sentaba a la perfección. Era ajustado, y me sorprendí gratamente al descubrir que seguía luciendo bien en vestidos de ese tipo; el escote era amplio, dejando al descubierto la mayor parte de mis hombros y pecho, con mangas largas e igualmente ajustadas. Terminaba a la mitad de mis piernas, y había decidido usar tacones, stilettos negros de satén. No quería verme como un elfo junto a Chester esa noche. Habían pasado tres meses desde la última vez que había usado zapatos así de altos, y mis pies lo sintieron mucho, pero de ninguna manera los cambiaría. Sonreí a mi relfejo mientras movía mi cabello fuera de mis hombros. Estaba lista para festejar mi noche favorita: Año Nuevo. Tomé mi bolso y abrigo y bajé a la sala.

Las vacaciones de invierno llegaron más rápido de lo que esperaba. Me sorprendí cuando una mañana noté que estábamos a mediados de Diciembre, y que pronto regresaría a casa. Supongo que el no haber estado ansiosa y contando los días significaba algo bueno, como que ya no me sentía como una pobre pajilla en un agujar o como sea el dicho popular. Realmente me sentía bien junto a mis nuevos... ¿amigos? Sí, definitivamente se habían comportado como amigos, todos ellos. Aún así, estaba realmente emocionada por regresar a la ciudad y reencontrarme con mi gente, moverme dentro de un ámbito que conocía como la palma de mi mano, festejar y divertirme con ellos otra vez.

Con Chester... la historia era un poco diferente. No me atrevía a decir que no estaba enamorada de él ya más, solo le atribuía esta extraña mezcla de sentimientos, o no-sentimientos en realidad, al mucho tiempo que habíamos estado separados. Estaba segura de que luego de unos días con él otra vez me harían sentirme de nuevo como la anterior Maddison, esa que adoraba a Chester por sobre todas las cosas y que no tenía ojos para nadie más en el mundo, ni siquiera un sexy y joven profesor. Aún no sucedía, pero tendría doce días para trabajar en ello.

Serían doce de puro placer en Nueva York.

Día uno.

Bajé del avión a pleno sol de mediodía en el JFK. Alcé la vista al cielo, a lo lejos los rascacielos se extendían cubriendo casi toda mi visión. Respiré profundamente, ese aire contaminado y pesado era el que amaba. No pude evitar sonreír. Estaba de vuelta en casa.

Arrastré el pesado carro por el corredor principal y esperé. Di unos pasos dándole la espalda a mi equipaje para buscar a mi padre entre la multitud. Choqué con un par de personas.

-Oh, disculpe, señor.- le dije al hombre que creí golpear más fuerte con mi hombro.

Cuando él se volteó para disculparse también, sus ojos azules se abrieron más al reconocerme. Sin decir nada me abrazó fuertemente, alzándome en el aire y girando conmigo en sus brazos como si mi cuerpo no fuera peso para él. No pude evitar reír y lanzar algunos gritos por el vértigo que sentía alejándome del suelo, aunque fueran solo unos centímetros.

-Te extrañé tanto, hija.- dijo devolviéndome al suelo y envolviendo con sus brazos mi espalda, acariciando mi cabello.

-También yo, papá.- sonreí sin separarme de él. Adoraba sentir esa suave tela de su ropa sobre mi piel otra vez y su perfume en mis fosas nasales.

Él mismo llevó mis maletas al auto. Me sorprendió verlo conducir, él rara vez lo hacía, siempre nos llevaba Ben, nuestro chofer, pero fue lindo sentarme en el asiento del acompañante. Hacía mucho tiempo no lo hacía, no con él.

La ciudad seguía salvaje y acelerada como siempre, nunca cambiaría. Disfruté de la vista mientras avanzábamos hasta la Park Avenue, donde estaba nuestro edificio. Las personas se amontonaban en las esquinas con gruesos abrigos, las tiendas habían cambiado sus temáticas a los típicos colores verde y rojo, algunas calles estaban atravesadas por guirnaldas de muérdago y campanas. Todo parecía respirar Navidad, y me encantaba. Era una de las cosas que más me gustaban de Nueva York.

Best Mistake {h.s.}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora