Primera Parte - Capítulo 1.

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El fuego de la chimenea de mi casa ardía suavemente frente a mí, los trozos de madera consumiéndose en el fuego atrapado entre tres paredes de ladrillo y una de vidrio oscuro. Estaba sentada en el sofá, lista para irme de ese lugar al que por dieciséis años había llamado mi hogar, para partir lejos de todo lo que conocía y amaba.

Mis maletas ya estaban empacadas junto a la puerta, llenas de lo poco de dignidad que me quedaba.

Un suspiro se escapó involuntariamente de mis labios mientras cerraba los ojos e intentaba disfrutar hasta el último momento de aquello que había tenido en Nueva York toda mi vida, y que ya no tendría una vez que aterrizara en Inglaterra. Lo extrañaría hasta morir de tristeza.

-Deja de dramatizar, Maddison, por favor.- dijo mi hermana Sarah bajando las escaleras hasta el nivel en el que yo estaba. No respondí nada. Estaba demasiado indignada como para hacerlo. -Levántate. Ya es hora.- ordenó plantándose delante de mí.

Me crucé de brazos y desvié la mirada hacia la ventana, observando la soleada mañana en Manhattan, ignorándola, pero no me permitió hacerlo por mucho tiempo. Tomó mi brazo y me obligó a levantarme y observarla, apretando mi muñeca con fuerza brutal.

-¡¿Cuál es tu maldito problema?!- pregunté sin molestarme en mantenerme calma. 

-Tú eres mi problema, Maddison. No haces más que causar revuelos, y estoy harta. Estamos haciendo esto por ti.- dijo firmemente, con toda la autoridad de un padre hablándole a su hija. Aunque había un problema: yo no era su hija. Ni siquiera éramos completamente hermanas. 

-Tú no tienes poder sobre mí.- dije desafiante.

Sus ojos se entrecerraron, observándome con furia. Odiaba que le recordara eso cada vez que lo olvidaba.

Me solté de su agarre y caminé a la ventana, cruzándome de brazos otra vez frente a la vista de la ciudad. La escuché suspirar a punto de estallar en un ataque de nervios, y no pude evitar sonreír. 

El timbre del portero sonó, y Marie, nuestra ama de llaves, se acercó al contestador para responder. Habló algunos momentos y luego escuchamos sus pasos acercándose a la sala. 

-Señorita Sarah, el coche los está esperando abajo.- dijo amablemente. 

-Gracias, Marie.- dijo Sarah apoyando ambas manos en su diminuta cintura, aún muy irritada. 

Los pasos de mi padre se escucharon desde las escaleras hacia la sala, y apareció vestido con su traje casual de viajes. Lo observé desde mi lugar hasta el otro lado de la amplia sala, donde se encontraba. Su cabeza cayó a un lado un poco y me sonrió dulcemente.

Yo suspiré.

Se acercó a mí lentamente.

Al notar sus intenciones, Sarah desapareció de la sala. 

-¿Lista?- preguntó suavemente apoyando su mano sobre mi hombro y acariciándolo suavemente. 

-No.- resoplé, bajando mis brazos hasta mi cintura, abrazando mi torso. 

-Esto es lo mejor para ti, Maddie.- susurró él. Yo bajé a mirada, pero no me dio un momento para intentar evadir su dulce mirada. -Por favor, intenta entenderlo. Va a hacerte muy bien. Lo prometo.- sonrió. Yo suspiré. Realmente no había mucho más que hacer. -Debemos irnos ya.

Asentí. Caminamos al ascensor, su brazo rodeando mis hombros todo el tiempo. Sarah subió con nosotros y bajamos hasta el vestíbulo del edificio. Los encargados terminaban de subir el equipaje a la cajuela, pero nosotros solo subimos al auto. Me senté en el medio, entre mi padre y Sarah. Me sentía ahogada, pero de ese modo ellos se aseguraban que no saltara fuera del coche camino al aeropuerto.

Best Mistake {h.s.}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora