Capítulo 40.

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Regresé a Nueva York. Debería haberme sentido terrible todos esos días, pero no hacía más que sonreír. Estaba feliz y emocionada por el próximo año escolar. Sabía que nuestra historia no terminaría así, y cada vez que pensaba en él y en las últimas palabras que me había dicho, tenía que detenerme en donde estuviera y darme un momento para sonreír y suspirar y ser completamente feliz antes de regresar a cualquier cosa que hubiera estado haciendo antes. Me amaba, y nada más me importaba.

Volver a casa se sintió bien. Me pasé las tardes de la primera semana sola, pero por la noche siempre salía con mi padre o cenaba frente a mi computadora en una video-conferencia con mis amigos, que ahora estaban alrededor del mundo.

Papá y yo habíamos planeado ir a México por algunos días a mediados de julio, pero aún no era nada confirmado. Me negaba a sentirme aburrida allí, sola y casi sin salir de casa. Tenía mil cosas que hacer, o intentaba convencerme de eso. Estar aburrida era algo tonto. Yo quería disfrutar de mis días allí.

Tomé cientos de fotografías de mi casa para tener en mi cuarto en Lightwater cuando regresara en el otoño, terminé con todos los libros que había dejado inconclusos el año anterior antes de irme y luego arracé con la biblioteca de Sarah mientras ella estaba en Italia con sus amigas. La mayoría de las noches tenía un libro nuevo para leer antes de dormir, aunque mi favorito para esa hora era el diario de Harry.

Todo ese tiempo que pasaba leyendo tenía que ser compensado con algo de ejercicio, de otro modo iba a palidecer otra vez. Me gustaba salir a tomar aire fresco, aunque en Nueva York es algo irónico. El Central Park había estado frente a mí toda mi vida, y aún así habían zonas que no conocía del todo. Decidí que era algo inaceptable y comencé a salir durante las tardes con mis patines y mi cámara a recorrerlo.

Luego de unos días de hacerlo, recordé por qué no era mi hábito favorito. Me sentía observaba todo el tiempo. No era algo que me gustara: en mi ciudad, sentirse observado podía significar un grave peligro, secuestro o muerte.

Esa tarde, luego de voltearme bruscamente para encontrar esa mirada que sentía sobre mí, decidí que comenzaría a salir menos. Siempre podría tomar sol en mi balcón o desde la terraza del edificio.

Ya eran casi las cinco de la tarde. Mi padre estaría por llegar a casa, y me gustaba estar allí cuando él lo hiciera. Terminé mi bastoncillo y regresé.

Pedimos pizza para cenar y nos sentamos en la sala de estar a comerla mientras yo le enseñaba a jugar al póker. Nunca había sido particularmente bueno con los naipes, pero aún así quise intentarlo. Tal vez tendría suerte esta vez y encontraría en él un buen compañero. Marie, mi nana, ya se había aburrido de perder contra mí y ahora solo ignoraba mis propuestas de jugar.

Lo observé mientras barajaba las cartas. Lucía extraño sentado del otro lado de la mesa de café en el suelo, con pantalón de oficina y la camiseta blanca de mangas cortas y cuello redondo que usaba debajo de la camisa. Estaba haciendo todo esto por mí, y apreciaba eso infinitamente.

-¿Por qué me miras tanto?- preguntó sin alzar la mirada de las cartas.

-Oh, lo siento...- reí alejando la mirada. -Es que... nada, solo... estaba pensando en que eres el mejor papá del mundo.- sonreí.

Él me observó confundido un momento y luego se echó a reír.

-Sabes que no necesitas eso para que te dé lo que quieres.- dijo dejando el resto las cartas sobre la mesa.

Yo reí también, pero mi risa fue interrumpida por su tos seca y seguramente dolorosa. Sacó un pañuelo del bolsillo de su pantalón y se lo colocó en la boca mientras seguía tosiendo.

-¿Estás bien?- pregunté algo preocupada.

-Creo que el cambio de aires me afectó un poco.- dijo aun sin quitar el pañuelo de su boca. -Pasé el tiempo suficiente en el campo como para acostumbrarme al aire limpio.- rió suavemente recuperándose.

-Me pasó exactamente lo mismo en el receso de invierno, ¡apenas podía respirar sin toser!- comenté. -Marie me dio a beber un asqueroso té, pero realmente me ayudó. Le diré que tú también lo...- estaba diciendo, pero no terminé la frase.

En ese momento, Marie apareció por el umbral de la puerta.

-Hay... alguien en la sala de entrada.- dijo hablando en voz baja. -Quiere ver a Maddison.

-¿Quién es?- preguntó mi padre.

-No me dijo su nombre. Es una mujer.- murmuró ella en respuesta.

-Iré a ver.- dije levantándome de la mesa.

Cuando crucé el corredor, observé mi atuendo en el espejo sobre la pared frente a mí. Lucía desalineada con esa camiseta gigante de los Yankees y pantalones cortos, descalza y con los dedos aceitados por la pizza. Era algo temprano para pasearse en pijamas, pero me encogí de hombros y seguí mi recorrido hasta la sala de entrada. Quien fuera, tendría que entender que estaba disfrutando de unas muy merecidas vacaciones luego de un año realmente agotador.

Al cruzar el umbral, vi a alguien en la sala. Efectivamente era una mujer. Observaba a través de la ventana con un aire reflexivo, pero al escucharme entrar en la habitación, se volteó.

Estaba vestida de negro, pero de una forma elegante. Era un poco más alta que yo, pero su altura se la debía a los tacones de charol que llevaba. Su rostro lucía perfectamente maquillado, sus labios rojos, su cabello castaño oscuro, recogido en una prolija coleta alta, lacado y sin ni una hebra fuera de lugar. Su aspecto me parecía vanamente familiar, pero tuve que pensar un poco antes de recordarla.

Nunca creí que fuera a olvidarla alguna vez, pero la mente de un niño siempre maquina para hacer lo traumático un poco menos traumático borrando rostros y voces de la memoria. Verla otra vez, recordarla, me hacía regresar a mi niñez, a esa época en la que tenía cinco años y ella me despertaba cantando dulcemente mientras habría las cortinas de mi alcoba para que la luz del sol entrase cada mañana.

-Maddison...- susurró ella luego de un momento de verme. Sus ojos negros se pasearon por mi apariencia de pies a cabeza, deteniéndose en mi rostro y observándome de forma examinadora. Sonrió cuando sus ojos se fijaron en los míos. -Dios mío, has crecido tanto...- dijo con la voz llena de emoción.

-¿Qué estás haciendo aquí?- preguntó la voz de mi padre en tono firme, pero completamente sorprendido. Sentí su brazo tirando del mío hacia atrás y acercándome a él. Se paró delante de mí, protegiéndome de esa mujer.

-Vine a verla.- dijo ella mirándolo como si fuera algo lógico. Luego me miró a mí otra vez. -No puedo creer que seas tú, estás... Estás bellísima.- dijo con una sonrisa intentando acercarse a mí.

-Agatha, no...- advirtió mi padre, pero ella no me iba a tocar. Yo no iba a permitirlo. Retrocedí varios pasos, hasta que mi espalda chocó contra la pared. Ambos observaron mi reacción: ella, sorprendida; él, preocupado hasta la médula.

Miré a uno y luego al otro, varias veces para entender lo que estaba sucediendo. No dije nada. No podía hablar. Estaba paralizada, confundida y aterrada.

Esa mujer parada frente a mí era mi madre. Luego de tantos años, estaba de vuelta.

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⏰ Última actualización: Mar 29, 2015 ⏰

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