Capítulo 16 - Sombras del pasado.

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La nieve.
La blancura de aquella nieve se extendía por todo el lugar, por aquel inmenso bosque y por un sendero en el que había pequeñas pisadas de un infante que caminaba temblando, con las manos al frente llenas de sangre, sus ojos violáceos se mostraban desorientados a lo que sucedía.

— Mamá... —Habló con voz temblorosa buscando el sendero que le llevara a casa. Casi tropezaba pero a pasos lentos continuó caminando, llevaba una camisa blanca manchada de sangre, un pantalón negro, botas color café y encima de sus pequeños hombros un abrigo blanco algo rasgado con cinturón rojo.

Su quijada no dejaba de temblar, yacía por el miedo o por el frío. Atrás de él, había huellas, sus pequeñas huellas que aún no eran borradas pues en ese momento no caía nieve. Pero entre aquella pureza impecable yacían charcos de sangre, de un par de hombres que estaban derribados junto a otros infantes casi de su edad.

— Mami... —Le llamó de nuevo teniendo un temblor un poco más fuerte que le hizo caer de rodillas entre la nieve, tuvo que controlarse para frenar aquel temblor desatado que le impedía usar sus músculos. No podía lograrlo, le estaba costando hacer reaccionar a su cuerpo y que este le obedeciera.

Pasaron un par de minutos para que el pequeño lograra controlarse, recuperando así poco a poco el control en sus piernas empezando a caminar, quería alejarse de ese lugar lo más rápido posible, pero no hacía más que tartamudear en shock y aquello le llevaba a tener temblores que le causaban movimientos involuntarios.

— ¡Mamá...! —Avanzando con dificultad entre la nieve, logró salir de aquel bosque viendo a lo lejos algunas casas. La suya la reconoció a la perfección y al ver a su madre de espaldas despidiéndose de otra mujer quiso correr hacia ella pero las emociones acumuladas le jugaron en contra haciéndole caer al suelo teniendo leves convulsiones.

Aquella dama de blanco con largos cabellos azabaches se giró al escuchar el sonido de algo caer en la nieve, no hizo falta ver más que aquellas ropas que ella conocía bien para que se levantara el vestido y fuese corriendo a socorrer a su niño.

Se tiró de rodillas a su lado para abrazarlo en su regazo tratando de calmarlo mientras acariciaba su cabeza.

— Ya, Fyodor... Tranquilízate mi bebé, aquí está mamá. —Susurraba aquella dama intentando mantenerse calmada para calmar también a su niño que continuaba con esas pequeñas convulsiones. Ella tomó sus manos con cuidado, notando lo tenso que estaba, como no dejaba de temblar, pasó su mano derecha por los cabellos de su pequeño y la izquierda continuó acariciando aquellas manos cubiertas de sangre, le preocupaba, quería saber que había pasado pero primero debía controlar el ataque de su hijo.

Tras varios minutos, aquella dama de largos cabellos negros decidió cantarle una nana, arrullándolo contra su pecho antes de levantarse con él en brazos, notando como poco a poco el infante se tranquilizaba abrazándola.

— Mami está aquí mi pequeño ángel. —Hablaba amorosa mientras ingresaba a su cálido hogar dejando aquel frío afuera. Despacio subió las escaleras de madera hasta ir al baño y abrir la llave del agua caliente para llenar una tina donde solía bañar a su niño en el baño. — Vamos a limpiarte, ¿Sí? —Añadió quitándole la ropa a la vez que el niño, tembloroso, asentía.

Tomando con cuidado la esponja y el jabón comenzó a tallar las manitas del infante, aquellas pequeñas manos cubiertas de sangre le daban una corazonada de que algo malo había pasado.

Era la primera vez que dejaba ir a su hijo de casería con los adultos. Era normal que los padres salieran con sus hijos a enseñarlos a cazar desde muy pequeños, pero ver que su hijo había regresado sin su padre y cubierto de sangre, le hacía pensar que habían sido atacados quizá por un oso muy peligroso.

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