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Entre Ángeles y Demonios.

  «El infierno está vacío, todos los demonios están aquí.»  


El granizo que caía junto a la lluvia generaba un sonido bastante fuerte y a veces hasta ensordecedor. Pero era perfecto para ocultar el lamento de cierto hombre...

Era hipócrita llorar y pedir que aquellos niños tuviesen un descanso, que alguien velara por sus sueños cuando él había arrebatado sus vidas de muchas maneras. Ahora, sobre la tierra, lloraba desconsolado, como si buscara sacar algo de esta. A su lado, una pala yacía tirada con montones de tierra producto de la excavación que estaba haciendo.

Vestido completamente de negro hacía un contraste fuerte contra su blanco cabello que estaba un poco embarrado de lodo por continuar ahí de rodillas, su cabello se pegaba a su rostro por lo empapado que estaba, y parecía no importarle el hecho de que cayera granizo, aquellos pequeños golpes contra su cuerpo no le provocaban sensación alguna... Continuaba escarbando, desesperado, entre lágrimas.

— Shibusawa... —La voz de un joven hombre se hizo presente a su lado junto a un paraguas. Era un joven azabache, con ojos de una tonalidad rojiza y violácea. Portaba una gabardina negra completamente abrochada con algo de afelpado en el cuello a causa del frío de esa noche. El albino, dejo de buscar entre la tierra, para voltear a verlo con un rostro abatido. — ¿Qué pasó? —Agregó poco después al ver a su compañero en ese estado

— Dosto... Están aquí abajo. —Susurró volviendo su mirada a la tierra. Era un deseo ferviente de querer sacar algo por mero instinto, parecía un loco, pero no podía dormir, algo le gritaba que algo importante estaba sepultado ahí. — Dosto, ¿Qué hay ahí abajo? —Añadió con voz temblorosa, llevándose las manos enlodadas a la cabeza.

— Shibusawa, ¿Qué pasó con los niños? —Cuestionó el ruso sin hacerle mucho caso. Con una sonrisa temblorosa, el albino le miró de reojo, sabía que lo que había hecho estaba mal pues los había matado por mero instinto, no por una orden del ruso.

— Están durmiendo... Todos. —Su voz fue temblorosa a la vez que dejaba de cubrirse los oídos y volvía a escarbar con desesperación. — ¡¿Qué hay aquí abajo, Dosto?! —Gritó de manera desgarrada logrando sujetar algo por fin tras varios metros de excavación con las manos dañadas. El ruso le frenó de golpe jalándole del brazo.

— Ahí no hay nada. Estás loco. —Su voz era gélida, tan fría como un invierno en Rusia, tanto que el albino parecía dudar de seguir. — Para ti no habrá salvación si sigues así. —Añadió apretándole el brazo a la vez que se agachaba a su altura y le sujetaba del rostro para verle a los ojos. — Sólo eres un pobre loco, Shibusawa... Vamos adentro o enfermarás.

— Dosto... —No quería creerle, pero al verse a sí mismo, al ver los actos que cometía, no podía negarlo. No obstante las pesadillas en las que le gritaban que debía buscar algo le atormentaban, ¿Era acaso esa una maldición?

Al volver adentro y tomar una ducha con agua caliente nuevamente, esperaba que sus pensamientos se calmaran un momento. Incluso se sentó frente al ruso viendo con ansias como este tomaba tan tranquilo el té. El ruso le miró después de abrir los ojos, no había nada mejor que una ducha y un té en una noche lluviosa, pero parecía que su compañero continuaba inquieto.

— Tu té está ahí. Ponle azúcar. —Su voz fue neutra al señalar la mesita donde la taza yacía soltando vapor esperando por el albino quién casi de inmediato fue a tomarla para ponerle dos cucharadas de azúcar y remover por unos momentos, en silencio. — ¿Por qué hay un niño en tu habitación? Un niño vivo. —Aclaró al final, notando como el albino tuvo un pequeño sobresalto al dejar de beber el té.

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