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Solo tras prometer miles de veces que irán juntas por la noche al restaurante sus amigas la dejan irse a descansar un rato. Tumbada sobre la cama de su habitación le resulta casi imposible conciliar el sueño cuando las paredes que la rodean hablan por si solas, así se ha encargado durante muchos años colgando por doquier cualquier objeto con un mínimo significado.

Incluso aquellos recuerdos que no tienen algo tangible que los evoque parecen sobrevolar por el aire. El enfado descomunal cuando Ana rompió el cubo que Roi y Luis le habían comprado solo un día antes, la primera "serie de mayores" que Amaia y ella vieron casi a escondidas y a consecuencia creyeron estar embarazadas por notar cosas extrañas en la barriga o su primera regla que llegó casi sin avisar y la mantuvo encerrada en casa todo el día muerta de miedo. Y, por supuesto, los muros de ese pequeño refugio también han vivido las interminables conversaciones con Luis, las clases de guitarra o noches de tormenta abrazada a él. En el mismo donde tres años atrás reconoció estar enamorada de su mejor amigo a otras de las tres personas más importantes de su vida.

Esa habitación, el edificio, toda Tenerife en realidad, eso es el verano para ella. No le gustan los cambios pero se puede amoldar, al menos el resto del año, no sabe si está preparada para tener que hacerlo en verano.

Como un aviso premonitorio que, evidentemente, hay muchos frentes abiertos que alteran lo que ella considera normalidad suena una notificación en el móvil que ha dejado tirado por la cama.

"¿Te puedo llamar?" —Vicente.

Quisiera poder dormir pero cerrar los ojos con todo lo que asalta su mente sería imposible y cuento menos piense en ello más sencilla se hará la transición por la que, ya está asumiendo, va a tener que pasar. Así que decide anticiparse y pulsar ella misma el contacto del chico que le ha mandado el mensaje.

La conversación se alarga más de media hora entre risas y comentarios que hacen plantearse a Aitana si no sería más fácil, tal y como están las cosas, tenerle ahí para hacerlo todo más llevadero. Solo por un momento cree capaz a Vicente de hacerle olvidar el amor secreto que lleva arrastrando media vida por la persona que, en el momento menos esperado, llama a su puerta convirtiendo todo lo que acababa de plantearse demasiado volátil y efímero.

— ¿Se puede? —pregunta asomando su sonrisa tras la puerta.

—Pasa, un momento Vicente —pone el mute en la llamada y fija su mirada directamente en la de Luis— Dime.

—Solo quería hablar un rato pero si estas ocupada... —La realidad es que oír el nombre del catalán, por pocas veces que lo haya hecho, resulta igual de demoledor que la primera vez.

—Espera.

Aitana se pone de pie y, con el móvil en la mano, sale al pasillo para disculparse con Vicente alegando tener que colgar y asegurándole que hablaran muy pronto. Cuando regresa a la habitación cualquier gesto de desagrado que pudiera haber en la cara de Luis ha desaparecido al ver la inmensa sonrisa de la catalana mirándole.

— ¿Ya te echa de menos?

—Supongo, no sé —se deja cae en el colchón con un suspiro. No quiere hablar de Vicente con él, ni siquiera quiere recordar que seguramente al otro lado de su pared esté la chica con la que comparte cama. Aitana solo ansia volver a ser los de siempre pero, una vez más, asume que eso ha cambiado—. ¿Y tu novia?

—Pues... —se sienta a su lado sonriendo— En la playa.

—Dime que no —ríe ella acomodándose un poco más, con solo tres palabras ha conseguido devolverle aunque sea un pedacito de lo que creía perdido— pues empezamos bien chavalín.

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